The fear factory
Milagros Socorro
El Nacional, June 9, 2005
Una gran desesperanza abate el corazón de Venezuela.
Un agobio que acogota por igual a todos los sectores políticos de la nación. A los simpatizantes del Gobierno, porque tras seis años de retórica y de abuso del expediente de la confrontación, no ven una verdadera recuperación del país, no logran avizorar el inicio de un camino de paz, de trabajo, de perspectivas favorables para el desarrollo de una vida amable, con posibilidades de ejercer el derecho a la libertad y a la seguridad personal, de estudiar, de cultivar una vocación, de tener una existencia cónsona con las promesas de bienestar de la modernidad (que vemos satisfechas en las series televisivas extranjeras, en el cine y en las cartas que recibimos de nuestros familiares expatriados). Y a las distintas cepas de la oposición, porque casi todas han perdido la fe en que las cosas puedan cambiar:
hemos sido humillados con tal frecuencia, crueldad e inmisericordia, que hasta los ánimos más templados han comenzado a ceder al desencanto.
Además, los métodos democráticos han demostrado ser más frágiles que lo que creíamos, y muchos han fallado en el intento de torcer la ruta autoritaria por la que se despeña nuestro país.
POR SI ESTO FUERA POCO, ALGUNOS GAJOS DE LA OPOSICIÓN SE HAN PERMITIDO DESMELENARSE POR RAÍLES QUE CREYERON RÁPIDOS y que resultaron pantanos donde zozobraron sus aspiraciones. Estoy pensando en aquella época en que algunos opositores creyeron que si hacían mucho ruido en los lugares públicos donde descubrieran la presencia de un funcionario gubernamental, esto contribuiría a minar su moral y a hacerlo desistir de su frecuentación burocrática. Hubo, pues, quien creyera que Juan Barreto, pongamos por caso, el hombre que hizo publicar un panfleto anónimo donde insultaba a varias periodistas (entre quienes tuve el honor de contarme), se iba a amilanar porque le hicieran un cacerolazo.
Y estoy pensando en aquella otra época en que una parte de la oposición apostó a que en los oficiales disidentes de Altamira estaba la salvación de la República. Guardo en carpeta sellada los insultos que recibí entonces por haber reaccionado, a pocas horas de la maniobra del obelisco, señalando su inutilidad y patetismo teatral. (Condensa el estilo de los remitentes un mensaje que rezaba:
“perra, puta, maracucha”. Toda una imprecisión, por cierto, puesto que soy perijanera). Como puede verse, esa fracción de la oposición estaba convencida de que los oficiales disidentes derrocarían el gobierno de Chávez y se abriría para el país una nueva era. ¿Cómo se explica este desatino? Porque ya entonces comenzaba a fraguarse este estado de desesperanza que hoy se percibe con toda claridad en todo, absolutamente todo, el país.
VENDRÍAN OTRAS, TERRIBLES, ÉPOCAS. Los tiempos, por ejemplo, de lo que ha dado en llamarse, muy apropiadamente, “el fraude continuado”, tan minuciosamente documentado por El informe Súmate, la verdad sobre el Reafirmazo, uno de los libros más escalofriantes, por su riguroso tono técnico y lo irrebatible de sus argumentos, en la historia de la tortura, en este caso practicada a una situación en su conjunto y no a un sólo detenido en una dependencia militar (un libro, al parecer, que muy pocos hemos leído y respetamos, puesto que nadie lo cita cuando toca mencionar los grandes méritos de los directivos de Súmate, que rebasan con mucho sus gracias físicas, también innegables y muy de apreciar).
Aquella seguidilla de trampas, de burlas a la ciudadanía, de descarado abuso de poder, concluiría con el referéndum del 15 de agosto, sobre cuyos resultados aún existen dudas; si no en cuanto el apoyo con que contaba y cuenta el presidente Chávez (que las encuestas de entonces y de ahora refrendan), sí por aquellos antecedentes de grosero desconocimiento de los derechos políticos de muy buena parte de la población.
El 15 de Agosto estrangularía aún más la esperanza. Y me permito asegurar que la esperanza de todos, no sólo de quienes votamos por la opción revocatoria del mandato presidencial, sino de todos los venezolanos, porque esa fecha marcaría el desbordamiento del autoritarismo de Chávez (cuya máxima coagulación es la lista de Tascón), su nefasta alianza con Fidel Castro, la entrega de los recursos de Venezuela a la dictadura cubana, el ingreso de los agentes del G–2, ya, desde luego, en marcha desde el comienzo del gobierno pero entonces convertida en muchedumbre, claramente perceptible por la población. Y marcaría también, y sobre todo, el desbocamiento de la corrupción administrativa en todos los estratos del Gobierno. Nadie ganó con el 15–A, sólo Chávez y su camarilla. Y Fidel Castro, evidentemente, el principal beneficiario.
DESPUÉS DE AQUELLA FECHA, EL GOBIERNO SE COMPROMETERÍA EN UNA ESTRATEGIA DE INTIMIDACIÓN ELABORADA PARA QUE ALCANZARA A TODOS LOS VENEZOLANOS. A sus acólitos, para garantizar la militancia, la lealtad... y la complicidad, en muchos casos. Y a los adversarios, para demoler, dentro de sus cabezas, en el centro de sus almas, la rebeldía, el espíritu crítico, la claridad opositora. El miedo y la desesperación son los mejores estímulos para incurrir en errores, para dar bandazos, para dejar en la cuneta los principios porque la dolorosa impaciencia empuja a embestir sin mayores discernimientos.
Y en eso nos encontramos ahora.
Yo quisiera que mi escritura tuviera la eficiencia y el vigor necesarios para expresar la consternación que siento cuando veo al presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, Ricardo Alarcón, en el estrado de nuestra Asamblea Nacional. No he aprendido en mi peregrinación por el castellano las palabras exactas para dar cuenta del tornado que se desata en mi pecho, esa mortificante lava que rápidamente se desplaza hasta mi garganta y barre mis brazos. Los cubanos me han tatuado con la humillación.
La presencia del embajador de Cuba en nuestro Parlamento, en nuestra vida política, en los entornos que son de Venezuela y de los venezolanos, me ha impregnado de la mayor vergüenza que nunca he experimentado.
Pero si no tengo las palabras para nombrar la deshonra en que vivo desde que Fidel Castro y sus rufianes son los amos de mi país, los artífices de nuestro destino, quisiera tenerlas al menos para contribuir a desmontar el ardid preparado para mantenernos en el miedo y la desarticulación.
Es con el objetivo de paralizarnos de miedo que el dictador de Cuba, el último invasor de Venezuela y verdugo de nuestros soldados (durante los años sesenta), ha sido escogido como padrino de la promoción del curso de Estado Mayor del Ejército. Es para que nos convirtamos en colaboradores de su proyecto totalitario que el comandante general del Ejército, general Raúl Baduel, envía un boletín a los medios de comunicación para anunciar “la incorporación de la Reserva a los ejercicios militares que se realizan en la población de El Pao, estado Cojedes”. No es un gesto de mero carácter informativo que con su jerga abstrusa, el oficial esotérico reencarna en la perversión para hacernos saber que el Ejército está concentrado en reconvertirse en guerrero asimétrico, es decir, en instantáneo represor de cualquier iniciativa subversiva (la asimetría no es entre Estados Unidos y Venezuela, en cuyo caso hablaríamos de disimilitud sideral de las posibilidades militares, sino entre la población y el Gobierno).
Eso, que los aduladores llaman “pensamiento militar”, para atribuirle a Chávez una capacidad filosófica, está concebido para aterrar, confundir y obstaculizar la formidable tarea liberadora que tenemos por delante.
Todos los venezolanos.