Wednesday, November 15, 2006

Electoral apartheid

Electoral apartheid

Veneconomia editorial of Wednesday November 15, 2006


Last week, Súmate launched the book “Apartheid del Siglo XXI: La informática al servicio de la política en Venezuela” (21st Century Apartheid: Computer science at the service of politics in Venezuela). The book, coordinated by Ana Julia Jatar, conclusively documents the systematic, continuous, and sustained discrimination that the Hugo Chávez administration has imposed on individuals and institutions that do not support its political project.

Hugo Chávez was urging, favoring and supporting the division of Venezuelan society for ideological and political reasons even before he came to power, when he repeatedly threatened to fry the heads of his political adversaries. And it is a fact that his almost eight years in office have been marked by an alarming degree of division and political segregation that have resulted in ruin, unemployment, exile, prison and even death for many Venezuelans. There is only one name for such a situation, in any part of the world, and that’s apartheid! That is the situation in Venezuela today.

As Simón Alberto Consalvi aptly says in the prolog to the book, “A country that practices apartheid, systematic discrimination and ideological violence is perhaps not the most apt to form part of groups of countries aiming at achieving ever greater levels of tolerance and civility.”

There is also the fact that people who do not accept dissent or who are wont to persecute and harass those who do not share their political ideas should not govern a country whose constitution establishes democratic rule. Autocratic leaders distort democracy and impose the politics of fear and restrictions on those they govern, besides preventing the country’s economic and social development, as the Bolivarian government has done. They are leaders who even put obstacles in the way of the possibility of changes in government by means of elections, as stipulated Venezuela’s present Constitution.

And without going any further, a practice that falls within the sphere of Bolivarian apartheid is the use of the famous fingerprint-detection machines.

The crux of the matter with these machines is that, first, their use violates the principle of nondiscrimination, as they will only apply to 45% of the voters; and second, and even more important, there is a generally held view in Venezuela that these machines could violate the secrecy of the vote and people are afraid that they could be used to compile information with which to mount a political witch hunt. It was that same fear that prompted hundreds of thousands of Venezuelans to abstain from going to the polls at the elections for regional governors and members of the legislature, and now it could be an impediment to people turning out to vote on December 3, regardless of the fact that today these machines do not pose a threat to the secrecy of the vote.

Nevertheless, the fingerprint identification machines seem to be an integral part of the fraud that the government side will attempt at the presidential elections. They continue to perversely use the threat of these machines to coerce government employees, contractors, members of the missions, and members of their families. What exactly are the international observers observing, since they are apparently unaware of this psychological war being waged by Bolivarian apartheid?

Friday, November 10, 2006

Herralde y herraduras

Herralde y herraduras

Milagros Socorro
El nacional, Thursday 9, November 2006

Sargentones y novelistas. Burócratas balbuceantes y escritores laureados. Lenguaje envilecido y prosa profunda. En cuatro días se nos presentan los dos extremos de Venezuela.

El jueves 2 de noviembre se hace público un video que muestra a Rafael Ramírez, presidente de Petróleos de Venezuela y ministro de Energía y Petróleo, con su vocecita de enano y su verborrea estalinista, como escribió Ramón Hernández (El Nacional, 411-2006), amenazando a los trabajadores de la estatal que hayan olvidado que por encima de todo se deben a los preceptos revolucionarios con recordárselo "a carajazos". Y el lunes en la madrugada nos enteramos de que Alberto Barrera Tyszka ganó por unanimidad el Premio Herralde de Novela, creado en 1983 por la Editorial Anagrama, que concede anualmente este galardón, uno de los más importantes de la narrativa en castellano. Y quizá el más prestigioso, puesto que no pesa sobre él la sospecha de sesgo político ni de imperativos comerciales. De hecho, el monto en metálico del reconocimiento (18.000 euros, en contraste con otros premios, que llegan incluso a rebasar el medio millón de euros) indica que no hay sobre el libro seleccionado la expectativa o la presión de convertirse en un éxito de ventas que compense lo adelantado como derechos de autor.

POR DONDE SE LE MIRE, ESTAMOS ANTE UN GRAN ACONTECIMIENTO PARA LA CULTURA VENEZOLANA que se produce cuando aún estamos impactados no sólo por la petulancia y arrogancia con que Ramírez (otra vez, según Hernández) "develó el verdadero tono del socialismo con el que se quiere pintar de rojo el país", sino por la mediocridad de su discurso, la pobreza de su lenguaje, lo deshilachado de sus frases, que debemos leer varias veces para captar su sentido y en las que se echa de ver que son la repetición de ideas ajenas, sobre las cuales nada tiene que agregar porque es nulo su discernimiento así como su capacidad para poner planteamientos en palabras.

Tan grave como su jactancioso recordatorio de que ya sacaron de Pdvsa "a diecinueve mil quinientos enemigos de este país" y están dispuestos "a seguirlo haciendo para garantizar que esta empresa esté alineada y corresponda al amor que nuestro pueblo le ha expresado a nuestro Presidente", es la ripiosa construcción de sus argumentos porque revela una inanición intelectual, una total carencia de herramientas mentales, precisamente en el funcionario que desempeña a la vez dos de los cargos más importantes de la República.

El conductor de las políticas relacionadas con el recurso fundamental de Venezuela se expresa así: "Venimos aquí a hablar de política, venimos aquí a poner en línea algunos asuntos, venimos aquí a ajustar algunos temas producto de una discusión que hemos tenido en el seno de la Junta Directiva.

Efectivamente, hemos estado revisando, hemos estado, bueno, haciendo un balance de todo lo que está en la actualidad, de todos los temas de orden político de la actualidad, y entonces, bueno, nos llegan allá, al seno de la Junta, nos empiezan a llegar correos electrónicos, nos comienzan a llegar notas de interés, nos comienzan a llegar que si la normativa tal, que si la normativa cual, que si el color rojo o no rojo". ¿Qué ha dicho el noble bruto? ¿Cuántos párrafos necesita para expresar una noción tan simple como: al que no suscriba sumisamente los lineamientos de Chávez lo botamos y lo perseguimos? ADEMáS DE LA INDIGENCIA DEL LENGUAJE DEBEMOS RESALTAR SU ENVILECIMIENTO, que no es lo mismo, aunque suelen ir parejos.

Cuando Ramírez, en su patético tanteo de conceptos que no le pertenecen y que repite porque tiene muy claro por qué y para qué llegó a tan encumbrada posición, se permite decir: "Nosotros tuvimos que remover a una persona, el hombre de un área operativa nuestra, entonces permite que el candidato Rosales aterrice y transite en el medio de nuestras áreas, coño, pero ¿qué vaina es esa?", no sólo evidencia que las instalaciones de Pdvsa son manejadas como una finca donde impera la voluntad de su propietario sino que para decirlo acude a la entonación del botiquín, de la cantina del cuartel y rebaja el lenguaje hasta su nivel, el del mensajero iletrado.

El empobrecimiento de Venezuela y el envilecimiento de nuestra vida cotidiana no están únicamente en los indicios de depauperación que saltan a la vista en las calles ni en las cotas de crueldad que hemos alcanzado en los homicidios, secuestros y violaciones que se registran a cada hora. También podemos rastrearlos en el lenguaje del Gobierno. La pobreza material está en el día a día de los venezolanos; y la pobreza del lenguaje es la marca del Estado.

POR FORTUNA, LA DISTINCIóN QUE HA RECAíDO SOBRE "LA ENFERMEDAD", la novela de Alberto Barrera Tyszca; la circunstancia de que ya el año pasado el venezolano Oscar Marcano haya quedado entre los finalistas de esta competencia; la recepción de Eugenio Montejo del Premio Octavo Paz de Poesía y Ensayo en 2005, uno de los reconocimientos más acreditados de la hispanidad; son indicios de que en la sociedad todavía hay riqueza y que el crecimiento del Estado autoritario en vez de diseminar su envilecimiento parece haber obrado en ruta contraria.

Nos quedamos con el júbilo y la certeza de que en la literatura venezolana no ha hecho mella lo que el científico Claudio Mendoza acuñó, en artículo publicado en este diario, como el desprecio revolucionario por los expertos.

"Aquí se construyen", dijo Mendoza, "puentes sin ingenieros, se hacen diagnósticos sin médicos, se refina petróleo sin petroleros, se enseña sin ser maestro, se gobierna sin ser estadista".

Pero no se escribe sin ser escritor ni mucho menos a carajazos. Esa es una reserva que la sociedad siempre tendrá a mano y, sin necesidad de estridencias, será siempre el antídoto para las fuerzas que pretenden ponernos a todos su misma herradura.