EL NACIONAL - MARTES 18 de Julio de 2006
Luis Pérez Oramas
Innumerables veces hemos afirmado una certeza:
Venezuela ha llegado a los extremos de su más absoluto descamino por una razón fundamental, el desprecio a la política.
La indiferencia ante la pobreza —y los diecisiete años continuos de descenso en el poder adquisitivo de los venezolanos desde los años 80 hasta la llegada de Chávez— es uno de los más flagrantes ejemplos de ese desprecio a la política. Lamentablemente iniciado —practicado— por los propios líderes políticos del esclerótico sistema en el que concluyó nuestra democracia civil, la exclusión de la pobreza de la agenda del Estado y la desidia ante ella en el discurso de nuestra política condujo a la llegada de Chávez al poder.
¿Hace falta enumerar la suma de actos de desprecio a la política que, de parte y parte, chavismos y antichavismos, nos ha conducido a este lugar sin alternativa que es nuestro presente?
Ha venido Gianni Vatimo, excelso heideggeriano italiano, a declarar su fanatismo por Chávez. Desde los pinares de Roma es delicioso ser chavista:
si alguna vez escuchara la abyecta palabra abominante del tiranuelo populista que nos gobierna, si viviera día a día sus abusos, si trajinara ante el descaro de los corruptos de la revolución, si experimentara cuán cerca está Chávez de Berlusconi no diría Vatimo su subordinación hacia este populismo autocrático.
Llegará entonces un día en el que la inteligencia venezolana, de izquierda o de derechas, deberá saldar sus cuentas con los hegemones del pensamiento europeo y alternativo, reflexionando sobre un tema: la conjunción de “progresismo” y “ceguera” en tantos intelectuales dispuestos a cruzar el Atlántico para satisfacer, con turismo revolucionario y primeras planas, una adolescencia frustrada en la utopía.
También ha venido Dick Morris, y tras facturar unos cuantos millones de bolívares, imaginamos cientos, ha concluido que ninguno de los precandidatos tiene opción y que Chávez está más fuerte que nunca. El loro de mi casa, por mucho menos dinero, hubiese dicho lo mismo. Aún mejor:
parece que este “genio” ha llegado a la misma conclusión a la que llegaron los copeyanos cuando decidieron lanzar a Irene Sáez. Que para oponerse con suceso a Chávez se necesita tan sólo una cara bonita, limpieza de sangre y apaga las velas.
Ambas noticias, provenientes como son de diversos extremos, sintomatizan el estado de desesperanza de nuestro presente. Ambas reafirman, hasta un límite inimaginable, que lo único que prevalece en Venezuela es el abismo de la política, la ausencia de política, la mudez de toda forma de inteligencia política.
Si hacía falta una confirmación local del desvarío, si nos hacía falta un nuevo paro, una nueva huelga de petróleo, un nuevo Carmonazo vino entonces Súmate —que debería bautizarse de ahora en adelante Réstate— a ofrecerlo con la arrogancia de la cual sólo somos capaces, cuando nos esmeramos, las elites de esta nación desesperanzada. Patiquines somos todos, y yo el primero: ello no impide mi detestación —¿será esquizofrenia?— de los patiquines. Y Teodoro Petkoff tiene toda la razón en llamar como ha llamado por su nombre —arrogancia— el ultimátum de Súmate —perdón, Réstate—.
¿Habrá que gritarlo a gañote partido? La crisis inenarrable que atraviesa Venezuela, inédita por demás, no requiere con urgencia de soluciones técnicas, sino políticas. Venezuela no necesita más tecnócratas:
Venezuela necesita de políticos. ¿Hace faltan lentes de aumento para saber que el país opositor, que ha sufrido la sumatoria de fracasos y decepciones más grande, no esta dispuesto a repetir —y con toda razón— la tragicómica escena de firmas y votaciones por cuenta propia? ¿Es que no se han percatado los de Súmate —o Réstate— que el voto es hoy, en Venezuela, un mecanismo más del gobierno, como todo lo demás, para su exclusivo beneficio? ¿Que existe, por lo tanto, una crisis estructural en nuestro sistema democrático, es decir que se ha roto el contrato social que lleva a una sociedad a creer en el voto? ¿Y que la lógica demoledora del chavismo ha logrado su mayor éxito político al contaminar a la nación entera con la sospecha hacia el voto, precisamente recurriendo a él, abusando de él, rebajándolo a la abyecta función de un simple instrumento legitimador; abusando de su mayoría y despojándolo de su sentido y de su función de mecanismo de representación y de alternancia?
Apenas ayer yo tenía el privilegio de acompañar a uno de los más grandes artistas del presente, el italiano Giuseppe Penone. Hablábamos amistosamente de aquello y de lo otro, y Penone me confesaba su detestación de la cronología y me decía, no sé porqué, “el arte no es democrático”, añadiendo: “ni siquiera sabemos si la democracia es la mejor solución para nuestros problemas”. Yo respondí con silencio. Pero entiendo que la frase proviene de un enorme intelectual que ha vivido uno de los procesos de deterioro más drásticos y trágicos en un sistema democrático moderno.
Yo respondí con un silencio cuyo nombre era el nombre de Venezuela.
No hay duda para mí de que la democracia es nuestro único destino. Pero no hay duda de que quienes gobiernan a Venezuela no participan de la democracia, solamente la usan. Venezuela requiere hoy de un líder político capaz de dejar el testimonio de lo contrario. Ni siquiera digo un líder capaz de vencer al gobierno, o de ofrecer una alternativa a Chávez. La única alternativa aceptable hoy es el testimonio de lo opuesto a Chávez. Venezuela requiere, para reconstruir la posibilidad del voto y de la democracia, rehacer la capacidad de encuentro, ejercer de nuevo la voluntad y la eficacia de las negociaciones. Venezuela requiere alguien capaz de asentarse sobre un Pacto creíble.
Un “momentum”. Sólo después de ello, sólo después de un acuerdo que no se nutra del silencio de quienes siempre pierden podremos ir a votar nuevamente. La antipolítica —y en ello coinciden Chávez y Súmate— abogan, en cambio, por unas primarias minadas de riesgos y carentes de credibilidad sociológica.
Voy a ser claro: sólo creo en un nombre capaz de llevarnos por la senda intrincada de riesgos de nuestro presente; sólo creo en un testimonio, opuesto a Chávez: el de Teodoro Petkoff. Pero la confabulación de los tontos útiles y de las fuerzas que restan —los instrumentalistas del voto— han reiniciado, ya sin desmayo, las escaramuzas de nuestro suicidio incesante.