Ramos Allup y las cartas marcadas
El Nacional, Monday 31. October 2005
Armando Duran
El pasado jueves, durante la audiencia constitucional para resolver el recurso de amparo contra la maniobra electoral conocida como “las morochas”, Henry Ramos Allup tuvo sus 15 minutos de esplendor. Esplendor jurídico, aunque no político. No sólo demostró en ese intenso cuarto de hora su habilidad de abogado litigante, sino que dejó a sus contrincantes, los poderes judicial y electoral, el Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo, en el mayor de los ridículos. Sin embargo, políticamente, puso bien en claro su insuficiencia para estar a la altura de las circunstancias.
¿Cómo es posible que tantas décadas de quehacer político terminaran en un acto de tan suprema ingenuidad?
En todo caso, tan frustrado quedó al darse cuenta de que una vez más le habían tomado el pelo, que al final de su impecable réplica jurídico-parlamentaria advirtió: “La oposición necesita razones para participar en las elecciones, porque cada día hay más razones para no participar”.
Amenaza, por supuesto, puramente retórica. Ese mismo día, para despejar cualquier posible duda sobre la futura conducta de los partidos políticos de la oposición, todos sus dirigentes, comenzando por Jesús Méndez Quijada, presidente de la tolda blanca, sostuvieron que la oposición seguirá en la lucha. Entiéndase, en la lucha electoral. No en balde, José Vicente Rangel les clavó el estoque de su ironía hasta la cruz cuando afirmó que Acción Democrática “se había acordado de sus buenos tiempos y a través de Ramos Allup fijó una línea para los sectores de oposición: actuó como interlocutor importante y se desvinculó de los sectores que buscan con sus posiciones impulsar la violencia y el desconocimiento de las instituciones”.
El sainete sólo había servido para que el régimen legalizara ante la comunidad internacional la muerte de la representación proporcional de las minorías.
Un espectáculo patético
Todos tuvimos la oportunidad de presenciar la pantomima en vivo y en directo.
Gracias a las cámaras de la televisión, vimos y escuchamos la estulticia de los consultores jurídicos del Consejo Nacional Electoral y de la Defensoría del Pueblo.
Incluso fuimos testigos estupefactos de la afición de este último por la goma de mascar.
Incansable, a mandíbula batiente, el jurista se entregó durante toda la jornada al precario placer de darle gusto a su paladar.
También nos quedamos admirados, una vez más, ante la afectada dicción de William Lara y ante la escasa elocuencia de Carlos Escarrá. Y finalmente nos dominó la confusión cuando escuchamos a la fiscal Orihuela darnos una lección magistral de ambigüedad. ¿Era esa toda la artillería de que disponía el régimen para hacer valer sus puntos de vista?
De todos modos, ese primer round del encuentro, al margen de que todas las palabras de los múltiples voceros del oficialismo apuntaron con estudiada y grosera precisión en el mismo y previsto sentido, el torneo se mantuvo dentro de los límites de las formalidades jurídicas. Tras la segunda y punzante intervención de Ramos Allup, sin embargo, la situación cambió con súbita brusquedad. En esos 15 minutos, el secretario general de Acción Democrática metió el dedo hasta el fondo de la llaga. Las réplicas de régimen se politizaron sin el menor pudor. Jorge Rodríguez, Isaías Rodríguez y Germán Mundaraín, rasgadas sus inocentes vestiduras por la intervención de Ramos Allup, se vieron obligados a hacer ostensibles galas de su lealdad, no a la justicia y al derecho, sino a los intereses de la revolución. Todo el poder para los soviets, que en esta encrucijada de la historia política de Venezuela significa todos los cargos para quien gane.
Cualquier cosa, incluso violar su propia Constitución, con tal de obtener la mayoría suficiente en la próxima Asamblea Nacional para reformar su contenido y garantizarle al Presidente Hugo Chávez plenos poderes. Primer e imprescindible paso para llegar, antes de las elecciones presidenciales del año que viene, a la ansiada dictadura constitucional.
Participar o no participar
El efecto razonable de esta simulación era que los partidos de oposición, resumieran su rechazo político y ético ante la arbitrariedad, anunciando el retiro inmediato de sus candidatos a la Asamblea Nacional.
El grave problema de las elecciones del próximo 4 de diciembre no era la aplicación de esa argucia llamada “morochas”. El meollo del asunto es la manipulación perversa del Registro Electoral Permanente, la aún más siniestra combinación de máquinas de votar, cazahuellas y cuadernos electrónicos, el escrutinio electrónico y la comprobación manual de sólo unas pocas cajas de recibos de votación, seleccionadas, naturalmente, por máquinas electrónicas fácilmente manipulables. Sin embargo, y de manera inconfundible, los partidos de la oposición electoralista concentraron todas sus energías en el tema de “las morochas”, como si los otros factores, los decisivos, carecieran de importancia. Y en este extraño afán de confundir el rábano con las hojas, Ramos Allup, el accionante del recurso de amparo, declaró que su solicitud “estaba blindada”.
Una frase que necesariamente nos remitió a la triste insistencia de la Coordinadora Democrática al señalar hasta el cansancio que el referéndum revocatorio “estaba blindado”.
Por supuesto, en esta Venezuela de infinitas incertidumbres, lo único que está blindado es la voluntad de Chávez.
¿Quién, en su sano juicio, podía considerar que la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en nombre del Estado de Derecho, estaba resuelta a desafiar a Chávez y recomponer el porvenir político del país? ¿Quién le garantizó a Ramos Allup que la sentencia de esta Sala Constitucional iba a ser favorable al dichoso recurso de amparo? Peor aún: ¿por qué extraña razón, del mismo modo que el inesperado triunfo del No en el revocatorio “sorprendió” a la Coordinadora Democrática sin una respuesta convincente en defensa de sus electores, la oposición ha tomado el ostensible, público y notorio atropello al derecho de los venezolanos a elegir como si en realidad no hubiera ocurrido nada? Y si así fuera, ¿por qué Ramos Allup habló de que cada vez existen menos razones para participar en los comicios del 4 de diciembre? ¿Qué quiso realmente decir?
¿Un simple saludo a la bandera?
La certeza de Chávez
Con esta dirigencia de la oposición, ciertamente, Chávez no corre ningún peligro.
Puede que se sienta amenazado por un posible estallido social, por una hipotética inquietud en algunos sectores de la Fuerza Armada Nacional, pero no por unos partidos dispuestos a cualquier cosa con tal de no perder algún que otro mínimo espacio electoral. Esta certeza la tiene Chávez desde hace años. Una certeza que le permite actuar en todo momento con gran impunidad. Y gracias a la cual puede decirle al mundo que en Venezuela reina la democracia y que si él gana todas las elecciones es culpa de sus adversarios, incapaces de conquistar la confianza de los electores.
Eso ocurrió con el revocatorio. Se denunció el fraude, pero la participación en un evento electoral plagado de irregularidades desde su etapa inicial, y la discapacidad de dar la pelea para sustentar la denuncia, dejó a la oposición sin argumentos ante la comunidad internacional. Admitir ahora la decisión de la Sala Constitucional y reiterar estruendosamente la aceptación de “las morochas” como mecanismo electoral, sencillamente legitimiza su aplicación y el resultado absolutamente adverso que se anunciará poco después de cerrar las mesas de votación, en la noche del 4 de diciembre o en la madrugada siguiente.
Ni una sola protesta tendrá validez entonces y, una vez más, podrá Chávez jactarse del amplio y creciente respaldo popular que disfruta el régimen. Todo el mundo, al margen de cualquier sospecha, reconocerá como bueno el desenlace de estos comicios parlamentarios. Si los partidos de la oposición participan es esas elecciones sin chistar y luego aceptan sus resultados, ¿por qué la comunidad internacional tendría que señalar a Chávez con un dedo acusador?
De nuevo, este es el centro del debate.
No se trata, como las partes interesadas proclaman, de sumarse al esfuerzo unitario de la oposición. Tal esfuerzo no existe. Lo que los partidos han alcanzado es una alianza electoralista. Nada más. La única y auténtica unidad es la de los dirigentes con su pueblo. Y esa unidad, en el campo opositor, se rompió la madrugada del 16 de agosto del año pasado. Hasta ese instante, la unidad de propósito –revocarle a Chávez su mandato– había unido a los venezolanos opositores con sus presuntos dirigentes.
Desde ese día de parálisis y abandono, la ruptura se hizo irreversible. Quizá, si lo ocurrido en el TSJ el pasado jueves hubiera generado una reacción contundente de los partidos de oposición, la de retirar sus candidaturas, si al menos hubieran declarado que ante este nuevo desafuero estudiarían seriamente esa opción, habría existido la posibilidad de remendar el desecho capote. En cambio, haber asumido tan franciscanamente la sentencia de la Sala Constitucional, sencillamente echa por tierra la oportunidad de constituir un formidable frente opositor. Ese era, en definitiva, el único sentido de introducir un recurso de amparo constitucional contra “las morochas”. Para utilizar el abuso de poder del TSJ como factor aglutinador del pueblo opositor. No hacerlo, condena al antichavismo al más tenebroso ostracismo. De ahí el elogio envenenado de Rangel a Acción Democrática y a Ramos Allup. Acceder a participar en el juego electoral con las cartas marcadas, en definitiva, anula hasta el derecho al pataleo. Para mayor gloria de Chávez, gracias a Ramos Allup y a los partidos políticos de la oposición.