Sunday, July 20, 2008

Saliendo del gueto

La Vida Sigue
Saliendo del gueto

Rafael Osío Cabrices
osiocabrices@hotmail.com
www.rafaelosiocabrices.blogspot.com
El Nacional, Sunday 20, July


En Caracas estamos empezando a vivir en una suerte de guetos. Tal vez está pasando lo mismo en las mayores ciudades de la provincia, ustedes me dirán; entiendo que Valencia, Puerto la Cruz, Maracaibo, Barquisimeto, San Cristóbal y Maracay están copiando los defectos de la capital –tráfico, violencia, inflación– y no necesariamente sus virtudes. Pero aquí, en la urbe más grande del país, donde se concentra la mayoría de los poderes y de los problemas, estamos abrumados por las muchas horas que nos quita movernos de un sitio a otro, pero también por la desconfianza y el miedo, y hemos comenzado a encerrarnos en breves circuitos, a andar en círculos dentro de parcelas estrechas y a veces asfixiantes, a vivir enconchados, dándole la espalda al resto de la ciudad.

Gueto es una palabra fea, de malos recuerdos y de oscura historia. La inventaron los venecianos en la Edad Media para denominar el barrio cerrado donde recluían a la comunidad judía; luego, los nazis le dieron su significado más siniestro. No estoy diciendo que tengamos guetos en Caracas, en el sentido que eso ha tenido en la historia europea; digo que hemos modificado nuestra manera de habitar una ciudad, desde una relación de aprovechamiento, arraigo e incluso curiosidad hacia ella, hacia un vínculo defensivo, paranoico, de puertas adentro, que es la equivalencia local de lo que Ramón Piñango ha descrito como "un país sitiado por sí mismo".

Mientras más arriba está un ciudadano en la pirámide socioeconómica, más reducida tiende a ser su área de circulación dentro de Caracas.

Los ricos no usan el transporte público; la clase media trata de no usarlo, y se aísla de los otros.

En el este de Caracas tendemos a acudir a unos pocos cines y unos pocos automercados, a tener a los chamos en los colegios más cercanos, a encerrarnos los fines de semana en el mismo caminito de El Ávila o el mismo mall. Por eso nos encontramos con toda la gente que conocemos, porque vamos todos al mismo sitio. Y en las colas de las panaderías, las farmacias, las oficinas de Cantv y los bancos de siempre, en los negocios y servicios del gueto, nos quejamos a coro de lo dura que está la ciudad.

Pero ya casi no vemos la ciudad. Y la ciudad sigue estando ahí. No hay un bosque salvaje más allá del EPA de Chacaíto ni un mar de monstruos allende el B. O. Center. Lo que hay es gente. No necesariamente nos van a asaltar apenas crucemos la frontera que el miedo nos clavó en los ojos. Nos estamos perdiendo la remodelación del casco histórico, que hay que celebrar, y la recuperación de Sabana Grande. Como también nos perdemos los comederos árabes de Catia, las guayaberas del mercado de Guaicaipuro, los alfareros del Cementerio y el parque de El Pinar.

Nos sentimos superiores a los que viven en la provincia cuando en realidad circulamos por un área menor que La Victoria.

Y no es que le esté dando la razón al ministro Rodríguez Chacín cuando niega el drama de nuestra violencia cotidiana. Caracas es hostil, agobiante y tremendamente peligrosa. Pero no todo está perdido. La ciudad sigue viva, llena de gente que tiene tanto miedo como uno y que no es nuestra enemiga. Ahí están las amenazas, y no tenemos un gobierno que nos cuide, que esté de parte de los ciudadanos. Pero nosotros mismos hemos contribuido a encerrarnos. Nosotros mismos construimos los muros de un gueto aburridísimo que nos oculta la realidad y nos llena la cabeza de monstruos imaginarios.

Si nos damos la oportunidad de salir del gueto, aunque sea de vez en cuando, en el Metro, los fines de semana, encontraremos diversidad, complejidad, sorpresa. Tasquitas en La Candelaria, cafeterías en La Carlota, panaderías andinas en Quinta Crespo.

Hallaremos ofertas, historias, estímulos. Oasis como la casa Lorenzo A. Mendoza Quintero, en el bulevar Panteón. Hitos históricos como el Pasaje Zingg. Redescubriremos el lugar en que vivimos y veremos que no es tan malo. De paso, nos regalaremos el lujo de poder revisar nuestros prejuicios y de tratar de entender mejor qué clase de país tenemos.

Wednesday, July 02, 2008

La Lista Rufián

Teodor Petkoff

Editorial Tal Cual, miercoles 2 de julio de 2008

Russián anuncia más inhabilitaciones.

Seguramente tendrán la misma distribución política de las ya incluidas en la lista que lleva su nombre. Más del 80% de los inhabilitados no pertenecen al mundo del oficialismo. ¡Qué coincidencia! Un gobierno que tiene a su gente en todos los niveles de la administración pública, que gerencia (es una manera de hablar) 27 ministerios y cualquier cantidad de institutos autónomos, que tiene en un puño al Parlamento, al Poder Judicial, a la Fiscalía, a la Defensoría del Pueblo y, por supuesto, a la Contraloría; que controla 21 de 23 gobernaciones y a la Alcaldía Metropolitana de Caracas y casi 300 de 335 alcaldías, así como todos los concejos municipales, sólo "pone" menos del 20% de inhabilitados. La oposición, que tiene en sus manos sólo 2 de 23 gobernaciones, unas treinta alcaldías, y está fuera de todos los poderes públicos, suministra más del 80% de los inhabilitados. Y después, ese infeliz muñeco de ventrílocuo que ejerce la Contraloría sostiene impertérritamente que su gestión es imparcial y no tiene sesgo político.


¿Cómo explica Russián esta aberrante correlación existente en la Lista que lo ha hecho tan tristemente célebre? Mas, vayamos al fondo del asunto. Es absolutamente imposible, si nos atenemos a la Constitución, que un ciudadano pueda ser sancionado, así sea administrativamente, sin debido proceso ni sentencia judicial. Cuando el contralor "inhabilita", basándose en la Ley de Contraloría (más allá de que tal decisión sólo atañe a funcionarios públicos designados y no a los elegidos), toma una medida cautelar porque, presumida como es la inocencia en la legislación venezolana y en la propia Constitución (Artículo 49, numeral 2: "Toda persona se presume inocente mientras no se pruebe lo contrario"), sólo un juez podrá decidir si el "inhabilitado" es realmente culpable del delito o la irregularidad que motiva la inhabilitación. Si la sentencia fuere condenatoria y, además, ratificada en las instancias superiores, entonces y sólo entonces el ciudadano perdería sus derechos políticos. El artículo 65 de la Constitución es muy claro al respecto.

La inhabilitación, pues, configura una aberración jurídica realmente kafkiana. Una persona, cuya culpabilidad no ha sido demostrada mediante debido proceso y, por tanto, no ha sido condenada a ninguna pena pierde un derecho político esencial, como es el de ser elegida, por simple decisión administrativa. Esto es tanto o más grave que la Ley Sapo. Chávez debería pasearse por la tremenda raya internacional que está significando para su gobierno este hecho. Él sólo lee los boletines de prensa extranjera que le presenta Izarrita.

Mande a sondear por su cuenta opiniones políticas en otros países para que conozca realmente cómo se ve esto de la Lista Russián.