Monday, February 20, 2006

UB313

Today' s Ibsen Martinez article has it with the "eurochavismo". Below the Spanish version of the article published today in El Nacional

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Lo que en otro contexto he dado en llamar “eurochavismo”, esa enfermad infantil del “altermundismo” globofóbico del Primer Mundo, ofrece, desde luego, variantes y matices.

Alguna de ellas dignas de más atención de la que solemos darles los demócratas liberales.

El eslogan del Foro Social de Caracas brinda un motivo perfecto para discurrir sobre esos matices. Como se recordará, su eslogan fue: “otro mundo es posible”. Se trata de una verdad incontrovertible:
existen otros mundos. Sin buscar más lejos, el asteroide denominado por la convención astronómica como UB313 es un buen candidato a “mundo posible”.

Los astrofísicos de más nombradía discuten actualmente si el UB313, descubierto hace muy poco por el profesor Michael Brown, del Tecnológico de California, es el asteroide más grande jamás observado o si no será, sencillamente, el décimo planeta del sistema solar.

Pero, si por “mundo posible” entendemos la organización social para la creación y distribución de riqueza material, con la condición añadida que no haya ni gulags ni Auschwitz, lo cierto es que, después del colapso del mundo soviético, hasta un crédulo papanatas “onegero”, digamos por ejemplo, un mochilero belga de 17 años tiene derecho a preguntar cómo podrá ser ese otro mundo, cuáles caminos llevan a Utopía.

Con esto de eurochavismo no me refiero a los viejos mecanismos reflejos, a la liturgia de izquierda parlamentaria europea que puede llevar a 79 parlamentarios laboristas británicos a expresar su reconocimiento a los “progresos alcanzado por el gobierno de Venezuela en las áreas de salud, educación vivienda, tierras, alimentación y microcréditos.” ¿Qué tal sonó eso? Ocurrió apenas la semana pasada. Afirman los parlamentarios laboristas que el gobierno venezolano ha hecho grandes progresos “en las áreas de salud, educación, vivienda, tierras, alimentación y microcréditos.” Parece el despacho de un periodista de la izquierda francesa de visita en Cuba en tiempos de la 1ª Declaración de La Habana. Jean Paul Sartre y Oliver Stone, babeados de unción por el profeta del futuro que para muchos sigue siendo Fidel Castro, no lo habrían expresado mejor.

El fraseo de la resolución laborista recuerda el texto de esas cuñas que nuestro gobierno transmite arteramente en cadena, con ostensible intrusión de la jerga del Granma en trance de exaltar los logros del “proceso”.

Desde luego, la actitud de ese impresionante contingente de la bancada socialista en la Cámara de los Comunes, puede o no ser parte del tsunami de antiamericanismo que hoy día barre el planeta, pero me obligo a señalar que el comunicado laborista responde también a la idea naif que de Chávez y Venezuela se hacen muchos políticos de la izquierda parlamentaria europea.

—Una digresión se impone, para ser justos con la izquierda italiana de hoy día. La gente de Democratici de Sinistra, la agrupación mayoritaria de izquierda institucional y democrática, no traga el anzuelo de Chávez: el siglo XX italiano han visto demasiado mesianismo militarista como para comprar la quincalla bolivariana—.

Otra cosa hay que decir del PSOE, partido que, increíblemente, da apoyo a un gobierno “socialista” cuyos lemas de campaña fueron antibelicistas y que hoy es mercader de armas. ¡Felipe, vuelve:
todos se han vuelto locos!
Tratándose del laborismo británico– partido que, dicho sea de paso, cumple por estas fechas cien años de haber sido fundado–, con toda seguridad los parlamentarios que firmaron la resolución son buenos lectores de Graham Greene, novelista británico que blasonaba de haber sido amigo y confidente de Omar Torrijos.

En su infatuación con Torrijos y, en general, con los ineptos populismos autoritarios latinoamericanos del tipo Velasco Alvarado, Graham Greene y todos los de su cuadra, se me antojan un club de “Gabos” británicos, crédulos lectores del Guardian, embobecidos ante un militar latinoamericano “antiimperialista”, un insumiso, exótico, dicaz y de aparente, sólo aparente, heterodoxia política para consumo del turismo revolucionario europeo.

Alguien, en fin, a la medida del tedio londinense que a acogotaba al buen Graham cuando no estaba de visita en un paraje premodernamente violento y desprovisto de instituciones democráticas:
el México de Lázaro Cárdenas, el Haití de Duvalier o el Panamá de Omar Torrrijos, quien fue para Greene al mismo tiempo su buen salvaje y su buen revolucionario.

En una entrevista concedida por Greene a la periodista francesa, MarieFranÁoise Allain, en 1984, cuando la revolución cubana ya se había desprendido de la coartada de ser “joven, imaginativa e inexperta”, y al serle cuestionada su indiferencia ante las inhumanas cárceles y crueles persecuciones de Fidel Castro, Greene responde formulando un deseo: “me gustaría que la palabra ‘dictador’ no fuese implícitamente peyorativa. Digamos mejor que Fidel Castro es ciertamente un estadista autoritario.” Los parlamentarios laboristas, al igual que Greene, tienen sumo cuidado de hurtar el cuerpo a la pregunta por los derechos humanos y políticos en Venezuela o por el fair play electoral o por el rule of law, o “imperio de la ley” encomendado a un sistema judicial independiente del ejecutivo, noción cara a la civilización política anglo-americana.

Prefieren hacerse lenguas de improbables logros en el ámbito de la justicia social y el desarrollo humanos. Y pueden por incordiar a Blair, mostrar simpatía y comprensión para un “estadista autoritario” animado de filantropía y preocupación por los pobres, en la seguridad de que Chávez no ocupará jamás el Nro. 10 de Downing Street.

Este tipo de simpatía “salonnard” por el diablo se manifiesta casi siempre asociada a otra superchería de la izquierda europea, esgrimida a menudo por el inefable Jean Paul Sartre: la martingala esa de la “originalidad de las revoluciones”, del “cariz novedoso del experimento”, perversa noción que lleva implícita la promesa de que esta vez no se incurrirá en los desmanes tiránicos de las “revoluciones” burocratizadas del siglo XX, el siglo de los totalitarismos.

Sobre esto de la “originalidad” volveré cuando comente, la semana que viene, alguna de las simplezas vertidas por Raúl Morodo, el embajador de España en Venezuela, en un artículo antológico aparecido originalmente en El País de Madrid y, más tarde, en este matutino. Es un ejemplo resplandeciente y perfecto de cómo la simpatía por las “originalidades” tercermundistas informa una novísima cepa de “eurochavismo.” Es larga la lista de “experimentos interesantes por su originalidad” a los que, según los atildados observadores de la izquierda europea, “hay que darles una oportunidad”, sin prejuzgar, sin medirlos por el rasero eurocéntrico de la democracia liberal y del estado de beneficencia “en bancarrota”, ni mucho menos hacerle el juego a sus enemigos de dentro y de fuera.

Esas “democracias en bancarrota”, esos agotados “estados de beneficencia” son, sin embargo, los que permiten a esos mismos observadores vivir sin sobresaltos en Barcelona o Amsterdam, y venir a visitarnos con un boleto aéreo de retorno a Londres, Roma o París en el bolsillo, Si de “originalidades” se trata, el retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina en 1973 podría ser el epítome.

Voló de Barajas a Eseiza en un avión repleto de intelectuales, periodistas y observadores “de izquierda”, con el “brujo” López Rega haciendo de cancerbero entre la sección de primera clase donde viajaba El Jefe y la chicken class de los entusiastas. Y un ataúd con el cadáver embalsamado de Evita en la sección de carga, como si de Ramsés II se tratase. Más original, difícil.

Esa sola imagen me recuerda la travesía de Nosferatu, que también llevaba un ataúd como equipaje. Sobre todo cuando pienso en lo que vino después: a algunos de los intelectuales que iban a bordo los asesinaría la propia mafia peronista, encabezada por López Rega, mucho antes de que los militares fascistas se unieran a la matanza sistemática.

Con lo que llego, de modo natural, al asunto de la próxima entrega. ¿Recuerda el lector cuando la izquierda a-bo-minaba de los populismos latinoamericanos por que eran corruptas insuficiencias reformistas y, para colmo, caudillescas, mesiánicas y filofascistas?
Pues bien, ya no. En su orfandad de ideas, la izquierda “posmoderna”, sin nada contundente que ofrecer que no sea trocar la palabra “proletariado” por “subalterno”, o decir “exclusión” donde bien podrían decir “pobreza”, se ha visto en el trance de balcanizar sus simpatías por un enjambre de causas justas y a menudo disyuntas.

Era inevitable que los postmarxistas —así se hacen llamar algunos— ahora muestren simpatía ¡por el populismo! y argumenten que se ha sido injusto con él. El populismo, según ellos, pudiera ser el verdadero promisorio camino hacia la superación de la pobreza y el logro de la democracia para todos.

Más detalles de esta patología la semana que viene, a esta misma hora por este mismo canal.