Vencido por la basura
Milagros Socorro
El Nacional, December 15 2005
El 27 de noviembre pasado, el presidente Chávez hizo, en Tía Juana, estado Zulia, un clamoroso llamado “a todas las instituciones del país y a los venezolanos en general para solucionar definitivamente el problema de la acumulación de basura en los centros urbanos”.
Se trata de una iniciativa que honra al jefe del Estado y revela su sensibilidad frente a uno de los problemas que más atormentan a la población nacional, mayoritariamente asentada en ciudades. “Me niego –dijo Chávez– a que la basura me venza. Vamos a derrotar el basurero, el problema es de todos”. Y a renglón seguido, instó a la ministra del Ambiente, Jacqueline Faría, a recabar información “sobre la mejor tecnología del mundo” para desalojar acumulación de desechos en las calles de casi todo el país.
Esta declaración la hace el Presidente a siete años de gestión gubernamental, en los que el problema –aludido, precisamente, en la única región que ha demostrado éxito al respecto– se ha agravado hasta constituir una penosa carga en el paisaje físico y mental de nuestras urbes. Es un tiempo suficiente como para que el mandatario hubiera comprendido que la solución pasa, sí, por la inversión en tecnologías para el acopio y tratamiento de los residuos; pero que esto es sólo una parte, y no la fundamental, del conjunto de acciones que se deben tomar.
LO PRIMERO QUE EL PRESIDENTE DEBE ADMITIR ES QUE LA BASURA QUE AMENAZA CON DERROTARLO A ÉL Y A SU GOBIERNO ES LA BASURA IDEOLÓGICA: la retórica sobre la que flotan la corrupción, la ineficiencia, el malbaratamiento de los recursos y la exclusión de gran parte de los venezolanos.
De esta suma de despojos se derivan casi todos los flagelos que hoy nos azotan. El estrepitoso fracaso de Freddy Bernal, alcalde del municipio Libertador, en Caracas, es la muestra más palmaria de esto. Bernal demostró carecer de la seriedad, la coherencia gerencial y la preparación profesional para remover los montones de desperdicios de su zona; y Chávez, en vez de reconocer un hecho de imposible negación, apoyó su reelección para un cargo a cuya altura nunca ha estado el funcionario.
La basura ha permanecido –y aumentado– en el municipio Libertador por una operación de basura ideológica que retuvo a Bernal en esa alcaldía.
Ahora Chávez ordena a la ministra del Ambiente que se ponga a buscar la mejor tecnología del mundo en materia de mugre callejera, sin advertir que el Poder Electoral cuenta, supuestamente, con los periquitos más modernos en cuestión comicial; y, sin embargo, esa lustrosa ferretería –comprada a precio de oro– no ha sido capaz de dotar el acto de votación de la sangre que le da vida, cual es la transparencia y la confianza. Otra vez, la basura ideológica y su hermano siamés, el afán de continuidad en el poder a toda costa, desactivan la suficiencia de la tecnología para constituirse en solución de un asunto vital. Queda claro, pues, que mientras un país se conduzca a partir de la basura ideológica, no habrá tecnología, millonazos o buenas intenciones periódicas que alcancen a arañar la disminución de sus dificultades.
PARTAMOS DE QUE LA BASURA NO ES UN QUEBRADERO DE CABEZA ÚNICAMENTE PARA VENEZUELA Y NI SIQUIERA PARA LAS SOCIEDADES MODERNAS. Ya el Imperio Romano elaboró sus mecanismos para retirar el ñoñero que se acumulaba en las calles de sus centros más densos.
Y es sabido que la peste negra que azoló a Europa en la Edad Media, matando la cuarta parte de la población, fue transmitida especialmente por las ratas que transportaban el mal desde los basurales. Pero, desde luego, las ciudades de la actualidad son, como ninguna antes, una máquina de fabricar basura. Y, a mayor prosperidad de un país, más altos son los volúmenes de desechos que genera.
Los caraqueños producimos 800 gramos de basura por día (que en diciembre aumenta a más de un kilo). Esto, referido exclusivamente a los residuos caseros, no a los industriales. Hablamos, pues, de unos 300 kilos de basura al año por cada uno de nosotros. En contraste, cada español genera 434 kilos por individuo y día. El mayor productor de basura en el mundo es Estados Unidos, que pasa de 900 kilos; los japoneses, más de 400. Y están las naciones con reputación de tacita de plata, que, sin embargo, segregan lo suyo, como Finlandia (más de 500), Noruega (473 kilos), Suiza (424 kilos) y Alemania (318 kilos). Ninguno de estos países, todos los cuales superan con creces la producción de basura de Caracas, tienen en ella un problema de salud y de ornato rayano en lo demencial, como en nuestro caso.
LA DIFERENCIA ESTÁ EN QUE EN TODOS ESOS LUGARES LOS DESPERDICIOS SON TRATADOS COMO UN ASUNTO DE CIENCIA, GERENCIA PÚBLICA Y CONCERTACIÓN CON LOS CIUDADANOS. Todos los ciudadanos.
¿Puede alguien imaginar que el alcalde de Oslo tolere montañas de inmundicias ocasionadas por los buhoneros pero que no los desaloje no vaya a ser que se le alebresten?
¿A quién se le ocurriría que el alcalde de Berlín tenga la cara tan dura como para comparecer ante los ciudadanos –que, además, estarían saltando entre la cochambre– para prometerles una y otra vez que va a arreglar esa vaina, y que lo va a hacer sin expertos, sólo con unos camiones y unos fiscales? ¿Es dable concebir que el primer mandatario sueco reconozca que la basura es un asunto de todos pero que luego no haga el menor intento de concertar con esa totalidad nacional las medidas necesarias para ponerle coto, porque la mitad firmó, porque estos son escuálidos o los de más allá están rayados en la lista del Tascón de Suecia?
Si el presidente Chávez observa que el problema de la basura es de todos, como, efectivamente lo es, entonces debe reconocer que la respuesta debe provenir de todos. Que hay un “todos”, para empezar. Porque no llegará al delirio de sugerir que hay dos tipos de residuos: los de su fanaticada, liquen de pesebre, y los que producen los expuestos en la lista Maisanta, estos sí malolientes e insidiosos.
CADA VEZ QUE TIENE LA BASURA AL CUELLO –Y ESTA ES LA CIRCUNSTANCIA EN MÁS DE UN BOTADERO– CHÁVEZ SE VE ENREDADO EN SU DETRITUS DISCURSIVO. En esa ocasión en Tía Juana invitó a la población a dar el ejemplo y colaborar. Pero él escurre el bulto, como si no tuviera nada que ver con el problemón.
“Cuando salgo en carro con mi caravana –dijo, por cierto, en el tono de Pu Yi trasponiendo la Ciudad Prohibida– veo a la gente en la calle lanzando colillas de cigarro, latas y envoltorios a la calle, y hasta delante de los niños. Esto no puede ser”. Y es verdad que no puede ser. ¡Pero no dice nada acerca de los alcaldes que, a pesar de gastar enormes sumas en inhábiles planes de contingencia, operativos ficticios y propaganda ilusoria acerca de “una ciudad limpia”, le incumplen a la ciudadanía y la condenan a chapotear en el excremento!
Como tampoco menciona el hecho de que en la historia de la basura está inscrito el devenir del propio Estado y las relaciones que éste establece con la sociedad; porque a mayor presencia del Estado, más y mejores son los dispositivos instalados para recoger, clasificar y tratar la basura.
Esa lata que un ciudadano arroja porque no tiene por qué no hacerlo –ya que no hay una política de educación y represión que lo induzca a inhibirse de emporcar las vías– es la demostración, multiplicada, como sabemos, hasta la nausea, de que andamos a la deriva, invadidos de chatarra ideológica; y de que, ciertamente, la basura puede terminar arropando a quien, lejos de suprimirla, la prodiga.