Tal cual Editorial
Teodoro Petkoff, October 31, 2005
“Yo estoy en desacuerdo con su
uso; me parece que arremete contra la
representación proporcional”
Jorge Rodríguez, 16 de agosto de 2005, sobre el tema de las morochas
L a Sala Constitucional del TSJ no produjo ninguna sorpresa. Un tribunal donde son magistrados, entre otros, individuos como el "Tramparente" Carrasquero, el audaz Velásquez Alvaray y el inefable Cabrerita, jamás habría fallado contra la voluntad de Yo El Supremo. Lo que ha ratificado la sentencia de la Sala Constitucional es la profundidad que ha alcanzado el autocratismo –la concentración de los poderes públicos en el puño del Presidente– como uno de los rasgos definitorios del gobierno. En todo cuanto atañe a los intereses políticos del chavismo el TSJ siempre decidirá a su favor.
¿Significa esto que no se debía haber intentado el recurso, como sugieren algunos? De ninguna manera. Cada vez que sea posible evidenciar, ante sus propias instancias, el autoritarismo, el autocratismo, el militarismo y la corrupción del gobierno, hay que hacerlo. Eso nunca se pierde y subraya la voluntad del país de no rendirse, por desventajosas que sean las circunstancias. Pero, además, la actuación ante el TSJ tiene efectos políticos. La progresiva disminución del agarre popular del chavismo está vinculada no sólo con la incapacidad del equipo de gobierno sino también con el desencanto creciente, entre sus propios partidarios, ante los abusos y atropellos que caracterizan su gestión. Una estrategia democrática para enfrentar al chavismo se alimenta de estos actos, por mucho que en el corto plazo parezcan inocuos.
Por otra parte, en el fondo nada ha cambiado en lo electoral. Antes del jueves pasado las morochas estaban vigentes y después de ese día el TSJ las mantuvo válidas.
No hay variación. Quien antes de la decisión del TSJ estaba decidido a votar no tiene por qué cambiar de idea.
Una línea de acción política no puede estarse cambiando a tenor de las contingencias que surjan en el camino –a menos que estas modifiquen completamente el cuadro, que no es el caso, porque, repetimos, la situación no es distinta:
había morochas y las sigue habiendo.
Todo el mundo sabe que la pelea está arreglada; todo el mundo sabe que el contrario tiene manoplas dentro de los guantes y que golpea bajo el cinturón; nadie ignora que el réferi está vendido y que los jueces son una punta de sinvergüenzas, pero así y todo hay que subir al ring. Perder por forfait es una manera de rendirse. Votar o no votar es una decisión política y no moral o ética. Una cosa o la otra dependen de las circunstancias. Es un asunto de eficiencia política. En las presentes condiciones de asimetría y obsceno ventajismo oficialista, por ello mismo, es mucho más eficiente que los partidos desarrollen una alternativa, para enjuiciar el pésimo gobierno, para denunciar y enfrentar el ventajismo, para organizar y movilizar a la población, mirando a un horizonte democrático de mediano y largo plazo, que seguir creyendo en los pajaritos preñados del 350, de cuya ineficiencia política ya se tienen sobradas pruebas. Pero, eso sí, partidos y candidatos tienen que ponerse en campaña, porque llamar a votar y no hacer campaña, ni organizar el aparato electoral, sería tan ineficiente como llamar a la abstención.
Una campaña enérgica e incansable es la mejor motivación.
Monday, October 31, 2005
Alma Guillermoprieto y el ornitorrinco de la prosa
El Nacional, October 31, 2005
Ibsen Martínez
Alfonso Reyes dijo del ensayo que era el “centauro de los géneros” y que en un buen ensayo “hay de todo y cabe todo”.
Lea usted ahora lo que otro mexicano, Juan Villoro, sabe decir de la crónica: “La crónica [de prensa] es el ornitorrinco de la prosa; incorpora toda clase de rasgos ajenos.
Es el más flexible de los géneros; se puede beneficiar del ensayo, la dramaturgia (las entrevistas concebidas como actos teatrales, la voz de proscenio de la que habla Tom Wolfe y que convierte a la opinión pública en un representante contemporáneo del coro griego), la narrativa (la evocación interior de los sucesos, al modo de Relato de un náufrago, donde García Márquez revive en primera persona un suceso que le ocurrió a otro). Se trata de un género muy versátil y que mejora por asociación: conocer las guerras púnicas y La Ilíada puede ser decisivo al momento de narrar un deporte; de igual manera, conocer la estructura de élites de una tribu y su comportamiento antropológico puede establecer un contrapunto con una crónica de costumbres de la alta sociedad del siglo xx”.
Probablemente el epítome de “ornitorrinco de la prosa” que es la crónica sea la escritora, también mexicana, Alma Guillermoprieto.
Uno de sus más brillantes trabajos, algo que sin duda la inscribe entre los escritores de nuestro continente que más lejos ha llegado en eso de tratar de hacérnoslo inteligible, es sin duda La Habana en un espejo (Debate, Random House Mondadori, Caracas, 2005.) Quien haya leído Al pie de un volcán te escribo, su colección de crónicas escritas en los años 90 sabrá exactamente lo que Villoro quiso decir. Si no lo ha hecho, considere que Guillermoprieto es para mí la cruza perfecta entre Carson McCullers y Greg Maddux en esto del dominio del ornitorrinco de la prosa.
Antes de seguir adelante, interesa advertir que las crónicas de Al pie de un volcán.. fueron originalmente escritas en inglés para The New Yorker. El volumen que las recogió originalmente se titula The heart that bleeds (Knopf, 1994) y fueron vertidas al castellano por ella misma y por el extraordinario ensayista colombiano, ya desaparecido, Hernando Valencia Goelkel.
Guillermoprieto escribió esas crónicas desde diversos países latinoamericanos donde permanecía a veces por largos períodos durante los cuales entablaba contacto con los más diversos ambientes, personajes y situaciones.
Las guerras de Colombia, por ejemplo. Ninguna de sus crónicas responde directamente al tipo de orden disfrazada de pregunta que haría un adocenado jefe de redacción:
“¿quién mandó a matar a Luis Donaldo Colossio?”.
Probablemente, luego de leer Años en que no fuimos felices: crónicas de la transición mexicana (Plaza y Janés, México, 1999) terminas por saberlo, pero no parece que ello sea lo que se propuso hacer al comenzar a escribir sus ornitorrincos que, para colmo de dicha o desconcierto, te hacen sensible a muchas otras cosas acerca de la transición mexicana, acerca de México, acerca de la vida.
La condición bilingüe de Guillermoprieto es característica de los tiempos que corren en el globalizado negocio editorial actual. Pero, prodigiosamente, el hecho de que escriba para lectores de habla inglesa, no le resta un ápice de esencial “latinoamericanidad” a su comprensión del amasijo de paradojas que es nuestro continente.
Recuerdo haber comentado más de una vez: “¡qué gran pieza escribiría Alma Guillermoprieto si viniera alguna vez a esta desconcertante Venezuela!”. El comentario siempre se me escapaba al final de una siempre irritada denuncia, compartida por casi todos los circunstantes, de lo mal que lo hacen la mayoría de los corresponsales extranjeros que nos visitan, o viven entre nosotros, desde que Chávez llegó al poder. No sería justo decir que no hay excepciones; esta nota versa sobre una de esas excepciones, pero no quiero dejar de mencionar entre ellas a Scott Johnson, a Peter Katel y, por sobre todos, a Gerardo Reyes.
Una de las actividades que llegaron copar mi tiempo hasta bien entrado 2004, fue recibir corresponsales a quienes alguien en su casa matriz les había dicho que yo podría darle una visión más o menos ecuánime de lo que aquí pasaba. Lo mismo le sigue pasando a Teodoro Petkoff, pero él es un político bajo el vellón de editor de un diario y el pobre no tiene escapatoria.
Yo, en cambio, dejé ya de tratar de ilustrar corresponsales extranjeros sobre lo que pasa.
Pero hubo un tiempo en que llegué a invertir horas y horas en obsequio de una mejor inteligencia del país, haciendo para el corresponsal distinciones que invariablemente comenzaban con:” si bien es cierto que” y proseguía con “no es menos cierto que...” .
Regresaba a casa pensando que había ayudado a un corresponsal a entender esta vaina tan loca e inasible en que vivimos y que sus lectores, al otro extremo del proceso, no verían en Chávez a un Robin Hood incomprendido ni en Gustavo Cisneros a un Ted Turner desinteresado.
Pues bien, eso era exactamente lo que algunos de ellos terminaban escribiendo. Muchos ofrecían la superchería que hace feliz a la Calle 8 de Miami y a los compatriotas que padecen a Chávez en Weston: Venezuela ha sido colonizada por Fidel Castro y cada médico de Barrio Adentro es un agente del G-2.
Pero la mayoría publicaba basura reciclada sobre la “élites blancas que desde 1492 joden a los etnias indígenas y los oligarcas populistas corruptos que escogían al ministro de Finanzas y se robaban todo el dinero de Pdvsa, esos tipos nunca pensaron en los pobres, sólo Chávez lo ha hecho, y es cierto que ha demolido lo poco de institucional que había en el país, pero es que hay prisa por ayudar a los pobres, y además esas instituciones sólo les importa a ese 46% de golpistas blancos que odian a Chávez porque es un filántropo antimperialista y afrodescendiente, etc”.
En suma: la enorme masa opositora invariablemente descrita como si fuésemos la minoría afrikaaner de Suráfrica en tiempos del apartheid. El catecismo de la izquierda bienpensante eurochavista sobre quién es Chávez, porqué sigue allí y porqué no importa que todas las instituciones del estado hayan terminado a su exclusivo servicio y nos estemos desbarrancando hacia eso que Fareed Zakaria llama “una democracia no liberal” : una “democracia” con menos y menos libertades cada día que pasa.
El más contumaz de estos “corresponsales” quizá sea Juan Forero, el sabueso que el New York Times nos envía cada cierto tiempo. Con su base de operaciones en Bogotá, Forero se pone de un salto en Venezuela cada vez que hay una remezón, e invariablemente envía a sus lectores algo que, lo crea usted o no, parece salido de la oficina de prensa de Miraflores o del disco duro de Ignacio Ramonet.
Alma Guillermoprieto se ha animado, al fin, a escribir sobre Venezuela y nuestras calamidades. Las dos primeras brillantes entregas que brinda a sus lectores han aparecido en la New York Review of Books (www.nybooks.com), en sus ediciones del 6 y el 20 de octubre de este año.
Se trata de dos textos que no desdicen de la probidad intelectual que ha hecho de Guillermoprieto un modelo viviente para muchísimos jóvenes periodistas en ambas riberas del Atlántico. No en balde haber participado en algún taller de los que ella ha dictado para la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano se cuenta en el curriculum de los más promisorios periodistas de nuestra lengua. En rigor, se trata de la reseña de cuatro libros escritos sobre Chávez pero es un ornitorrinco de la prosa, no hay duda. Y de los mejores que haya escrito nadie sobre el tema.
La primera de estas entregas se llama Don’ t Cry for me, Venezuela y la segunda The Gambler, (El jugador). Gran parte de este último trabajo versa sobre el indudable carisma personal, sobre el gran predicamento de que Chávez goza entre los pobres y sobre las opciones que se abren ante Chávez, el hombre. Pero yo lo arruinaría todo glosando a Alma Guillermoprieto. ¡Faltaría más!
Baste decir que me parece que los medios de prensa escrita venezolanos le deben a sus lectores una traducción de estas dos piezas. Si yo dirigiera un diario la desplegaría integralmente en sucesivas ediciones dominicales.
Hace poco, Adrián Liberman, psicólogo clínico e insoslayable columnista de esta casa, publicó en esta misma página, un devastador retrato moral de buena parte de la clase media venezolana que, al mismo tiempo, es una iconoclasta disección del modo patológico e inconducente como hasta ahora el grueso de esas clases media y alta han entendido y vivido la política en un país que, mal que nos pese, ya no volverá al status quo anterior a 1998.
Esas clases, autocomplacientes en lo moral y estultas en lo ciudadano, quieren ahora creer que el abstencionismo es la bomba de neutrones que acabará con Chávez, harían bien aprendiéndo de lo que el prodigioso detector de verdades subyacentes que es Alma Guillermoprieto ha entrevisto del futuro inmediato de los venezolanos.
El Nacional, October 31, 2005
Ibsen Martínez
Alfonso Reyes dijo del ensayo que era el “centauro de los géneros” y que en un buen ensayo “hay de todo y cabe todo”.
Lea usted ahora lo que otro mexicano, Juan Villoro, sabe decir de la crónica: “La crónica [de prensa] es el ornitorrinco de la prosa; incorpora toda clase de rasgos ajenos.
Es el más flexible de los géneros; se puede beneficiar del ensayo, la dramaturgia (las entrevistas concebidas como actos teatrales, la voz de proscenio de la que habla Tom Wolfe y que convierte a la opinión pública en un representante contemporáneo del coro griego), la narrativa (la evocación interior de los sucesos, al modo de Relato de un náufrago, donde García Márquez revive en primera persona un suceso que le ocurrió a otro). Se trata de un género muy versátil y que mejora por asociación: conocer las guerras púnicas y La Ilíada puede ser decisivo al momento de narrar un deporte; de igual manera, conocer la estructura de élites de una tribu y su comportamiento antropológico puede establecer un contrapunto con una crónica de costumbres de la alta sociedad del siglo xx”.
Probablemente el epítome de “ornitorrinco de la prosa” que es la crónica sea la escritora, también mexicana, Alma Guillermoprieto.
Uno de sus más brillantes trabajos, algo que sin duda la inscribe entre los escritores de nuestro continente que más lejos ha llegado en eso de tratar de hacérnoslo inteligible, es sin duda La Habana en un espejo (Debate, Random House Mondadori, Caracas, 2005.) Quien haya leído Al pie de un volcán te escribo, su colección de crónicas escritas en los años 90 sabrá exactamente lo que Villoro quiso decir. Si no lo ha hecho, considere que Guillermoprieto es para mí la cruza perfecta entre Carson McCullers y Greg Maddux en esto del dominio del ornitorrinco de la prosa.
Antes de seguir adelante, interesa advertir que las crónicas de Al pie de un volcán.. fueron originalmente escritas en inglés para The New Yorker. El volumen que las recogió originalmente se titula The heart that bleeds (Knopf, 1994) y fueron vertidas al castellano por ella misma y por el extraordinario ensayista colombiano, ya desaparecido, Hernando Valencia Goelkel.
Guillermoprieto escribió esas crónicas desde diversos países latinoamericanos donde permanecía a veces por largos períodos durante los cuales entablaba contacto con los más diversos ambientes, personajes y situaciones.
Las guerras de Colombia, por ejemplo. Ninguna de sus crónicas responde directamente al tipo de orden disfrazada de pregunta que haría un adocenado jefe de redacción:
“¿quién mandó a matar a Luis Donaldo Colossio?”.
Probablemente, luego de leer Años en que no fuimos felices: crónicas de la transición mexicana (Plaza y Janés, México, 1999) terminas por saberlo, pero no parece que ello sea lo que se propuso hacer al comenzar a escribir sus ornitorrincos que, para colmo de dicha o desconcierto, te hacen sensible a muchas otras cosas acerca de la transición mexicana, acerca de México, acerca de la vida.
La condición bilingüe de Guillermoprieto es característica de los tiempos que corren en el globalizado negocio editorial actual. Pero, prodigiosamente, el hecho de que escriba para lectores de habla inglesa, no le resta un ápice de esencial “latinoamericanidad” a su comprensión del amasijo de paradojas que es nuestro continente.
Recuerdo haber comentado más de una vez: “¡qué gran pieza escribiría Alma Guillermoprieto si viniera alguna vez a esta desconcertante Venezuela!”. El comentario siempre se me escapaba al final de una siempre irritada denuncia, compartida por casi todos los circunstantes, de lo mal que lo hacen la mayoría de los corresponsales extranjeros que nos visitan, o viven entre nosotros, desde que Chávez llegó al poder. No sería justo decir que no hay excepciones; esta nota versa sobre una de esas excepciones, pero no quiero dejar de mencionar entre ellas a Scott Johnson, a Peter Katel y, por sobre todos, a Gerardo Reyes.
Una de las actividades que llegaron copar mi tiempo hasta bien entrado 2004, fue recibir corresponsales a quienes alguien en su casa matriz les había dicho que yo podría darle una visión más o menos ecuánime de lo que aquí pasaba. Lo mismo le sigue pasando a Teodoro Petkoff, pero él es un político bajo el vellón de editor de un diario y el pobre no tiene escapatoria.
Yo, en cambio, dejé ya de tratar de ilustrar corresponsales extranjeros sobre lo que pasa.
Pero hubo un tiempo en que llegué a invertir horas y horas en obsequio de una mejor inteligencia del país, haciendo para el corresponsal distinciones que invariablemente comenzaban con:” si bien es cierto que” y proseguía con “no es menos cierto que...” .
Regresaba a casa pensando que había ayudado a un corresponsal a entender esta vaina tan loca e inasible en que vivimos y que sus lectores, al otro extremo del proceso, no verían en Chávez a un Robin Hood incomprendido ni en Gustavo Cisneros a un Ted Turner desinteresado.
Pues bien, eso era exactamente lo que algunos de ellos terminaban escribiendo. Muchos ofrecían la superchería que hace feliz a la Calle 8 de Miami y a los compatriotas que padecen a Chávez en Weston: Venezuela ha sido colonizada por Fidel Castro y cada médico de Barrio Adentro es un agente del G-2.
Pero la mayoría publicaba basura reciclada sobre la “élites blancas que desde 1492 joden a los etnias indígenas y los oligarcas populistas corruptos que escogían al ministro de Finanzas y se robaban todo el dinero de Pdvsa, esos tipos nunca pensaron en los pobres, sólo Chávez lo ha hecho, y es cierto que ha demolido lo poco de institucional que había en el país, pero es que hay prisa por ayudar a los pobres, y además esas instituciones sólo les importa a ese 46% de golpistas blancos que odian a Chávez porque es un filántropo antimperialista y afrodescendiente, etc”.
En suma: la enorme masa opositora invariablemente descrita como si fuésemos la minoría afrikaaner de Suráfrica en tiempos del apartheid. El catecismo de la izquierda bienpensante eurochavista sobre quién es Chávez, porqué sigue allí y porqué no importa que todas las instituciones del estado hayan terminado a su exclusivo servicio y nos estemos desbarrancando hacia eso que Fareed Zakaria llama “una democracia no liberal” : una “democracia” con menos y menos libertades cada día que pasa.
El más contumaz de estos “corresponsales” quizá sea Juan Forero, el sabueso que el New York Times nos envía cada cierto tiempo. Con su base de operaciones en Bogotá, Forero se pone de un salto en Venezuela cada vez que hay una remezón, e invariablemente envía a sus lectores algo que, lo crea usted o no, parece salido de la oficina de prensa de Miraflores o del disco duro de Ignacio Ramonet.
Alma Guillermoprieto se ha animado, al fin, a escribir sobre Venezuela y nuestras calamidades. Las dos primeras brillantes entregas que brinda a sus lectores han aparecido en la New York Review of Books (www.nybooks.com), en sus ediciones del 6 y el 20 de octubre de este año.
Se trata de dos textos que no desdicen de la probidad intelectual que ha hecho de Guillermoprieto un modelo viviente para muchísimos jóvenes periodistas en ambas riberas del Atlántico. No en balde haber participado en algún taller de los que ella ha dictado para la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano se cuenta en el curriculum de los más promisorios periodistas de nuestra lengua. En rigor, se trata de la reseña de cuatro libros escritos sobre Chávez pero es un ornitorrinco de la prosa, no hay duda. Y de los mejores que haya escrito nadie sobre el tema.
La primera de estas entregas se llama Don’ t Cry for me, Venezuela y la segunda The Gambler, (El jugador). Gran parte de este último trabajo versa sobre el indudable carisma personal, sobre el gran predicamento de que Chávez goza entre los pobres y sobre las opciones que se abren ante Chávez, el hombre. Pero yo lo arruinaría todo glosando a Alma Guillermoprieto. ¡Faltaría más!
Baste decir que me parece que los medios de prensa escrita venezolanos le deben a sus lectores una traducción de estas dos piezas. Si yo dirigiera un diario la desplegaría integralmente en sucesivas ediciones dominicales.
Hace poco, Adrián Liberman, psicólogo clínico e insoslayable columnista de esta casa, publicó en esta misma página, un devastador retrato moral de buena parte de la clase media venezolana que, al mismo tiempo, es una iconoclasta disección del modo patológico e inconducente como hasta ahora el grueso de esas clases media y alta han entendido y vivido la política en un país que, mal que nos pese, ya no volverá al status quo anterior a 1998.
Esas clases, autocomplacientes en lo moral y estultas en lo ciudadano, quieren ahora creer que el abstencionismo es la bomba de neutrones que acabará con Chávez, harían bien aprendiéndo de lo que el prodigioso detector de verdades subyacentes que es Alma Guillermoprieto ha entrevisto del futuro inmediato de los venezolanos.
Ramos Allup y las cartas marcadas
El Nacional, Monday 31. October 2005
Armando Duran
El pasado jueves, durante la audiencia constitucional para resolver el recurso de amparo contra la maniobra electoral conocida como “las morochas”, Henry Ramos Allup tuvo sus 15 minutos de esplendor. Esplendor jurídico, aunque no político. No sólo demostró en ese intenso cuarto de hora su habilidad de abogado litigante, sino que dejó a sus contrincantes, los poderes judicial y electoral, el Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo, en el mayor de los ridículos. Sin embargo, políticamente, puso bien en claro su insuficiencia para estar a la altura de las circunstancias.
¿Cómo es posible que tantas décadas de quehacer político terminaran en un acto de tan suprema ingenuidad?
En todo caso, tan frustrado quedó al darse cuenta de que una vez más le habían tomado el pelo, que al final de su impecable réplica jurídico-parlamentaria advirtió: “La oposición necesita razones para participar en las elecciones, porque cada día hay más razones para no participar”.
Amenaza, por supuesto, puramente retórica. Ese mismo día, para despejar cualquier posible duda sobre la futura conducta de los partidos políticos de la oposición, todos sus dirigentes, comenzando por Jesús Méndez Quijada, presidente de la tolda blanca, sostuvieron que la oposición seguirá en la lucha. Entiéndase, en la lucha electoral. No en balde, José Vicente Rangel les clavó el estoque de su ironía hasta la cruz cuando afirmó que Acción Democrática “se había acordado de sus buenos tiempos y a través de Ramos Allup fijó una línea para los sectores de oposición: actuó como interlocutor importante y se desvinculó de los sectores que buscan con sus posiciones impulsar la violencia y el desconocimiento de las instituciones”.
El sainete sólo había servido para que el régimen legalizara ante la comunidad internacional la muerte de la representación proporcional de las minorías.
Un espectáculo patético
Todos tuvimos la oportunidad de presenciar la pantomima en vivo y en directo.
Gracias a las cámaras de la televisión, vimos y escuchamos la estulticia de los consultores jurídicos del Consejo Nacional Electoral y de la Defensoría del Pueblo.
Incluso fuimos testigos estupefactos de la afición de este último por la goma de mascar.
Incansable, a mandíbula batiente, el jurista se entregó durante toda la jornada al precario placer de darle gusto a su paladar.
También nos quedamos admirados, una vez más, ante la afectada dicción de William Lara y ante la escasa elocuencia de Carlos Escarrá. Y finalmente nos dominó la confusión cuando escuchamos a la fiscal Orihuela darnos una lección magistral de ambigüedad. ¿Era esa toda la artillería de que disponía el régimen para hacer valer sus puntos de vista?
De todos modos, ese primer round del encuentro, al margen de que todas las palabras de los múltiples voceros del oficialismo apuntaron con estudiada y grosera precisión en el mismo y previsto sentido, el torneo se mantuvo dentro de los límites de las formalidades jurídicas. Tras la segunda y punzante intervención de Ramos Allup, sin embargo, la situación cambió con súbita brusquedad. En esos 15 minutos, el secretario general de Acción Democrática metió el dedo hasta el fondo de la llaga. Las réplicas de régimen se politizaron sin el menor pudor. Jorge Rodríguez, Isaías Rodríguez y Germán Mundaraín, rasgadas sus inocentes vestiduras por la intervención de Ramos Allup, se vieron obligados a hacer ostensibles galas de su lealdad, no a la justicia y al derecho, sino a los intereses de la revolución. Todo el poder para los soviets, que en esta encrucijada de la historia política de Venezuela significa todos los cargos para quien gane.
Cualquier cosa, incluso violar su propia Constitución, con tal de obtener la mayoría suficiente en la próxima Asamblea Nacional para reformar su contenido y garantizarle al Presidente Hugo Chávez plenos poderes. Primer e imprescindible paso para llegar, antes de las elecciones presidenciales del año que viene, a la ansiada dictadura constitucional.
Participar o no participar
El efecto razonable de esta simulación era que los partidos de oposición, resumieran su rechazo político y ético ante la arbitrariedad, anunciando el retiro inmediato de sus candidatos a la Asamblea Nacional.
El grave problema de las elecciones del próximo 4 de diciembre no era la aplicación de esa argucia llamada “morochas”. El meollo del asunto es la manipulación perversa del Registro Electoral Permanente, la aún más siniestra combinación de máquinas de votar, cazahuellas y cuadernos electrónicos, el escrutinio electrónico y la comprobación manual de sólo unas pocas cajas de recibos de votación, seleccionadas, naturalmente, por máquinas electrónicas fácilmente manipulables. Sin embargo, y de manera inconfundible, los partidos de la oposición electoralista concentraron todas sus energías en el tema de “las morochas”, como si los otros factores, los decisivos, carecieran de importancia. Y en este extraño afán de confundir el rábano con las hojas, Ramos Allup, el accionante del recurso de amparo, declaró que su solicitud “estaba blindada”.
Una frase que necesariamente nos remitió a la triste insistencia de la Coordinadora Democrática al señalar hasta el cansancio que el referéndum revocatorio “estaba blindado”.
Por supuesto, en esta Venezuela de infinitas incertidumbres, lo único que está blindado es la voluntad de Chávez.
¿Quién, en su sano juicio, podía considerar que la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en nombre del Estado de Derecho, estaba resuelta a desafiar a Chávez y recomponer el porvenir político del país? ¿Quién le garantizó a Ramos Allup que la sentencia de esta Sala Constitucional iba a ser favorable al dichoso recurso de amparo? Peor aún: ¿por qué extraña razón, del mismo modo que el inesperado triunfo del No en el revocatorio “sorprendió” a la Coordinadora Democrática sin una respuesta convincente en defensa de sus electores, la oposición ha tomado el ostensible, público y notorio atropello al derecho de los venezolanos a elegir como si en realidad no hubiera ocurrido nada? Y si así fuera, ¿por qué Ramos Allup habló de que cada vez existen menos razones para participar en los comicios del 4 de diciembre? ¿Qué quiso realmente decir?
¿Un simple saludo a la bandera?
La certeza de Chávez
Con esta dirigencia de la oposición, ciertamente, Chávez no corre ningún peligro.
Puede que se sienta amenazado por un posible estallido social, por una hipotética inquietud en algunos sectores de la Fuerza Armada Nacional, pero no por unos partidos dispuestos a cualquier cosa con tal de no perder algún que otro mínimo espacio electoral. Esta certeza la tiene Chávez desde hace años. Una certeza que le permite actuar en todo momento con gran impunidad. Y gracias a la cual puede decirle al mundo que en Venezuela reina la democracia y que si él gana todas las elecciones es culpa de sus adversarios, incapaces de conquistar la confianza de los electores.
Eso ocurrió con el revocatorio. Se denunció el fraude, pero la participación en un evento electoral plagado de irregularidades desde su etapa inicial, y la discapacidad de dar la pelea para sustentar la denuncia, dejó a la oposición sin argumentos ante la comunidad internacional. Admitir ahora la decisión de la Sala Constitucional y reiterar estruendosamente la aceptación de “las morochas” como mecanismo electoral, sencillamente legitimiza su aplicación y el resultado absolutamente adverso que se anunciará poco después de cerrar las mesas de votación, en la noche del 4 de diciembre o en la madrugada siguiente.
Ni una sola protesta tendrá validez entonces y, una vez más, podrá Chávez jactarse del amplio y creciente respaldo popular que disfruta el régimen. Todo el mundo, al margen de cualquier sospecha, reconocerá como bueno el desenlace de estos comicios parlamentarios. Si los partidos de la oposición participan es esas elecciones sin chistar y luego aceptan sus resultados, ¿por qué la comunidad internacional tendría que señalar a Chávez con un dedo acusador?
De nuevo, este es el centro del debate.
No se trata, como las partes interesadas proclaman, de sumarse al esfuerzo unitario de la oposición. Tal esfuerzo no existe. Lo que los partidos han alcanzado es una alianza electoralista. Nada más. La única y auténtica unidad es la de los dirigentes con su pueblo. Y esa unidad, en el campo opositor, se rompió la madrugada del 16 de agosto del año pasado. Hasta ese instante, la unidad de propósito –revocarle a Chávez su mandato– había unido a los venezolanos opositores con sus presuntos dirigentes.
Desde ese día de parálisis y abandono, la ruptura se hizo irreversible. Quizá, si lo ocurrido en el TSJ el pasado jueves hubiera generado una reacción contundente de los partidos de oposición, la de retirar sus candidaturas, si al menos hubieran declarado que ante este nuevo desafuero estudiarían seriamente esa opción, habría existido la posibilidad de remendar el desecho capote. En cambio, haber asumido tan franciscanamente la sentencia de la Sala Constitucional, sencillamente echa por tierra la oportunidad de constituir un formidable frente opositor. Ese era, en definitiva, el único sentido de introducir un recurso de amparo constitucional contra “las morochas”. Para utilizar el abuso de poder del TSJ como factor aglutinador del pueblo opositor. No hacerlo, condena al antichavismo al más tenebroso ostracismo. De ahí el elogio envenenado de Rangel a Acción Democrática y a Ramos Allup. Acceder a participar en el juego electoral con las cartas marcadas, en definitiva, anula hasta el derecho al pataleo. Para mayor gloria de Chávez, gracias a Ramos Allup y a los partidos políticos de la oposición.
El Nacional, Monday 31. October 2005
Armando Duran
El pasado jueves, durante la audiencia constitucional para resolver el recurso de amparo contra la maniobra electoral conocida como “las morochas”, Henry Ramos Allup tuvo sus 15 minutos de esplendor. Esplendor jurídico, aunque no político. No sólo demostró en ese intenso cuarto de hora su habilidad de abogado litigante, sino que dejó a sus contrincantes, los poderes judicial y electoral, el Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo, en el mayor de los ridículos. Sin embargo, políticamente, puso bien en claro su insuficiencia para estar a la altura de las circunstancias.
¿Cómo es posible que tantas décadas de quehacer político terminaran en un acto de tan suprema ingenuidad?
En todo caso, tan frustrado quedó al darse cuenta de que una vez más le habían tomado el pelo, que al final de su impecable réplica jurídico-parlamentaria advirtió: “La oposición necesita razones para participar en las elecciones, porque cada día hay más razones para no participar”.
Amenaza, por supuesto, puramente retórica. Ese mismo día, para despejar cualquier posible duda sobre la futura conducta de los partidos políticos de la oposición, todos sus dirigentes, comenzando por Jesús Méndez Quijada, presidente de la tolda blanca, sostuvieron que la oposición seguirá en la lucha. Entiéndase, en la lucha electoral. No en balde, José Vicente Rangel les clavó el estoque de su ironía hasta la cruz cuando afirmó que Acción Democrática “se había acordado de sus buenos tiempos y a través de Ramos Allup fijó una línea para los sectores de oposición: actuó como interlocutor importante y se desvinculó de los sectores que buscan con sus posiciones impulsar la violencia y el desconocimiento de las instituciones”.
El sainete sólo había servido para que el régimen legalizara ante la comunidad internacional la muerte de la representación proporcional de las minorías.
Un espectáculo patético
Todos tuvimos la oportunidad de presenciar la pantomima en vivo y en directo.
Gracias a las cámaras de la televisión, vimos y escuchamos la estulticia de los consultores jurídicos del Consejo Nacional Electoral y de la Defensoría del Pueblo.
Incluso fuimos testigos estupefactos de la afición de este último por la goma de mascar.
Incansable, a mandíbula batiente, el jurista se entregó durante toda la jornada al precario placer de darle gusto a su paladar.
También nos quedamos admirados, una vez más, ante la afectada dicción de William Lara y ante la escasa elocuencia de Carlos Escarrá. Y finalmente nos dominó la confusión cuando escuchamos a la fiscal Orihuela darnos una lección magistral de ambigüedad. ¿Era esa toda la artillería de que disponía el régimen para hacer valer sus puntos de vista?
De todos modos, ese primer round del encuentro, al margen de que todas las palabras de los múltiples voceros del oficialismo apuntaron con estudiada y grosera precisión en el mismo y previsto sentido, el torneo se mantuvo dentro de los límites de las formalidades jurídicas. Tras la segunda y punzante intervención de Ramos Allup, sin embargo, la situación cambió con súbita brusquedad. En esos 15 minutos, el secretario general de Acción Democrática metió el dedo hasta el fondo de la llaga. Las réplicas de régimen se politizaron sin el menor pudor. Jorge Rodríguez, Isaías Rodríguez y Germán Mundaraín, rasgadas sus inocentes vestiduras por la intervención de Ramos Allup, se vieron obligados a hacer ostensibles galas de su lealdad, no a la justicia y al derecho, sino a los intereses de la revolución. Todo el poder para los soviets, que en esta encrucijada de la historia política de Venezuela significa todos los cargos para quien gane.
Cualquier cosa, incluso violar su propia Constitución, con tal de obtener la mayoría suficiente en la próxima Asamblea Nacional para reformar su contenido y garantizarle al Presidente Hugo Chávez plenos poderes. Primer e imprescindible paso para llegar, antes de las elecciones presidenciales del año que viene, a la ansiada dictadura constitucional.
Participar o no participar
El efecto razonable de esta simulación era que los partidos de oposición, resumieran su rechazo político y ético ante la arbitrariedad, anunciando el retiro inmediato de sus candidatos a la Asamblea Nacional.
El grave problema de las elecciones del próximo 4 de diciembre no era la aplicación de esa argucia llamada “morochas”. El meollo del asunto es la manipulación perversa del Registro Electoral Permanente, la aún más siniestra combinación de máquinas de votar, cazahuellas y cuadernos electrónicos, el escrutinio electrónico y la comprobación manual de sólo unas pocas cajas de recibos de votación, seleccionadas, naturalmente, por máquinas electrónicas fácilmente manipulables. Sin embargo, y de manera inconfundible, los partidos de la oposición electoralista concentraron todas sus energías en el tema de “las morochas”, como si los otros factores, los decisivos, carecieran de importancia. Y en este extraño afán de confundir el rábano con las hojas, Ramos Allup, el accionante del recurso de amparo, declaró que su solicitud “estaba blindada”.
Una frase que necesariamente nos remitió a la triste insistencia de la Coordinadora Democrática al señalar hasta el cansancio que el referéndum revocatorio “estaba blindado”.
Por supuesto, en esta Venezuela de infinitas incertidumbres, lo único que está blindado es la voluntad de Chávez.
¿Quién, en su sano juicio, podía considerar que la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en nombre del Estado de Derecho, estaba resuelta a desafiar a Chávez y recomponer el porvenir político del país? ¿Quién le garantizó a Ramos Allup que la sentencia de esta Sala Constitucional iba a ser favorable al dichoso recurso de amparo? Peor aún: ¿por qué extraña razón, del mismo modo que el inesperado triunfo del No en el revocatorio “sorprendió” a la Coordinadora Democrática sin una respuesta convincente en defensa de sus electores, la oposición ha tomado el ostensible, público y notorio atropello al derecho de los venezolanos a elegir como si en realidad no hubiera ocurrido nada? Y si así fuera, ¿por qué Ramos Allup habló de que cada vez existen menos razones para participar en los comicios del 4 de diciembre? ¿Qué quiso realmente decir?
¿Un simple saludo a la bandera?
La certeza de Chávez
Con esta dirigencia de la oposición, ciertamente, Chávez no corre ningún peligro.
Puede que se sienta amenazado por un posible estallido social, por una hipotética inquietud en algunos sectores de la Fuerza Armada Nacional, pero no por unos partidos dispuestos a cualquier cosa con tal de no perder algún que otro mínimo espacio electoral. Esta certeza la tiene Chávez desde hace años. Una certeza que le permite actuar en todo momento con gran impunidad. Y gracias a la cual puede decirle al mundo que en Venezuela reina la democracia y que si él gana todas las elecciones es culpa de sus adversarios, incapaces de conquistar la confianza de los electores.
Eso ocurrió con el revocatorio. Se denunció el fraude, pero la participación en un evento electoral plagado de irregularidades desde su etapa inicial, y la discapacidad de dar la pelea para sustentar la denuncia, dejó a la oposición sin argumentos ante la comunidad internacional. Admitir ahora la decisión de la Sala Constitucional y reiterar estruendosamente la aceptación de “las morochas” como mecanismo electoral, sencillamente legitimiza su aplicación y el resultado absolutamente adverso que se anunciará poco después de cerrar las mesas de votación, en la noche del 4 de diciembre o en la madrugada siguiente.
Ni una sola protesta tendrá validez entonces y, una vez más, podrá Chávez jactarse del amplio y creciente respaldo popular que disfruta el régimen. Todo el mundo, al margen de cualquier sospecha, reconocerá como bueno el desenlace de estos comicios parlamentarios. Si los partidos de la oposición participan es esas elecciones sin chistar y luego aceptan sus resultados, ¿por qué la comunidad internacional tendría que señalar a Chávez con un dedo acusador?
De nuevo, este es el centro del debate.
No se trata, como las partes interesadas proclaman, de sumarse al esfuerzo unitario de la oposición. Tal esfuerzo no existe. Lo que los partidos han alcanzado es una alianza electoralista. Nada más. La única y auténtica unidad es la de los dirigentes con su pueblo. Y esa unidad, en el campo opositor, se rompió la madrugada del 16 de agosto del año pasado. Hasta ese instante, la unidad de propósito –revocarle a Chávez su mandato– había unido a los venezolanos opositores con sus presuntos dirigentes.
Desde ese día de parálisis y abandono, la ruptura se hizo irreversible. Quizá, si lo ocurrido en el TSJ el pasado jueves hubiera generado una reacción contundente de los partidos de oposición, la de retirar sus candidaturas, si al menos hubieran declarado que ante este nuevo desafuero estudiarían seriamente esa opción, habría existido la posibilidad de remendar el desecho capote. En cambio, haber asumido tan franciscanamente la sentencia de la Sala Constitucional, sencillamente echa por tierra la oportunidad de constituir un formidable frente opositor. Ese era, en definitiva, el único sentido de introducir un recurso de amparo constitucional contra “las morochas”. Para utilizar el abuso de poder del TSJ como factor aglutinador del pueblo opositor. No hacerlo, condena al antichavismo al más tenebroso ostracismo. De ahí el elogio envenenado de Rangel a Acción Democrática y a Ramos Allup. Acceder a participar en el juego electoral con las cartas marcadas, en definitiva, anula hasta el derecho al pataleo. Para mayor gloria de Chávez, gracias a Ramos Allup y a los partidos políticos de la oposición.
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