Thursday, April 29, 2010

¡PRESIDENTE, VUELVA AL CABILDO!

La interpelación a Emparan

El 19 de abril de 1810, cuyo bicentenario acabamos de conmemorar, Francisco Salias, interpretando la voluntad popular, conminó al Capitán General Vicente Emparan a volver al Cabildo, máximo cuerpo representativo de la ciudadanía en ese momento. El Ayuntamiento había sido convocado para resolver la confusa situación nacional, a raíz de la crisis de poder originada en España por la intervención napoleónica. Emparan había sido invitado a la reunión capitular y conocía la finalidad de la misma; pero quiso evadir una decisión y por ello se dirigió a la Catedral para asistir a la celebración litúrgica del Jueves Santo.

El Ayuntamiento, además de sus miembros, congregaba en esos momentos a diputados, delegados, de diversos sectores de la ciudadanía, acompañados por una creciente aglomeración popular. Se tenía así una asamblea, la cual, en esa circunstancia, debía abordar la suerte política de Caracas y Venezuela, y, como se percibía en el ambiente, decidir sobre su identidad y futuro como pueblo soberano.

El volver al Cabildo, por parte del Capitán General, significaba enfrentar con realismo la desafiante situación, y responder, con receptividad y lucidez, a las profundas e ineludibles aspiraciones de libertad y autonomía de la Provincia de Caracas y de gran parte de la Nación. El margen de maniobra de Emparan era estrecho, pero su mejor opción no consistía en eludir responsabilidades, sino en enfrentar la crisis y favorecer una salida, la menos traumática posible para todos.

El Cabildo estaba consciente de que la agenda de ese día no la ocupaban intereses simplemente de un estrato determinado de la población o problemas sólo sectoriales por grande que fuesen. Lo que estaba sobre el tapete era cómo recoger, dándoles forma institucional, los anhelos y propósitos autonómicos de un vasto conjunto humano, que el Acta de la Independencia denominaría, al año siguiente, como “la Confederación americana de Venezuela en el continente meridional”. El cuerpo capitular reflejaba y representaba, con acierto y limitaciones, un sentimiento unitario nacional. Se estaba en una etapa germinal y este sentimiento debía traducirse ulteriormente en estructuras socio-económicas, políticas y culturales coherentes con una verdadera unidad. En ese momento, en efecto, persistían discriminaciones y exclusiones, no sólo de hecho, sino también de derecho (afirmación que, a doscientos años de distancia podemos repetir con humildad y reconociendo pecados actuales).

A propósito de estos hechos es oportuno traer aquí a colación lo expresado por la Conferencia Episcopal Venezolana en su reciente carta pastoral sobre el Bicentenario: “…entre el 19 de Abril de 1810 y el 5 de Julio de 1811, los fundadores de la Patria tomaron la difícil decisión de formar la República de Venezuela y proclamaron un hermoso sueño nacional, conscientes de la grandeza del mismo, del sacrificio que implicaba, así como de las limitaciones para llevarlo a cabo”. (No.4).

“Tanto el 19 de Abril como el 5 de Julio—señala este documento—fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad. La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje no tuvieron que recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia. La sensatez en el intercambio de ideas y propuestas respetó a los disidentes y propició el anhelo común de libertad, igualdad y fraternidad”. (No.5). Más allá de la ambivalencia de aquellos acontecimientos, y posteriores procesos, el gran resultado tangible fue nuestro nacimiento como país independiente y la voluntad “…de lograr formas de convivencia y libertad para toda persona sin exclusión… aspiración primordial, pero imperfecta”. (No.9).

Doscientos años después

En verdad, la Venezuela que conmemora su Bicentenario reconoce los límites de aquel sueño y esa aspiración, pues si “de derecho todos estaban incluidos en la esperanza y en la bendición de Dios, invocada para… una forma de convivencia que… fuera ámbito de vida, de libertad y de dignidad para todos, de hecho… la gran mayoría de los sectores populares quedó excluida”(id.), pero, además, tras comenzar en 1998 “…un proyecto… de “refundar” la República… (cuya) ambición no sólo toca el tejido material y organizativo… sino también y, sobre todo, afecta el fondo íntimo, espiritual, del alma nacional” (id. 20), la Patria es hoy, en primera instancia, un país desgarrado, que se desangra e involuciona. Decir esto no significa en modo alguno ser “profeta de lamentaciones y desgracias” e ignorar la positividad tanto del existir mismo de la comunidad nacional en cuanto crisol de razas y pueblos, como de los valores y logros que registra el haber de su peregrinaje. Significa, sí, rememorar responsablemente, dar un aldabonazo a la conciencia de todos mis hermanos para un “despierta y reacciona”, ante la grave crisis que nos amenaza e interpela.

Sin pretender, obviamente, ser exhaustivo, expongo algunos elementos sobresalientes de esa crisis:

1. Venezuela, en efecto, ya no es una como sueño ni una como experiencia de convivencia. Por motivos ideológico-políticos se la ha dividido artificialmente, Por lo menos a la mitad se la califica de apátrida y hasta de antipatriótica, decretándosela excluida del goce pleno de los derechos ciudadanos. ¿Cómo se va a celebrar festivamente, en democracia, el cumpleaños de una República cuya unidad se niega? Ya no se la considera la casa común que soñaron los fundadores, amplia, acogedora, tolerante, pacífica, fraterna, sino el recinto cerrado, exclusivo, único, de una secta maniquea. No ya la gran familia sino un ámbito inclemente de rechazos, y de apartheid superado en otras latitudes. ¡Los Derechos Humanos no son ya de todos los humanos!

2. Venezuela tampoco es ya plural. No se quiere que sea el hogar de un pueblo variado, multicolor, multicultural, donde los diferentes y también los díscolos tienen su lugar. A pesar de que en el Referéndum de 2007 se dijo “no” a la propuesta de convertir la República en un “Estado Socialista”, porque contradice a “la Constitución, y a una recta concepción de la persona y del Estado”—Conferencia Episcopal Venezolana, 19 de octubre de 2007—, se persiste, desde el Poder, en la desobediencia manifiesta al mandato referendario y en la imposición, mediante hechos y “leyes”, de un tal sistema. La Constitución, en efecto, está siendo violada; más aún, no se oculta su interpretación y utilización como simple función del proyecto “socialista”, distorsionándola radicalmente. Está así en juego, obviamente, la legalidad del régimen. El proceso de dependencia de los poderes de uno solo, de estatización global, de centralismo nominalmente comunitario, de hegemonía masificante, acelera su marcha en los distintos campos de lo económico, lo político y lo ético-cultural. La democracia es, por el momento, soportada, pero está acosada, paulatinamente, por un voluntarismo “revolucionario” de vocación autocrática y “mesiánica”, y de desconocimiento o desvirtuación del derecho del hombre.

3. Venezuela ya no es ámbito de vida. Somos un país en monstruosa hemorragia culpable. Ocupamos lugar destacado en el mundo en materia de violencia y criminalidad. Nuestras calles son escenario de incontrolada delincuencia e impunidad; nuestras morgues, abarrotados lugares de doloroso compartir; nuestros juzgados y tribunales, recintos de injusticia por corrupción de venalidad o politización; nuestras cárceles recintos de inhumanidad, antítesis de reeducación, antesalas de muerte. Todo esto no era totalmente inédito, pero se ha exacerbado exponencialmente, al tiempo que el gobierno, de palabra y obra, siembra violencia cuando descalifica, injuria, amenaza y discrimina; cuando exhibe y acrecienta su arsenal bélico, radicaliza la militarización de la población y acentúa la represión de la disidencia. El lema “Patria, socialismo o muerte” es la correspondiente consigna militarista necrófila, de trágicas memorias históricas. No faltan quienes ante la galopante e irrefrenada inseguridad se plantean el interrogante de si ella no correspondería a una política de Estado, tendiente a que muerte y miedo conduzcan a una parálisis que facilitaría la sumisión de la ciudadanía.

4. Venezuela ya no es una nación en “vías de desarrollo. Tenemos un petrocapitalismo de Estado, con liberalidades selectivas hacia afuera y populismo dentro. Motivos ideológico-políticos y el afianzamiento del poder privan sobre las verdaderas necesidades y aspiraciones de la población. Todo ello, unido a una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión, está llevando a la caída de la producción nacional, del abastecimiento y del consumo, agravada por crisis inéditas previsibles en los servicios eléctrico e hídrico, configurando un cuadro de carencias y dependencia, objetivamente funcional también al “Proyecto” de concentración y control.

5. Venezuela ya no es respetada en su alma e identidad. La subjetividad y centralidad, la moralidad y espiritualidad de la persona humana se diluyen, para privilegiar la base material productiva y lo simplemente colectivo-estructural, literalmente “alienantes”. Se habla de refundar el país. ¿Sobre qué valores? El “socialismo del siglo XXI” (de creciente referencia marxista-leninista y con confeso modelo castro-comunista) se erige como fin y criterio supremos; se absolutiza y sacraliza la “Revolución”, hecha régimen establecido, convirtiéndola en norma definitiva de lo verdadero y lo bueno. Y todo esto tiende a personificarse en el líder máximo, inobjetable, inapelable, insustituible, omnipotente. En este marco se reformulan los símbolos, se rehace la memoria histórica y se decreta alianzas o mancomunidades con otros Estados, al margen de sentimientos nacionales y populares; se monopoliza la comunicación social, se reestructura la educación, la mentira se hace anti-cultura, se redefine el arte, se instrumentaliza lo religioso.

Volver al Cabildo

A partir de esta celebración del Bicentenario del 19 de abril, considero, pues, un urgente deber de conciencia, como ciudadano, creyente y obispo, retomar la interpelación de Francisco Salias e instar al comandante Hugo Chávez Frías: ¡Ciudadano Presidente, “vuelva usted al Cabildo”!

Le hago este llamado, con el debido respeto a la investidura y a la función, pero también con la claridad y la sinceridad que me exige, desde mi fidelidad a Dios y a mi conciencia, el servicio a Venezuela. Lo hago con esperanza creyente, sabiendo que Dios nos ama a todos, sin excepción, y nos ayuda en cualquier circunstancia a rehacer caminos para el mayor bien de nuestro prójimo. Lo hago también sin juzgar intenciones—cosa que sólo a Dios corresponde—ni considerarme sin responsabilidad respecto de los males que sufre el país. Lo hago, finalmente, sin pretender infalibilidad en mis apreciaciones. Sólo quiero y debo servir.

¿Qué significa hoy “volver al Cabildo”? Ante todo, no se trata de una vuelta “mecánica o anacrónica” a formas u organismos desaparecidos o históricamente datados, sino fidelidad creadora, memoria crítica, despertar consciente, sueño esperanzador.

En pocos puntos le sintetizaré lo que entiendo por ello.

1. Volver a la unidad de la Patria. Esta unidad no podría ser pseudo-armonía etérea o bucólica, tampoco uniformidad monolítica ni homogeneidad masificadora, asfixiantes, sino compartir plural, diversificado. Esto obliga a promover la efectiva participación de todos, individual y grupalmente considerados; a impulsar la solidaridad que integra, así como la subsidiaridad que estimula y conjuga la actividad de los cuerpos sociales intermedios, articulándola con la tarea que corresponde al Estado, en aras del bien común y de su punto culminante: la paz en la justicia y la verdad. Esto recuerda y exige, en lo concreto y cercano, saldar una deuda pendiente con nuestra memoria histórica integral y una responsabilidad con hombres y mujeres reales caídos, mutilados, exiliados, presos o absueltos, convocando a una “comisión de la verdad” sobre los sucesos de Abril 2002. Tarea prioritaria de un Presidente es, en efecto, buscar la cohesión, la confraternidad de todos los ciudadanos, por encima de distingos de cualquier género, con miras a un trabajo corresponsable y compartido para lograr el progreso material, moral y espiritual de la Nación. El Primer Magistrado lo es de todos los venezolanos, no de un “proyecto”, ideología o partido, sino de una sola y misma patria. Nada debe estar más presente en la función presidencial que la prédica y acción convocantes, congregantes, a todos, de quienes es, a la vez, mandatario y servidor (y quienes, si pragmáticamente a ver vamos, son también contribuyentes que pagan los gastos presidenciales).

El retorno a la unidad es volver a la gente con miras a una convivencia ciudadana, viva y polícroma. Esto implica romper el encierro y la polarización en el yo, una idea o la secta. Liberar al país del símbolo por antonomasia de toda hegemonía oficial, y que arbitrariamente secuestra el tiempo y la privacidad del pueblo soberano: las “cadenas”. Abrirse al compartir ciudadano y a las preocupaciones de la entera comunidad; al diálogo sereno y a la discusión respetuosa, que tendrían expresión simbólica en una impostergable iniciativa de reconciliación nacional y en el debate civilizado de un “cabildo” (Asamblea, Gobernaciones, Alcaldías, Comunas) multicolor.

2. Volver a Venezuela como ámbito de vida. Recordemos que el primer instinto es el de conservación y el derecho primordial humano es el de la vida. La primera tarea de una sociedad es la de preservar y resguardar la supervivencia de sus miembros. El primer deber de un Estado es asegurar y favorecer la salud física, mental y moral de sus ciudadanos. De allí lo necesario y urgente de promover una cultura de la vida, frente a la proliferación y arraigamiento en muchas formas de una anticultura de muerte. En documento sobre La violencia y la inseguridad publicado a raíz de su última asamblea plenaria, el Episcopado expresó lo siguiente: “Es un deber de la ciudadanía exigir a los poderes del Estado, principalmente al gobierno, que cree las condiciones necesaria para que el derecho a la vida, a la integridad física, a la protección a la propiedad, al libre tránsito, entre otros, sean derechos al alcance de todos. Actualmente, la respuesta ante la violencia social es el miedo, que nos lleva a encerrarnos y a protegernos, a desconfiar de todos. Sálvese quien pueda y como pueda, parece ser la consigna ante un Estado indolente y cómplice” (No. 12). Volver a la vida es asumir prioritariamente y con decisión la defensa de la vida integral de los venezolanos, de todos los compatriotas hastiados de la delincuencia, irreductibles ante la impunidad, militantes contra toda prepotencia que descalifica y excluye, que pretende penalizar expresiones legalmente reconocidas o descalificar reclamos judicialmente garantizados. Volver a la vida es reconocer al otro como persona, creado a imagen y semejanza de Dios y portador, por tanto, de derechos inalienables; merecedor de respeto a su integridad física y moral, a la promoción y defensa de sus derechos inalienables, a la solidaridad con él, especialmente si es pobre y necesitado; es trabajar por la fraternidad y la paz, sobre el fundamento de la verdad y del bien. A quien preside la República le toca en esta tarea una responsabilidad de primer protagonismo. De allí que le corresponde acercarse con amorosa sencillez a las personas concretas, con sus logros y frustraciones, sus alegrías y tristezas, sus derechos humanos inalienables, su anhelo muy sentido de vivir en paz y seguridad, sin un continuo sobresalto y zozobra, y una permanente y agotadora confrontación verbal de tono militarista y nihilista, e iniciativas sociales con proclamas belicistas.

3. Volver al progreso en el marco de la Constitución. El pueblo venezolano se la ha dado como expresión de su soberanía; ella ilustra y garantiza el Estado de Derecho para todos, la estabilidad jurídica de las instituciones y el bienestar integral de la Nación. La Constitución, establece, en su letra, el marco normativo tanto de la ciudadanía para el ejercicio de sus derechos y deberes, humanos y cívicos, como del Estado y de sus órganos, servidores de aquélla; y en su espíritu encarna el consenso fundamental de convivencia, el pacto social de principios y valores compartidos. Es necesario y urgente rescatarla, no sólo como “ley de leyes” y paradigma de toda legalidad, sino también para revalorizar la función humanizadora, radicalmente ética, del derecho. Según el artículo 2 de nuestra Carta Magna, “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”. Sobre estos principios fundamentales ha de construirse el progreso integral y compartido que requiere el país, el cual exige, además, la participación de todos los ciudadanos, grupos y entidades sociales, cuya iniciativa es indispensable acoger y promover, evitando exclusiones y sumando esfuerzos.

4. Volver a Venezuela. Apreciando sus raíces; haciendo memoria, crítica sí, pero fiel, realista y comprensiva, de su pasado; aceptando con humildad que somos herederos de “héroes y villanos”, no pretendiendo recomponer al arbitrio árboles genealógicos, practicar saltos antihistóricos ni violentar la biografía o el mensaje de los antecesores. No se puede pretender una refundación del país, pasando por encima de la identidad del pueblo; vaciando el alma nacional de sus vivencias espirituales y religiosas; minusvalorando el vecindario natural y la fisonomía cultural para priorizar extrañas alianzas; copiando modelos ideológico-políticos fracasados y lejanos a la idiosincrasia y a los verdaderos intereses venezolanos. Volver a Venezuela entraña también preocuparse ante todo por la propia Nación, no cayendo en aquello de “luz en la plaza y oscuridad en la casa”. La solidaridad internacional tiene que liberarse de tentaciones criptoimperialistas favorecidas por la potencia petrolera, de un lado, y recaídas neocolonialistas por sujeciones ideológicas, del otro. Venezuela es y ha de ser de todos como casa común y ámbito de acogida fraterna.
………

“Volver al Cabildo” exige, de modo prioritario y patente, que asuma Usted su responsabilidad de Presidente de la República. Este delicado cargo implica la escucha y dedicación a todos los venezolanos, trabajando por su unión en pro del bien común nacional. Nada más contradictorio con ello, que la identificación, implícita o explícita—y, peor, cuando se la exhibe—con sólo un sector de la población, despreciando y marginando a los demás, con base en motivos ideológico-políticos, raciales, religiosos o de cualquier otro género. El Presidente lo es, de verdad, cuando respeta a los ciudadanos “no a pesar de”, sino “precisamente por” sus diferencias, conviviendo en la diversidad comprensible e inevitable de una sociedad democrática, pluralista. Cuando tiene el reconocimiento de todos: los que lo eligieron y los que no votaron por él o lo adversan, pero que, en todo caso, deben y necesitan percibirlo sensible, cercano, humano, como su Presidente. De otro modo, está en juego la legitimidad de su ejercicio como mandatario.

La “vuelta al Cabildo”, Ciudadano Presidente, no podría menos que acarrear al país la alegría del reencuentro de los venezolanos, con la esperanza de lógicos frutos: progreso compartido, vigencia de la justicia y el derecho, fraterna solidaridad, paz estable, cultura de civilidad.

Como cristiano pido a Dios por Usted, para que, superando obstáculos y no dejándose amilanar por dificultades, prejuicios e intereses, presentes y pasados, pueda contribuir eficazmente, desde su alta responsabilidad, a reencauzar a esta nación por el camino de la unidad, en la verdad y la paz, la cual Cristo Jesús enfatizó en la Última Cena, en perspectiva religiosa, como valor máximo, y Simón Bolívar subrayó, en su postrer mensaje, como condición de solidez y progreso de nuestros pueblos. ¡Señor Presidente, vuelva al Cabildo!

En Caracas, el 24 de abril de 2010


R. Ovidio Pérez Morales

Entrevista de Monseñor Ovidio Morales por Milagros Socorro

El Nacional, domingo 26 de abril de 2010.

"Venezuela padece de una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión"


" La Patria es hoy un país desgarrado que se desangra e involuciona", así resume monseñor Ovidio Pérez Morales la situación del país, en carta abierta, titulada "¡Presidente, vuelva al Cabildo!", que hará pública este lunes, a través de la dirección de Internet: www.perezdoc1810.blogspot. com.

El documento de cinco puntos tiene al presidente Hugo Chávez como interlocutor. Allí le dice: "Venezuela ya no es una. Por motivos ideológicopolíticos se la ha dividido. Por lo menos a la mitad se la califica de apátrida, decretándosela excluida del goce pleno de los derechos ciudadanos".

El segundo ítem establece: "A pesar de que en referéndum de 2007 se dijo NO a la propuesta de convertir a la República en un Estado socialista, se persiste desde el poder en la desobediencia manifiesta a ese mandato... La Constitución está siendo violada, no se oculta su utilización como simple función del proyecto `socialista’... Está en juego la legalidad del régimen". En el tercero, monseñor Pérez Morales aborda la inseguridad ciudadana y resume: "(...) el Gobierno siembra violencia cuando descalifica, injuria, amenaza y discrimina... No faltan quienes, ante la galopante inseguridad, se preguntan si ella no correspondería a una política de Estado, tendiente a que muerte y miedo conduzcan a una parálisis que facilitaría la sumisión de la ciudadanía".

En el punto 4, el arzobispo afirma: "Una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión está llevando a la caída de la producción, del abastecimiento y del consumo, agravada por crisis inéditas y previsibles en los servicios eléctrico e hídrico, y configura un cuadro de carencias y dependencia". Y en el apartado 5, alude a un "líder máximo, inobjetable, inapelable, insustituible, omnipotente", al que recomienda "preocuparse por la propia nación, no cayendo en aquello de luz para la calle y oscuridad para la casa".

Ovidio Pérez Morales fue alumno de monseñor Rafael Arias Blanco, arzobispo de Caracas el 1° de mayo de 1957, cuando escribió una carta pastoral que al ser leída en las todas las iglesias del país elevó la moral de la disidencia y contribuyó a la caída de Pérez Jiménez casi un año después. "Siempre lo he tenido como modelo", dice Pérez Morales.

­Su pronunciamiento es más duro que el de su maestro. ­Sí, porque la situación, desgraciadamente, es más dura.

Pero me atrevo a decir que en lo sustancial de esta declaración, formulada ante la circunstancia bicentenaria tan importante para el país, no voy más allá de lo que los obispos de este país han expresado en sus documentos de los últimos años e interpreto su posición frente a la actual circunstancia.

­Se diría que está a Dios rezando y con el mazo dando. ­En el sentido de pedir a Dios que ayude al país, al tiempo que asumo el compromiso ineludible que en este momento nos toca por el bien de la nación.


­¿Qué supone para usted asumir un compromiso como el que implica su carta? ­Primordialmente, hacer todo lo posible desde el punto de vista individual, grupal e institucional por rehacer la unidad del país. El principal problema de la Venezuela del bicentenario es la división del país. Estamos como en una jaula de fieras, arañándonos e hiriéndonos, cuando tendríamos grandes posibilidades de avanzar unidos mediante el reencuentro y las redes de colaboración.


­El Presidente asegura que no hay reconciliación posible. ­Esa posición abre la puerta a la desesperación de la ciudadanía, al descuartizamiento del país. Uno se pregunta si esa imposibilidad de encuentro fue lo que soñó Bolívar, cuya invocación en Santa Marta fue, precisamente, al cese de los enfrentamientos y la consolidación de la unión para bajar tranquilo al sepulcro.

­Usted mismo no elude la confrontación. Su documento expresa juicios muy duros con respecto al Gobierno y al Presidente. ­Me he visto en la obligación porque quiero a este país y un futuro feliz para él. La verdad es dura pero puede ser la condición de una sanación real. Yo recojo el sentir de mis hermanos obispos, quienes, durante la etapa democrática, hicieron un seguimiento de la situación y advirtieron sobre una serie de situaciones. Si se los hubiese escuchado, otra habría sido la suerte del país. Los obispos hablaron con sentido profético en momentos neurálgicos del país: ante el boom petrolero de los setenta, ante el malestar creciente de los ochenta y en las crisis planteadas en los noventa. Creo que se hace un gran aporte denunciando situaciones, proponiendo salidas positivas y, por supuesto, comprometiéndose en el servicio del país.

­Da la impresión de que después de este pronunciamiento suyo no hay vuelta atrás con el Gobierno. ¿Esa es la idea? ­La idea no es la ruptura. Yo, como obispo, asumo la posición del Episcopado de hacer lo posible y lo imposible por abrir espacios de diálogo.

No solamente entre el Episcopado y el Gobierno, sino entre los diversos sectores de la nación. No podemos claudicar convenciéndonos de que la reconciliación es imposible. La reconciliación supone conversión, otro talante personal y colectivo: yo me reconcilio adoptando posiciones de tolerancia, apertura y respeto. Debo añadir que rezo todos los días por el Presidente y por el bien del país.

Eso me ayuda a liberarme de sentimientos negativos y de animadversión.


­No será que la conversión que usted sugiere pasa por la renuncia del Presidente? ­El documento es una invitación a una vuelta al Cabildo del señor Presidente, que traería la alegría del reencuentro y frutos muy positivos de progreso compartido, de vigencia de la justicia y el derecho, de solidaridad y de paz. Una vez pedí respetuosamente la renuncia de un presidente: al doctor Jaime Lusinchi, a quien le expuse que si quería divorciarse y casarse de nuevo, lo más conducente era que renunciara y lo hiciera al margen de la primera magistratura. Para responder su pregunta: no estoy pidiendo la renuncia del Presidente, exijo que sea de verdad mi presidente y el de todos los venezolanos. Asumir esa responsabilidad sería volver al Cabildo.


­Por menos que eso, está preso Oswaldo Álvarez Paz.


¿Está usted preparado para la cárcel? ­No. Yo no estoy preparado para la cárcel. Pero el señor Jesucristo nos enseñó que el asumir con conciencia y decisión un camino no excluía situaciones de persecución; y él mismo no murió en un lecho de rosas. Ojalá nadie fuera perseguido en este país...

Hablando de presos, conservo como algo muy significativo una carta que me escribió el comandante Chávez desde

­¿Qué edad tiene usted? ­En junio cumplo 78 años.

­Este paso al frente que usted ha dado, ¿tiene que ver con su edad? ­¿Ha adquirido más valentía? ­Un poco más de sabiduría.

Y, definitivamente, más desprendimiento. Yo no tengo nada que buscar en el plano humano. Desde luego, eso no me lleva a conducirme con ligereza, sino, al contrario, a ofrecer un aporte que me siento obligado a dar, porque de eso se me pedirá cuentas en la última hora. No quiero ser reprobado por no haber cumplido con mi deber.


Yare, agradeciendo lo que había hecho junto con el Episcopado en defensa de los derechos humanos de él y de sus compañeros del golpe de Estado de 1992. En ese momento lo hicimos como un deber, así como ahora intervenimos como un deber.

­A esta edad, con gran experiencia acumulada, uno se vuelve más lúcido, sereno y sensible. Uno quiere que haya una Venezuela mucho mejor, más fraterna, más unida. Venezuela padece de una hemorragia que debe conmovernos a todos. No podemos callar ante el sufrimiento de tantos venezolanos víctimas de la delincuencia, homicidios, secuestros y robos. Lo primero que tiene que ofrecer un gobierno es seguridad. Y no es el caso.