La victoria de Obama es el revés más grande que ha sufrido la anti-política y el anti-intelectualismo que dominan el mundo, de los que Berlusconi, Sarkozy y Chávez son los más dignos representantes
Paula Vásquez Lezama
París/Francia
Para Natacha Gómez
La frase no es mía sino de una crónica de Vittorio Zucconi del diario La Repubblica de Roma que celebra el triunfo del candidato demócrata el 4 de noviembre. Los lectores franceses de Le Monde manifestaban algo parecido en el sitio web del diario, pero de manera bastante menos elegante: "¡Con este triunfo, Sarkozy se ve más viejo y más bruto!". Y es que el triunfo de Barack Obama es el revés más grande que hayan sufrido la anti-política y el anti-intelectualismo que dominaban –y dominan, por supuesto– la escena política global, de los que Berlusconi y el Presidente francés son los más dignos representantes en Europa y el Presidente venezolano es el mejor exponente en América Latina.
Anti-intelectualismo reivindicado por George W. Bush y sus seguidores cuando hacían alarde de que el Presidente hablaba mal y no tenía libros. Y es que, quizás, una de las características más brutales de este momento histórico es que muchos ciudadanos de regímenes democráticos se disgustan cuando un político "habla como un intelectual" y elabora oraciones con más de dos frases subordinadas. Me atrevo entonces a afirmar que, por una parte, la victoria de Barack Obama nos dice que todavía es posible hacer política expresando ideas complejas, debatiendo y desarrollando el arte de la argumentación. Que todavía un profesor universitario de derecho constitucional puede hacer política y devolverle su nobleza a tan vilipendiado arte. Que una primera dama puede ser abogada, tener un humor sarcástico y puede tener un PhD en sociología.
Por otra parte, la victoria de Obama es el triunfo simbólico de la diversidad, de los hijos de madres solteras, de las familias atípicas, de los diferentes, de los que portan un nombre "raro" (un funny name, como decía un camionero de Texas), de los que piensan distinto y eran vilipendiados en cualquier reunión pública o privada al expresar dudas acerca de la eficacia de la guerra en Irak para combatir el terrorismo.
El domingo pasado el presidente Chávez se dirigía a Obama recordándole la responsabilidad que tenía en tanto que "hombre negro", cayendo así en la trampa del esencialismo racial que justamente el futuro Presidente de los Estados Unidos ha combatido con tanta justicia y justeza. Obama encarna y su discurso es el vehículo de la posibilidad de ir más allá de una de las fracturas originarias de la nación norteamericana: la esclavitud y la segregación racial. El discurso de Chávez, esencialista por antonomasia, se queda anclado en esa fractura, está y siempre estará por lo visto, preso en ella. Obama demuestra que es necesario y posible superarla, a punta de talento y de posturas humanistas y universales.
Así que los que crean que Obama está allí "porque es negro" se equivocan. Barack Obama está allí porque convenció y eso no lo hace el color de la piel. El triunfo de Obama es un acto político que trasciende la esencia racial, que empieza con la reivindicación de la herencia de Martin Luther King y de Rosa Parks, ciertamente, pero que no se queda en ella. A propósito, ojeando la prensa mundial a vuelo de pájaro, llama la atención particularmente que en dos ciudades del planeta no hubiera manifestaciones de júbilo por el triunfo de Obama: Moscú y Caracas. Rusia ya había anunciado que continuaría con una postura hostil, ganara quien ganara. En cuanto a Caracas, salvo este diario, la actitud de los medios y de la calle pareciera estar marcada, en el mejor de los casos, por la displicencia; en el peor, por la indiferencia. Mientras las grandes ciudades del mundo festejaban, Caracas estaba tan triste como las afueras de Dallas.
¿Consecuencia, quizás, del prisma de la polarización que nos arrastra a un punto ciego –la identificación absurda de Chávez con Obama, por un lado, y el despecho de haberse quedado sin enemigo por el otro– que nos lleva a darle la espalda a un acontecimiento después del cual nunca nada será igual? Y esta vez, por una vez, para bien.
Evidentemente, llegará el fin de la "Obamanía", de la luna de miel y el capital político del Presidente recién elegido disminuirá por el solo trajín de gobernar una nación sumida en una crisis económica y social profunda. Pero, lo que hay que celebrar hoy es que el triunfo de Obama es la derrota del maniqueísmo, de la simpleza, de las soluciones únicas, unívocas y unilaterales de los conflictos que asolan a la humanidad. ¡Felicitaciones!