Para ahorrarle al extremo-chavismo un ataque de histeria nos apresuramos a apuntar que en modo alguno estamos sugiriendo que Yo-El-Supremo sea lo mismo que los dos monstruos que acompañan su imagen.
Hitler y Stalin son dos especímenes fuera de serie en el Archivo Mundial de la Infamia. Pero, es imposible no utilizar como referencia estas fotografías porque ellas aluden a un rasgo de sus regímenes, el del culto religioso al líder, que en aquellos casos alcanzó cotas realmente delirantes, y que hoy puede ser observado con preocupación en el desempeño del gobierno venezolano.
Esta gigantografía de Chávez que hoy reproducimos cubre toda la fachada del edificio del Seniat en Chacao.
Pero no es una excepción. Su faz nos asalta hoy por todas partes. El país está lleno de vallas que lo muestran, siempre sonriente, besando viejitas, cargando niños, abrazando gente. Carreteras, autopistas, calles y avenidas en ciudades y aldeas, edificios públicos, doquiera se dirija la mirada, está el Líder Máximo. ¿Pura jaladera de subalternos, deseosos de ganar indulgencias? No. Jaladera hay, por supuesto, pero bastaría con que el Presidente prohibiera tales expresiones de adulancia para que ellas no se produjeran.
Si eso está allí es porque Chávez quiere.
Pero, ¿por qué lo quiere? ¿Narcisismo?
¿Megalomanía? ¿Vanidad? Pueden ensayarse todas las explicaciones psicológicas, atinentes a la personalidad de Chávez y, a lo mejor, algo de todo eso puede haber, pero, lo que tras la denuncia de los crímenes y horrores del stalinismo fue denominado “culto a la personalidad”, es un instrumento de poder, una herramienta de dominación.
Puede ser que al hombre le encante que lo adulen y disfrute mirándose a sí mismo, pero también sabe que la masificación de la adulancia degrada y envilece a los oficiantes del culto y los somete a su voluntad. Por supuesto, hay el jalabolas voluntario, pero la mayoría jala obligada.
Por miedo. El jalabolas se anula a sí mismo.
Obligado a humillarse, sus resortes morales se quiebran.
De compañero de lucha, de partido o de cuartel, se transforma en siervo. Jamás le discutirá al Jefe.
Porque la adulancia masificada es la otra cara del miedo. Por eso los autócratas y dictadores —con muy pocas excepciones— no sólo toleran sino que estimulan la adulancia. Es parte de los mecanismos del poder.
Hitler y Stalin lo sabían muy bien y, en este aspecto, han tenido varios discípulos entre autócratas y aspirantes a serlo. Sólo que eso ha terminado siempre en estatuas derribadas.
PD: Como cada vez que aludimos al Seniat recibimos, “coincidencialmente”, la visita de sus fiscales, queremos recordarles que nos mudamos; para que no se pierdan en el camino.