An interview to Caroline de Oteyza
El Nacional, April 7 2003
La izquierda europea nos observa desde una óptica colonialista”
Historiadora e investigadora de la comunicación, Oteyza piensa que el proyecto político de Hugo Chávez no es democrático y que el último obstáculo que enfrenta es la libertad de expresión. Afirma que los medios de comunicación son el muro de contención de la democracia y que llegará el momento de retomar la discusión sobre las desviaciones en las que han caído
MARIANELA BALBI
--------------------------------------------------------------------------------
Resulta por lo menos extraño que una francesa, activista de aquella juventud soixante-huitard que desencajara adoquines de las calles parisinas del Barrio Latino y los modos antiguos de las universidades en el mayo del 68, decida presentarse con el apellido de un esposo venezolano y guarde para pocos el Bosc-Bierne de su origen galo. Pero no resulta tan extraño cuando se constata el arraigo de Caroline de Oteyza en Venezuela, luego de 25 años de profundizar en el país, tres hijos “más criollos que la arepa” y muchas horas de enseñanza en las aulas de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello, además de los tantos desvelos en el Centro de Investigaciones de la Comunicación que dirige en el alma mater de los jesuitas.
Allí encontró el espacio perfecto donde combinar su naturaleza de investigadora con el gusto por la historia y la pasión por las nuevas tecnologías de la comunicación, oficios éstos que han guiado su labor y que han dado frutos como el trabajo multimedia con los archivos de la compañía Shell y el ordenamiento digital de materiales periodísticos de enorme valor, como los de Sofía Imber y Carlos Rangel, Miguel Otero Silva, Arturo Uslar Pietri, entre otros.
Trabajar en el rescate de la memoria de un pasado cargado de valores y de momentos ajenos a la historia que decide contar el discurso oficial, le ha permitido a Caroline de Oteyza detenerse en un terreno intermedio desde donde revalorizar episodios y descubrir esos restos de colonialismo que se develan en la posición manifiesta de cierta intelectualidad de la izquierda exquisita del Primer Mundo a la hora de mirar la realidad venezolana.
Obsesión futurista
–Hemos oído con demasiada frecuencia que somos un país sin memoria, que no atesora, que no resguarda ese pasado que ayuda a aprender de la experiencia, de los errores históricos. ¿Cree que eso ha influido en el desarrollo de los acontecimientos actuales?
–Los venezolanos han estado siempre muy obsesionados por el futuro, por la novedad, por ese mito de lo nuevo, por la preeminencia de lo joven, del cuerpo, en lugar de la experiencia y la madurez que eran los valores de aquella sociedad pre-68. Aquí, por ejemplo, la tecnología celular entró mucho antes que en los países de Europa.
No sé si eso tiene que ver con el petróleo y el hecho de ser una sociedad minera. En los 25 años que tengo viviendo en Venezuela, observo que la cotidianidad y el desarrollo siguen el vértigo de las curvas de aumento y depresión de los precios del petróleo. Esa obsesión por el futuro tiene algo positivo y es la apertura hacia lo nuevo,
lo diferente, pero te hace olvidar la importancia de mirar para atrás.
–¿Qué ha observado cuando mira hacia nuestra historia a través de sus trabajos de investigación y revisión de colecciones?
–En la universidad me tocó, por carambola, trabajar con el archivo de la compañía Shell de los años cincuenta. Cuando trabajamos con esas 17.000 imágenes antropológicas y culturales, observé un país no sólo pujante, sino con una mentalidad a largo plazo. Proyectos como la construcción de autopistas, unidades educativas y hospitales en toda Venezuela, esas obras con dimensiones de modernidad como la Ciudad Universitaria, la red de electricidad, el sistema de riego del río Guárico para los arrozales de Calabozo. Ese país no se percibo ahora. Y el venezolano no parece verlo porque le cuesta enraizarse: pensamos que la memoria es caer en esas conexiones superficiales con los mitos, como el de Bolívar, por ejemplo.
“Uno ve en ese archivo a venezolanos capaces, comprometidos con su país, que desarrollaron inversiones que trajeron beneficios sociales en salud, educación, infraestructura. Cuando veo ese trabajo, me digo: esto fue hecho por los venezolanos. Después vino el boom petrolero. A veces –sin deseos de excusar a nadie– me pregunto:
si esa masa de dinero cayera sobre cualquier otro país, ¿qué le sucedería? Quizás afecte menos a una nación con mayor resistencia cultural e institucional, pero no creo que eso deje ileso a nadie”.
–Fue entonces una tragedia, en lugar de una bendición.
–Bueno, yo he criticado mucho el mayamerismo, el “ta’ barato”, pero también vemos a toda esa gente en la calle que es producto de Fundayacucho, del petróleo. Yo oigo el discurso de que aquí todo es malo y pienso que mucha gente compró la idea de los horrores del puntofijismo. Me pregunto de dónde proviene Chávez, quien asegura que su casa tenía piso de tierra y se puso zapatos a los siete años, y sin embargo llegó a teniente coronel. No sé en qué otro país sea posible que en una generación pueda alguien dar ese paso.
Como el sha
–¿Cómo puede entonces ese venezolano, que mira al futuro, conectarse con un personaje como Chávez, que retrocede a un imaginario rural, a una fantasía decimonónica?
–No, definitivamente no encajan uno con el otro. En el pasado hubo alternativas, es cierto que no perfectas, pero es que aquí las cosas o son perfectas o no sirven para nada, no hay matices. La gente se ha acostumbrado a eso. Vuelvo al tema de las becas Mariscal de Ayacucho, que han dotado al país de un tejido profesional y técnico que ya quisiera uno saber dónde en América Latina hubo esa oportunidad. Esa gente es la que está en la calle. Los otros fueron a Miami –no la clase media alta– y tuvieron posibilidad de ver un modo de vida referencial del Primer Mundo. Durante 20 años, algo queda de eso.
“Asocio esa preferencia de Chávez por lo rural con aquel proceso que sufrió Irán con la caída del sha, por lo que tiene de reacción frente a la modernización. El proyecto de Chávez es conservador hasta los tuétanos, reaccionario; lo de revolución es un adorno. Por ejemplo, aquel país tuvo visos de modernización en relación con la mujer, y luego eso se revocó en nombre de la religión, de la tradición.
Aquí estamos igual cuando Héctor Navarro se refiere a que debemos volver a la pizarra y la tiza. Ese regreso a la ruralización está muy cercano al fundamentalismo, por lo que tiene de confrontación entre la cultura occidental y la oriental y entre la modernización y las tradiciones.
–¿Es que acaso Chávez le teme a la modernización?
–En el fondo, es una reacción a la modernización política, que supone la descentralización, la elección de gobernadores, el acercamiento del ciudadano al poder.
Quiere volver a centralizar el país, porque el suyo, políticamente, es un proyecto reaccionario.
Soberbia intelectual
–¿Por qué ha habido tanta incomprensión de la situación venezolana por parte de la intelectualidad europea, y de la francesa en particular?
–Para el movimiento altiglobalización occidental, lo que está pasando en Venezuela se ha convertido en el episodio más preciado.
Ahora, no hay gente más adepta al concepto global que esos mismos antiglobalizadores.
¿Qué es Le Monde Diplomatique?
Un medio global con millón y medio de lectores en árabe, inglés, alemán, español.
–¿Qué elementos están influyendo en esa percepción de América Latina, entonces?
–Una pelea por el poder, de la maquinaria de la izquierda. Cuando oyes los argumentos de los admiradores del proceso chavista, en Europa y en la izquierda norteamericana, descubres esa percepción de que en Latinoamérica no se puede ser blanco y vivir decentemente.
Es un monopolio reservado a la clase media de un país desarrollado. Me pregunto: ¿quiénes son ellos para venir a dar discursos sobre si la clase media es golpista y oligarca? ¿Cómo pueden interpretar así a un país que tiene a los intelectuales y creadores alzados, a los estudiantes universitarios protestando, a los académicos firmando comunicados?
Pero todo se reduce a que los periodistas son golpistas y fascistas.
Me pregunto qué intelectual honesto de esos países acepta que los periodistas en sus países sean calificados de fascistas.
“Quisiera oír a Ignacio Ramonet si Chirac dijera las cosas que ha dicho Chávez de los periodistas, o si decidiera no recibir a los reporteros locales pero dijera que CNN es una maravilla. O es candidez –lo cual es difícil de creer–, o es el convencimiento de que la libertad de prensa está muy bien pero sólo para Francia, donde no puedes tocar un periodista, y mira que los hay malos también. Allí hay resabios culturales de colonialismo.
Es un irrespeto que lleguen a Venezuela sin hablar la lengua, se instalen en la piscina de un hotel cinco estrellas, contacten a la embajada y entonces pretendan hablar de la oligarquía golpista.
Es una mirada colonialista del “ahí vengo yo, que interpreto y explico” sin tener la humildad de averiguar. Demuestran una gran soberbia intelectual.
–Algunos analistas han afirmado que el problema es que los medios de comunicación han emprendido funciones que no les corresponden.
–Eso no es nuevo. Es bueno recordar que cuando una comunidad tenía problemas, ¿a quién llamaba?
A los medios, para que le sirvieran de intermediarios con esa institución que no los resolvía por su ineficiencia. Los medios eran ya unos intermediarios entre las instituciones y los ciudadanos.
–¿Qué conducta debía esperarse de los medios de comunicación en momentos como éstos?
–Este proyecto no es democrático, y el último obstáculo que enfrenta es la libertad de expresión.
La guerra contra los medios demuestra que son el obstáculo para el “hacer lo que me da la gana”. Ahora nadie recuerda la afinidad que existió entre Chávez y algunos medios al comienzo de su mandato, cuando tenía 60% de popularidad; pero como ahora el poder gubernamental está pasando por encima de su propia Constitución, y el periodista empezó a preguntar cosas fastidiosas, resultan demasiado incómodos.
“
Asocio esa preferencia de Chávez por lo rural con aquel proceso que sufrió Irán con la caída del sha, por lo que tiene de reacción frente a la modernización
“
Quisiera oír a Ramonet si Chirac dijera las cosas que ha dicho Chávez de los periodistas, o si no recibiera a los reporteros locales y dijera que CNN es una maravilla
Tuesday, March 28, 2006
Robespierre de hojalata - tin foil Robespierre
Aníbal Romero
El Nacional, March 22, 2006
Las masas parisinas marcharon nuevamente.
La estatua de Dantón en el bulevar Saint Germain ha contemplado otra vez los rostros y banderas de los estudiantes.
Se alzan las voces de protesta y los ecos de otras jornadas resuenan en la Ciudad Luz. ¿Y todo ello para qué? ¿Qué piden los centenares de miles de estudiantes, los sindicatos y partidos de izquierda?
¿Acaso quieren, como sus antecesores del Mayo Francés de 1968, “cambiar la vida” ?
¡De ninguna manera! Los estudiantes franceses marchan a favor del pasado, marchan para no cambiar, marchan por el inmobilismo y la parálisis, marchan para mantener sus privilegios. Ya no buscan cambiar la vida sino dejarla como está, aunque ello sea crecientemente imposible, y Francia, como el resto de Europa, se esté asfixiando atrapada en las redes de un Estado de Bienestar en bancarrota, la decadencia demográfica, el estancamiento económico, el deterioro educativo y tecnológico, y el miedo a las transformaciones de un mundo que no va a esperarla. Europa está atenazada por el miedo, el miedo de sí misma, el miedo a la verdad y a las imposturas de sus élites gobernantes.
Los estudiantes parisinos, cual Robespierre de hojalata, deambulan por las calles huyendo de sus sombras, enarbolando sus temores como antes otros jóvenes, muy distintos y con más nobles ambiciones, enarbolaban sus esperanzas. Este marzo francés no ha sido un grito de futuro, sino un escape al pretérito.
Ya hoy día el producto per cápita de la Comunidad Europea es 25% menor que el de Estados Unidos. En el transcurso de los próximos 20 años, el ciudadano promedio de Estados Unidos será 2 veces más próspero que el ciudadano alemán o francés. Sólo la Gran Bretaña, que tuvo el coraje de cambiar —bajo el liderazgo visionario de Margaret Thatcher— ha logrado responder creativamente ante a los desafíos de la globalización. Pero en Francia el desempleo juvenil afecta a 23% de las personas de hasta 25 años de edad.
A su patología económica Europa suma un hondo malestar espiritual. Su enfermedad combina la pérdida de apego a los valores de Occidente y sus tradiciones, la claudicación paulatina frente al fundamentalismo islámico, el odio ciego, lleno de envidia e ignorancia, hacia Estados Unidos, y el deseo de vivir dentro de una campana de cristal formada por derechos y privilegios pero desprovista de deberes y convicciones. Europa cree en el paraíso y no entiende que no puede construirlo en la tierra. Sin hijos, sin ejércitos, confiados en la paz perpetua de Kant, siempre propensos a apaciguar a sus enemigos y culpar a Washington de los males del mundo, los europeos se hunden en el pantano y caminan sonámbulos hacia un traumático despertar.
El virus económico que aqueja a Francia es el mismo que corroe a la mayor parte de Europa: la inflexibilidad del mercado laboral. Quien posee un empleo no lo pierde nunca, pero quien no lo tiene no lo encuentra jamás. Ello afecta en especial a los jóvenes. Ante este panorama desolador, el gobierno francés aprobó una fórmula contractual que hace posible dar empleo a jóvenes hasta por dos años, sin que ello implique adquirir compromisos a más largo plazo. Es una manera de flexibilizar las cosas y poner en movimiento una economía incapaz de respirar.
¿Cómo han reaccionado los estudiantes, entre ellos los más privilegiados en Liceos y Universidades del Estado? ¿Qué han hecho los sindicatos y partidos de izquierda? Pues salir a la calle contra un gobierno insospechable de simpatías proyanquis o designios conservadores. Han salido a protestar contra políticos acosados que están pagando, como todos los de Europa, el precio de su cobardía y evasión de la realidad. Han salido a marchar para que todo siga igual.
Mentiría si dijese que me conmueve ver a Chirac y De Villepin contra la pared. Mas ello no me impide constatar que los estudiantes parisinos simbolizan lo que hoy es la izquierda en el mundo: una fuerza profundamente reaccionaria, que ofrece como alternativa la esterilidad de sus nostalgias, y que antagoniza las tendencias de cambio que mueven a gran parte de la humanidad.
La izquierda del Mayo Francés es ahora la de las inútiles y patéticas campañas antiglobalizadoras, la que combate a Estados Unidos por haber depuesto a un dictador sanguinario en Irak para enrumbar ese país hacia una existencia civilizada. Es una izquierda resentida, sin destino y sin propuestas, vacía de ideas y espiritualmente agotada.
Con razón ha dicho David Horowitz: “He creído en la izquierda por el bien que prometía; he aprendido a juzgarla por el daño que ha hecho”. Yo añadiría: “y por el daño que continúa haciendo”.
El Nacional, March 22, 2006
Las masas parisinas marcharon nuevamente.
La estatua de Dantón en el bulevar Saint Germain ha contemplado otra vez los rostros y banderas de los estudiantes.
Se alzan las voces de protesta y los ecos de otras jornadas resuenan en la Ciudad Luz. ¿Y todo ello para qué? ¿Qué piden los centenares de miles de estudiantes, los sindicatos y partidos de izquierda?
¿Acaso quieren, como sus antecesores del Mayo Francés de 1968, “cambiar la vida” ?
¡De ninguna manera! Los estudiantes franceses marchan a favor del pasado, marchan para no cambiar, marchan por el inmobilismo y la parálisis, marchan para mantener sus privilegios. Ya no buscan cambiar la vida sino dejarla como está, aunque ello sea crecientemente imposible, y Francia, como el resto de Europa, se esté asfixiando atrapada en las redes de un Estado de Bienestar en bancarrota, la decadencia demográfica, el estancamiento económico, el deterioro educativo y tecnológico, y el miedo a las transformaciones de un mundo que no va a esperarla. Europa está atenazada por el miedo, el miedo de sí misma, el miedo a la verdad y a las imposturas de sus élites gobernantes.
Los estudiantes parisinos, cual Robespierre de hojalata, deambulan por las calles huyendo de sus sombras, enarbolando sus temores como antes otros jóvenes, muy distintos y con más nobles ambiciones, enarbolaban sus esperanzas. Este marzo francés no ha sido un grito de futuro, sino un escape al pretérito.
Ya hoy día el producto per cápita de la Comunidad Europea es 25% menor que el de Estados Unidos. En el transcurso de los próximos 20 años, el ciudadano promedio de Estados Unidos será 2 veces más próspero que el ciudadano alemán o francés. Sólo la Gran Bretaña, que tuvo el coraje de cambiar —bajo el liderazgo visionario de Margaret Thatcher— ha logrado responder creativamente ante a los desafíos de la globalización. Pero en Francia el desempleo juvenil afecta a 23% de las personas de hasta 25 años de edad.
A su patología económica Europa suma un hondo malestar espiritual. Su enfermedad combina la pérdida de apego a los valores de Occidente y sus tradiciones, la claudicación paulatina frente al fundamentalismo islámico, el odio ciego, lleno de envidia e ignorancia, hacia Estados Unidos, y el deseo de vivir dentro de una campana de cristal formada por derechos y privilegios pero desprovista de deberes y convicciones. Europa cree en el paraíso y no entiende que no puede construirlo en la tierra. Sin hijos, sin ejércitos, confiados en la paz perpetua de Kant, siempre propensos a apaciguar a sus enemigos y culpar a Washington de los males del mundo, los europeos se hunden en el pantano y caminan sonámbulos hacia un traumático despertar.
El virus económico que aqueja a Francia es el mismo que corroe a la mayor parte de Europa: la inflexibilidad del mercado laboral. Quien posee un empleo no lo pierde nunca, pero quien no lo tiene no lo encuentra jamás. Ello afecta en especial a los jóvenes. Ante este panorama desolador, el gobierno francés aprobó una fórmula contractual que hace posible dar empleo a jóvenes hasta por dos años, sin que ello implique adquirir compromisos a más largo plazo. Es una manera de flexibilizar las cosas y poner en movimiento una economía incapaz de respirar.
¿Cómo han reaccionado los estudiantes, entre ellos los más privilegiados en Liceos y Universidades del Estado? ¿Qué han hecho los sindicatos y partidos de izquierda? Pues salir a la calle contra un gobierno insospechable de simpatías proyanquis o designios conservadores. Han salido a protestar contra políticos acosados que están pagando, como todos los de Europa, el precio de su cobardía y evasión de la realidad. Han salido a marchar para que todo siga igual.
Mentiría si dijese que me conmueve ver a Chirac y De Villepin contra la pared. Mas ello no me impide constatar que los estudiantes parisinos simbolizan lo que hoy es la izquierda en el mundo: una fuerza profundamente reaccionaria, que ofrece como alternativa la esterilidad de sus nostalgias, y que antagoniza las tendencias de cambio que mueven a gran parte de la humanidad.
La izquierda del Mayo Francés es ahora la de las inútiles y patéticas campañas antiglobalizadoras, la que combate a Estados Unidos por haber depuesto a un dictador sanguinario en Irak para enrumbar ese país hacia una existencia civilizada. Es una izquierda resentida, sin destino y sin propuestas, vacía de ideas y espiritualmente agotada.
Con razón ha dicho David Horowitz: “He creído en la izquierda por el bien que prometía; he aprendido a juzgarla por el daño que ha hecho”. Yo añadiría: “y por el daño que continúa haciendo”.
Subscribe to:
Posts (Atom)