MILAGROS SOCORRO
El punto es la educación. Entre ta ntos conflictos que abruman al país, el proyecto del Gobierno de convertir la educación nacional, ya de por sí precaria, en una extensión de las mentirosas peroratas de Chávez, es amenaza que ha convocado la atención de todos los sectores. El país es testigo de la devastación que el Gobierno ha sembrado a su paso; sabe perfectamente que todo lo que el Presidente y sus cómplices tocan es destruido y per ver t ido. A l pa recer, el país está consciente de que si ha permitido la ruina del presente, al menos debería dificultar la demolición del futuro. Y por eso las movilizaciones en protesta contra el cambio del currículo son tan numerosas, firmes y valientes.
En ese clima, el Gobierno se ha permitido designar al ex vicepresidente y ex fiscal general de República, Isaías Rodríguez, conjuez de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. Y lo hace en el momento en que la frágil reputación del mal poeta y peor funcionario ha estallado en mil pedazos.
Las sospechas tantas veces formuladas han sido confirmadas por un antiguo subalterno suyo, que ha dado testimonio de manejos criminales perpetrados por Rodríguez en número y vileza de incomparable gravedad.
Cuando la sociedad se encuentra perpleja ante las revelaciones del fiscal Hernando José Contreras Pérez, que muestran a un Isaías Rodríguez en plena manipulación de la investigación penal por el asesinato de Danilo Anderson, la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia, en el curso de la primera reunión tras casi mes y medio de estar paralizada, nombra al señalado de tan serias imputaciones como sustituto de faltas temporales de la presidenta del máximo tribunal, Luisa Estela Morales.
Esta grotesca ex hibición de apoyo al incriminado de haber cambiado el contenido de las actas rendidas por Giovanni Vásquez, de dar instrucciones a los fiscales comisionados para que inculparan a personalidades de la oposición, de convertir el Ministerio Público en una fábrica de mentiras y, por cierto, de víctimas inocentes; el raudo apoyo a este individuo sobre quien pesan tan terribles señalamientos, decía, equivale a que el Estado saque una pizarra y dicte una clase ante el país convertido en aula, para impartir una trágica lección en la que se nos enseña que en Venezuela la justicia vale eso, la sombra huidiza de Isaías Rodríguez guareciéndose ni más ni menos que en el Tribunal Supremo para no responder por las irregularidades que se le atribuyen.
¿Qué necesidad tenía el Gobierno, saeteado en tantos frentes, de pringarse con la patética figura de un histrión a quien hemos visto llorando, asegurando que la muerte de Anderson le dolió más que la de su propia madre, dando brinquitos por la proximidad física del Presidente, diciendo que daba credibilidad a Giovanni Vásquez porque había visto en el fondo de sus ojos que decía la verdad... esto referido a alguna de las muchas versiones aportadas por aquel.
¿Qué necesidad tiene el Gobierno de empatucarse con este tipo? Alguna debe tener. Y muy consistente. Las crónicas reporteriles nos dicen que Rodríguez fue propuesto por la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estella Morales, y que su nombramiento contó con el respaldo de los magistrados presentes en la reunión. Lo que no significa, ha aclarado algún miembro del TSJ, que el ingreso del presunto responsable de amañar un juicio haya sido por unanimidad, porque algunos se habían ausentado en el momento de la votación.
Quiere decir que nadie se atrevió a negarse. Quien estuvo en la sala votó positivamente. ¿Y quién concita en Venezuela esas voluntades únicas, ese acatamiento sin disidencias, esa aquiescencia rastrera? Ese nombre que ha venido a la mente es el del autor del ingreso de Rodríguez al TSJ con las maneras de quien deja abierta la puerta trasera para que se deslice en la oscuridad el malandro.
Todo esto está a la vista del país. El Gobierno no guarda las formas ni le interesa. Al contrario. Plantado ante la nación como un maestro de villanías, nos está instruyendo en la certeza de que Isaías está protegido. Va cubierto con el manto del forjador de unanimidades. Y, de paso, está al acecho, por si Luisa Estella se resbala.