El Padrino (the Godfather)
Podemos imaginar el instante en que los oficiales del curso de Estado Mayor fueron colocados ante la proposición de darle el nombre de Fidel Castro a su promoción.
Seguramente siguió un silencio de leones. Lo más probable es que haya sido “sugerida” desde arriba, tal vez por el propio Chávez, a través de algún cursante seleccionado para cumplir ese rol, pero también cabe la posibilidad de que haya partido espontáneamente de alguno de los alumnos. Sin embargo, ¿hubo discusión sobre el tema entre los señores oficiales? ¿Se habría atrevido alguno de los presentes a asomar aunque fuera tímidamente una discrepancia o reserva? Se puede apostar que no. Entre los graduandos, por supuesto que algunos habrán acogido jubilosos la idea, pero también es probable, como ocurre en toda colectividad humana, que haya habido oficiales inconformes.
¿Qué opción tenían? Tuvieron que tragarse sus opiniones.
Cualquier disidencia, en la FAN de hoy, significa literalmente jugarse la carrera.
Fidel Castro es una figura importante del siglo XX, qué duda cabe, pero es una figura polémica y por tanto divisiva.
No une ni siquiera a la nación cubana, muchísimo menos puede unir a otra. Darle su nombre a una promoción de oficiales venezolanos es, literalmente hablando, una provocación.
En un país tan tremendamente escindido y polarizado como el nuestro, ese gesto no puede interpretarse sino como evidencia de la intención de profundizar malévolamente el abismo que separa a las dos Venezuelas. Es también una provocación y un acto de insensata arrogancia ante la Fuerza Armada Nacional.
Cualquiera que sea la importancia histórica de Fidel Castro, a estas alturas de su vida, acercándose al medio siglo de poder absoluto, el líder cubano es la encarnación de una dictadura cerril, de un régimen totalitario, cerrado y antidemocrático, que descansa en un aparato policial omnipresente y en la represión continua, sistemática, de toda opinión disidente. Por añadidura, ese régimen ni siquiera puede esgrimir la coartada de haber proporcionado prosperidad material a la isla.
Cuba, económica y socialmente hablando, es un fracaso estentóreo.
El sueño igualitario del socialismo ha sido hecho trizas por realidades económicas que han creado nuevas divisiones e injusticias sociales. Basta con ver el equipaje de los médicos cubanos que retornan a su país, cargados con toda clase de bienes, desde electrodomésticos hasta toallas sanitarias, para medir la profundidad del desastre económico-social que vive la isla. No podía ser de otra manera. Una sociedad que no puede discutirse a sí misma, condenada a oír pasivamente las ocurrencias del Comandante en Jefe, que han llevado al país de desastre en desastre económico; sometida a la voz monocorde de medios regimentados, ¿cómo puede examinar y superar sus errores? Chávez ha dicho que ese modelo no se debe copiar. Sin embargo, cada paso que da parece ir en dirección contraria a sus palabras. ¿Qué sentido tiene entonces —que no sea el de la provocación— utilizar el nombre de la figura emblemática de esa tragedia histórica que ha sido la revolución cubana como paradigma para los venezolanos, sean militares o civiles?
Quizás valga aquí parafrasear la famosa expresión napoleónica:
esto de darle el nombre de Fidel a una promoción de oficiales venezolanos más que un error es una verdadera estupidez.