Saturday, June 10, 2006

Cada cual a lo suyo

Milagros Socorro, El Nacional, Thursday 8, June 2006

Este lunes 5 de junio se produjo un hecho trascendental para todos los países que vamos siendo. Se trata del comunicado suscrito por los precandidatos presidenciales Julio Borges, Teodoro Petkoff y Manuel Rosales, cuya relevancia radica no sólo en los asuntos allí planteados, que, efectivamente, son cruciales, sino también en lo que no dice, en los penosos tópicos que se abstiene de revisitar y en los bordes de lenguaje –los violentos y descalificativos- hacia los que en ningún momento se escora.
El punto básico del documento es la confirmación de la voluntad de los firmantes de acceder a una candidatura única, plantada en la determinación de afianzar un acuerdo de unidad nacional. Desde luego, es una compactación que dé organicidad a todas las fuerzas opositoras, así como a todos los puntos de vista y a todas las perspectivas de orden político, ideológico, cultural y regional, que tengan como propósito la salida democrática del actual Gobierno y su sustitución por un orden igualmente democrático cuyas tareas más urgentes sean la reducción de la pobreza en los próximos seis años, la promoción de empleos, el combate eficaz contra la inseguridad, la rápida construcción de viviendas, el mejoramiento de la atención médica, así como de la calidad de la educación y el combate contra la corrupción, entre otras.

HACÍA MUCHO TIEMPO QUE NO VEÍAMOS UNA ACEPTACIÓN TAN CABAL DE LA REALIDAD Y DE LAS PROPIAS RESPONSABILIDADES. De la realidad, porque admite la imposibilidad de logros en solitario; porque descarta los gestos de voluntarismo y toda esa retórica de Monte Sacro que tantas veces hemos visto disolverse en fracaso, frustración y retrocesos; y también porque mira de frente las dificultades que, sin duda ninguna, implican las actuales condiciones electorales, e incluso enumera las que resultarían imprescindibles para la próxima elección presidencial, como son, la eliminación de las captahuellas y los cuadernos electrónicos, la apertura de las cajas y el escrutinio de las papeletas de votación, una auditoría profesional y confiable del Registro Electoral Permanente (REP) y su posterior depuración en plazos oportunos, así como su entrega en los términos previstos por las leyes. Punto. No hay insultos para nadie, no hay tono de proclama, no hay repaso histórico de culpabilidades.
Pero tampoco hay vencimiento ante esos escollos ni mucho menos dejarle al contrario, o a las marrullerías que se le atribuyen, la toma de las decisiones y el dibujo del destino del país. El acuerdo es una asunción de responsabilidades. Una aceptación de que cada quien tiene que hacer lo que tiene que hacer, sin esperar a que el adversario le dé permiso o que un día amanezca arrepentido y consienta en aquello que ha venido negando, incluso con expedientes, abusivos y abiertamente ilegales. De Chávez no hay que esperar rectificaciones, eso se sabe; tampoco sensatez ni respeto a la disidencia (que no tiene ni con sus adeptos). Si sabemos que éste es un gobierno autoritario y corrupto, cómo vamos a esperar que ofrezca espacios de convivencia o reglas confiables para un procedimiento que podría suponer su salida del poder y un posterior escrutinio a sus acciones, que conduciría a muchos a la prisión.
A un gobierno así no se le piden concesiones graciosas, es preciso arrastrarlo a la arena de la institucionalidad. Y eso no se logra con desplantes, con rabietas o con caricaturas denigrantes, que si así fuera ya estaríamos aviados. Tampoco se logra con tribus enarbolando garrotes. Un proyecto de las dimensiones de éste que hoy nos emplaza sólo puede acometerse desde un gran movimiento nacional, donde los puntos en común estén por encima -muy por encima- de las divergencias, que resultan nimias ante la monumentalidad de la tarea de desalojar del poder a un individuo que se ha valido de él para coparlo en su totalidad y para disponer de los recursos de la Nación como propios.
Es posible que haya que ser mujer para saber que las libertades y las reivindicaciones se bregan, se arrebatan del potrero donde pastan los inapelables lineamientos de la hegemonía masculina, no se ruegan ni se espera que caigan como mangos en mayo. Si las mujeres se hubieran sentado a esperar que les regalaran el manejo de su patrimonio, así como la entrada a las universidades, a los parlamentos, a los altos puestos de las organizaciones… ahí estaríamos todas, corriendo solícitas al grito de un tipo que gritara “miiija, qué pasa con ese sancocho”, con cinco muchachitos colgados de las faldas y el rancho ardiendo.

EL ACUERDO DE BORGES, PETKOFF Y ROSALES NO SE VA POR LAS PETENERAS DE LOS DESEOS SINO POR LOS BARRANCOS DE LO QUE HAY. Y ante el tremendo panorama ofrece soluciones, que tampoco aspiran a complacer a todo el mundo. En este documento está la expresión de una gente que se propone como líder de un país que chapotea en la tragedia: no se permite injurias pero tampoco zalamerías. El acuerdo de unidad nacional arranca con la aceptación de que la candidatura única debe emanar de un consenso entre los sectores representados pero no da margen a que un debate eterno nos desvíe del propósito fundamental; porque una cosa es que la candidatura única surja de la evaluación de los pareceres de la mayoría y otra es que su existencia dependa de que todos estemos contentísimos con cada aspecto del proyecto que hasta ahora ofrece mayores visos de constituir una esperanza.
Tal como yo lo veo, el comunicado es un paso al frente en el que unos venezolanos se restean para hacer lo que tienen que hacer. No lo que quisieran hacer en un escenario ideal, que por estar tan remoto es que se han visto conminados a actuar, con rapidez, con eficiencia y con las menores heridas posibles.

OTRO ASPECTO QUE APRECIO ESPECIALMENTE ES EL LENGUAJE DEL COMUNICADO. SU CONCISIÓN Y SU ESPÍRITU PRAGMÁTICO. Me encanta, por ejemplo, que no aparezca la palabra patria y se dé un rodeo completo a nociones como “amor a la Patria”, “verdaderos venezolanos”, “hacer vibrar a las masas” o “salvación”. Con frecuencia vemos voceros que para apoyar sus argumentos empiezan por pronunciarse como miembros de los que de verdad quieren a Venezuela. Los hechos nos han demostrado que no hacemos nada con los que de verdad quieren a Venezuela, porque los amores tienen apagones pero los deberes no. Es preferible un funcionario probo, un maestro culto, un médico con más vocación que aparaticos, un plomero que cumpla con la cita pautada y en sus chapuzas no nos deje sin luz ni teléfono, y que no se vean arrebatados por amor a Venezuela, que un amante desaforado cuya principal demostración de su apego sea sugerir que quienes piensan diferente no comparten esa pasión. ¿Habrá que recordar las aberraciones que se han cometido en nombre del amor a Venezuela?
Fausto Masó dice que el principal aporte de Chávez ha sido acabar con la fascinación de los venezolanos por Fidel Castro. Es posible que también se le deba agradecer el abaratamiento de las declaraciones de amor a Venezuela y la valoración –por carencia- de la seriedad, la austeridad, la eficiencia, el compromiso a toda costa con lo que a uno le cuadra y con independencia de lo que hagan los demás.
Con la declaración de junio, Borges, Petkoff y Rosales han hecho lo que tenían que hacer: campaña, ofrecer una alternativa. Y hemos visto la agilidad con que muchos han salido a vilipendiarlos. Bueno, cada quien que haga lo que tiene que hacer. Cada quien que dé lo que tiene que dar.