Thursday, April 29, 2010

Entrevista de Monseñor Ovidio Morales por Milagros Socorro

El Nacional, domingo 26 de abril de 2010.

"Venezuela padece de una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión"


" La Patria es hoy un país desgarrado que se desangra e involuciona", así resume monseñor Ovidio Pérez Morales la situación del país, en carta abierta, titulada "¡Presidente, vuelva al Cabildo!", que hará pública este lunes, a través de la dirección de Internet: www.perezdoc1810.blogspot. com.

El documento de cinco puntos tiene al presidente Hugo Chávez como interlocutor. Allí le dice: "Venezuela ya no es una. Por motivos ideológicopolíticos se la ha dividido. Por lo menos a la mitad se la califica de apátrida, decretándosela excluida del goce pleno de los derechos ciudadanos".

El segundo ítem establece: "A pesar de que en referéndum de 2007 se dijo NO a la propuesta de convertir a la República en un Estado socialista, se persiste desde el poder en la desobediencia manifiesta a ese mandato... La Constitución está siendo violada, no se oculta su utilización como simple función del proyecto `socialista’... Está en juego la legalidad del régimen". En el tercero, monseñor Pérez Morales aborda la inseguridad ciudadana y resume: "(...) el Gobierno siembra violencia cuando descalifica, injuria, amenaza y discrimina... No faltan quienes, ante la galopante inseguridad, se preguntan si ella no correspondería a una política de Estado, tendiente a que muerte y miedo conduzcan a una parálisis que facilitaría la sumisión de la ciudadanía".

En el punto 4, el arzobispo afirma: "Una ineficaz, ineficiente y dolosa gestión está llevando a la caída de la producción, del abastecimiento y del consumo, agravada por crisis inéditas y previsibles en los servicios eléctrico e hídrico, y configura un cuadro de carencias y dependencia". Y en el apartado 5, alude a un "líder máximo, inobjetable, inapelable, insustituible, omnipotente", al que recomienda "preocuparse por la propia nación, no cayendo en aquello de luz para la calle y oscuridad para la casa".

Ovidio Pérez Morales fue alumno de monseñor Rafael Arias Blanco, arzobispo de Caracas el 1° de mayo de 1957, cuando escribió una carta pastoral que al ser leída en las todas las iglesias del país elevó la moral de la disidencia y contribuyó a la caída de Pérez Jiménez casi un año después. "Siempre lo he tenido como modelo", dice Pérez Morales.

­Su pronunciamiento es más duro que el de su maestro. ­Sí, porque la situación, desgraciadamente, es más dura.

Pero me atrevo a decir que en lo sustancial de esta declaración, formulada ante la circunstancia bicentenaria tan importante para el país, no voy más allá de lo que los obispos de este país han expresado en sus documentos de los últimos años e interpreto su posición frente a la actual circunstancia.

­Se diría que está a Dios rezando y con el mazo dando. ­En el sentido de pedir a Dios que ayude al país, al tiempo que asumo el compromiso ineludible que en este momento nos toca por el bien de la nación.


­¿Qué supone para usted asumir un compromiso como el que implica su carta? ­Primordialmente, hacer todo lo posible desde el punto de vista individual, grupal e institucional por rehacer la unidad del país. El principal problema de la Venezuela del bicentenario es la división del país. Estamos como en una jaula de fieras, arañándonos e hiriéndonos, cuando tendríamos grandes posibilidades de avanzar unidos mediante el reencuentro y las redes de colaboración.


­El Presidente asegura que no hay reconciliación posible. ­Esa posición abre la puerta a la desesperación de la ciudadanía, al descuartizamiento del país. Uno se pregunta si esa imposibilidad de encuentro fue lo que soñó Bolívar, cuya invocación en Santa Marta fue, precisamente, al cese de los enfrentamientos y la consolidación de la unión para bajar tranquilo al sepulcro.

­Usted mismo no elude la confrontación. Su documento expresa juicios muy duros con respecto al Gobierno y al Presidente. ­Me he visto en la obligación porque quiero a este país y un futuro feliz para él. La verdad es dura pero puede ser la condición de una sanación real. Yo recojo el sentir de mis hermanos obispos, quienes, durante la etapa democrática, hicieron un seguimiento de la situación y advirtieron sobre una serie de situaciones. Si se los hubiese escuchado, otra habría sido la suerte del país. Los obispos hablaron con sentido profético en momentos neurálgicos del país: ante el boom petrolero de los setenta, ante el malestar creciente de los ochenta y en las crisis planteadas en los noventa. Creo que se hace un gran aporte denunciando situaciones, proponiendo salidas positivas y, por supuesto, comprometiéndose en el servicio del país.

­Da la impresión de que después de este pronunciamiento suyo no hay vuelta atrás con el Gobierno. ¿Esa es la idea? ­La idea no es la ruptura. Yo, como obispo, asumo la posición del Episcopado de hacer lo posible y lo imposible por abrir espacios de diálogo.

No solamente entre el Episcopado y el Gobierno, sino entre los diversos sectores de la nación. No podemos claudicar convenciéndonos de que la reconciliación es imposible. La reconciliación supone conversión, otro talante personal y colectivo: yo me reconcilio adoptando posiciones de tolerancia, apertura y respeto. Debo añadir que rezo todos los días por el Presidente y por el bien del país.

Eso me ayuda a liberarme de sentimientos negativos y de animadversión.


­No será que la conversión que usted sugiere pasa por la renuncia del Presidente? ­El documento es una invitación a una vuelta al Cabildo del señor Presidente, que traería la alegría del reencuentro y frutos muy positivos de progreso compartido, de vigencia de la justicia y el derecho, de solidaridad y de paz. Una vez pedí respetuosamente la renuncia de un presidente: al doctor Jaime Lusinchi, a quien le expuse que si quería divorciarse y casarse de nuevo, lo más conducente era que renunciara y lo hiciera al margen de la primera magistratura. Para responder su pregunta: no estoy pidiendo la renuncia del Presidente, exijo que sea de verdad mi presidente y el de todos los venezolanos. Asumir esa responsabilidad sería volver al Cabildo.


­Por menos que eso, está preso Oswaldo Álvarez Paz.


¿Está usted preparado para la cárcel? ­No. Yo no estoy preparado para la cárcel. Pero el señor Jesucristo nos enseñó que el asumir con conciencia y decisión un camino no excluía situaciones de persecución; y él mismo no murió en un lecho de rosas. Ojalá nadie fuera perseguido en este país...

Hablando de presos, conservo como algo muy significativo una carta que me escribió el comandante Chávez desde

­¿Qué edad tiene usted? ­En junio cumplo 78 años.

­Este paso al frente que usted ha dado, ¿tiene que ver con su edad? ­¿Ha adquirido más valentía? ­Un poco más de sabiduría.

Y, definitivamente, más desprendimiento. Yo no tengo nada que buscar en el plano humano. Desde luego, eso no me lleva a conducirme con ligereza, sino, al contrario, a ofrecer un aporte que me siento obligado a dar, porque de eso se me pedirá cuentas en la última hora. No quiero ser reprobado por no haber cumplido con mi deber.


Yare, agradeciendo lo que había hecho junto con el Episcopado en defensa de los derechos humanos de él y de sus compañeros del golpe de Estado de 1992. En ese momento lo hicimos como un deber, así como ahora intervenimos como un deber.

­A esta edad, con gran experiencia acumulada, uno se vuelve más lúcido, sereno y sensible. Uno quiere que haya una Venezuela mucho mejor, más fraterna, más unida. Venezuela padece de una hemorragia que debe conmovernos a todos. No podemos callar ante el sufrimiento de tantos venezolanos víctimas de la delincuencia, homicidios, secuestros y robos. Lo primero que tiene que ofrecer un gobierno es seguridad. Y no es el caso.