Alma Guillermoprieto y el ornitorrinco de la prosa
El Nacional, October 31, 2005
Ibsen Martínez
Alfonso Reyes dijo del ensayo que era el “centauro de los géneros” y que en un buen ensayo “hay de todo y cabe todo”.
Lea usted ahora lo que otro mexicano, Juan Villoro, sabe decir de la crónica: “La crónica [de prensa] es el ornitorrinco de la prosa; incorpora toda clase de rasgos ajenos.
Es el más flexible de los géneros; se puede beneficiar del ensayo, la dramaturgia (las entrevistas concebidas como actos teatrales, la voz de proscenio de la que habla Tom Wolfe y que convierte a la opinión pública en un representante contemporáneo del coro griego), la narrativa (la evocación interior de los sucesos, al modo de Relato de un náufrago, donde García Márquez revive en primera persona un suceso que le ocurrió a otro). Se trata de un género muy versátil y que mejora por asociación: conocer las guerras púnicas y La Ilíada puede ser decisivo al momento de narrar un deporte; de igual manera, conocer la estructura de élites de una tribu y su comportamiento antropológico puede establecer un contrapunto con una crónica de costumbres de la alta sociedad del siglo xx”.
Probablemente el epítome de “ornitorrinco de la prosa” que es la crónica sea la escritora, también mexicana, Alma Guillermoprieto.
Uno de sus más brillantes trabajos, algo que sin duda la inscribe entre los escritores de nuestro continente que más lejos ha llegado en eso de tratar de hacérnoslo inteligible, es sin duda La Habana en un espejo (Debate, Random House Mondadori, Caracas, 2005.) Quien haya leído Al pie de un volcán te escribo, su colección de crónicas escritas en los años 90 sabrá exactamente lo que Villoro quiso decir. Si no lo ha hecho, considere que Guillermoprieto es para mí la cruza perfecta entre Carson McCullers y Greg Maddux en esto del dominio del ornitorrinco de la prosa.
Antes de seguir adelante, interesa advertir que las crónicas de Al pie de un volcán.. fueron originalmente escritas en inglés para The New Yorker. El volumen que las recogió originalmente se titula The heart that bleeds (Knopf, 1994) y fueron vertidas al castellano por ella misma y por el extraordinario ensayista colombiano, ya desaparecido, Hernando Valencia Goelkel.
Guillermoprieto escribió esas crónicas desde diversos países latinoamericanos donde permanecía a veces por largos períodos durante los cuales entablaba contacto con los más diversos ambientes, personajes y situaciones.
Las guerras de Colombia, por ejemplo. Ninguna de sus crónicas responde directamente al tipo de orden disfrazada de pregunta que haría un adocenado jefe de redacción:
“¿quién mandó a matar a Luis Donaldo Colossio?”.
Probablemente, luego de leer Años en que no fuimos felices: crónicas de la transición mexicana (Plaza y Janés, México, 1999) terminas por saberlo, pero no parece que ello sea lo que se propuso hacer al comenzar a escribir sus ornitorrincos que, para colmo de dicha o desconcierto, te hacen sensible a muchas otras cosas acerca de la transición mexicana, acerca de México, acerca de la vida.
La condición bilingüe de Guillermoprieto es característica de los tiempos que corren en el globalizado negocio editorial actual. Pero, prodigiosamente, el hecho de que escriba para lectores de habla inglesa, no le resta un ápice de esencial “latinoamericanidad” a su comprensión del amasijo de paradojas que es nuestro continente.
Recuerdo haber comentado más de una vez: “¡qué gran pieza escribiría Alma Guillermoprieto si viniera alguna vez a esta desconcertante Venezuela!”. El comentario siempre se me escapaba al final de una siempre irritada denuncia, compartida por casi todos los circunstantes, de lo mal que lo hacen la mayoría de los corresponsales extranjeros que nos visitan, o viven entre nosotros, desde que Chávez llegó al poder. No sería justo decir que no hay excepciones; esta nota versa sobre una de esas excepciones, pero no quiero dejar de mencionar entre ellas a Scott Johnson, a Peter Katel y, por sobre todos, a Gerardo Reyes.
Una de las actividades que llegaron copar mi tiempo hasta bien entrado 2004, fue recibir corresponsales a quienes alguien en su casa matriz les había dicho que yo podría darle una visión más o menos ecuánime de lo que aquí pasaba. Lo mismo le sigue pasando a Teodoro Petkoff, pero él es un político bajo el vellón de editor de un diario y el pobre no tiene escapatoria.
Yo, en cambio, dejé ya de tratar de ilustrar corresponsales extranjeros sobre lo que pasa.
Pero hubo un tiempo en que llegué a invertir horas y horas en obsequio de una mejor inteligencia del país, haciendo para el corresponsal distinciones que invariablemente comenzaban con:” si bien es cierto que” y proseguía con “no es menos cierto que...” .
Regresaba a casa pensando que había ayudado a un corresponsal a entender esta vaina tan loca e inasible en que vivimos y que sus lectores, al otro extremo del proceso, no verían en Chávez a un Robin Hood incomprendido ni en Gustavo Cisneros a un Ted Turner desinteresado.
Pues bien, eso era exactamente lo que algunos de ellos terminaban escribiendo. Muchos ofrecían la superchería que hace feliz a la Calle 8 de Miami y a los compatriotas que padecen a Chávez en Weston: Venezuela ha sido colonizada por Fidel Castro y cada médico de Barrio Adentro es un agente del G-2.
Pero la mayoría publicaba basura reciclada sobre la “élites blancas que desde 1492 joden a los etnias indígenas y los oligarcas populistas corruptos que escogían al ministro de Finanzas y se robaban todo el dinero de Pdvsa, esos tipos nunca pensaron en los pobres, sólo Chávez lo ha hecho, y es cierto que ha demolido lo poco de institucional que había en el país, pero es que hay prisa por ayudar a los pobres, y además esas instituciones sólo les importa a ese 46% de golpistas blancos que odian a Chávez porque es un filántropo antimperialista y afrodescendiente, etc”.
En suma: la enorme masa opositora invariablemente descrita como si fuésemos la minoría afrikaaner de Suráfrica en tiempos del apartheid. El catecismo de la izquierda bienpensante eurochavista sobre quién es Chávez, porqué sigue allí y porqué no importa que todas las instituciones del estado hayan terminado a su exclusivo servicio y nos estemos desbarrancando hacia eso que Fareed Zakaria llama “una democracia no liberal” : una “democracia” con menos y menos libertades cada día que pasa.
El más contumaz de estos “corresponsales” quizá sea Juan Forero, el sabueso que el New York Times nos envía cada cierto tiempo. Con su base de operaciones en Bogotá, Forero se pone de un salto en Venezuela cada vez que hay una remezón, e invariablemente envía a sus lectores algo que, lo crea usted o no, parece salido de la oficina de prensa de Miraflores o del disco duro de Ignacio Ramonet.
Alma Guillermoprieto se ha animado, al fin, a escribir sobre Venezuela y nuestras calamidades. Las dos primeras brillantes entregas que brinda a sus lectores han aparecido en la New York Review of Books (www.nybooks.com), en sus ediciones del 6 y el 20 de octubre de este año.
Se trata de dos textos que no desdicen de la probidad intelectual que ha hecho de Guillermoprieto un modelo viviente para muchísimos jóvenes periodistas en ambas riberas del Atlántico. No en balde haber participado en algún taller de los que ella ha dictado para la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano se cuenta en el curriculum de los más promisorios periodistas de nuestra lengua. En rigor, se trata de la reseña de cuatro libros escritos sobre Chávez pero es un ornitorrinco de la prosa, no hay duda. Y de los mejores que haya escrito nadie sobre el tema.
La primera de estas entregas se llama Don’ t Cry for me, Venezuela y la segunda The Gambler, (El jugador). Gran parte de este último trabajo versa sobre el indudable carisma personal, sobre el gran predicamento de que Chávez goza entre los pobres y sobre las opciones que se abren ante Chávez, el hombre. Pero yo lo arruinaría todo glosando a Alma Guillermoprieto. ¡Faltaría más!
Baste decir que me parece que los medios de prensa escrita venezolanos le deben a sus lectores una traducción de estas dos piezas. Si yo dirigiera un diario la desplegaría integralmente en sucesivas ediciones dominicales.
Hace poco, Adrián Liberman, psicólogo clínico e insoslayable columnista de esta casa, publicó en esta misma página, un devastador retrato moral de buena parte de la clase media venezolana que, al mismo tiempo, es una iconoclasta disección del modo patológico e inconducente como hasta ahora el grueso de esas clases media y alta han entendido y vivido la política en un país que, mal que nos pese, ya no volverá al status quo anterior a 1998.
Esas clases, autocomplacientes en lo moral y estultas en lo ciudadano, quieren ahora creer que el abstencionismo es la bomba de neutrones que acabará con Chávez, harían bien aprendiéndo de lo que el prodigioso detector de verdades subyacentes que es Alma Guillermoprieto ha entrevisto del futuro inmediato de los venezolanos.