Thursday, June 09, 2005

Venezuela or Fidel

Manuel Felipe Sierra
El Nacional, June 8, 2005


La escogencia de Fidel Castro como padrino de la más reciente promoción del curso de Estado Mayor, no sólo coloca una mancha de deshonra en los uniformes de quienes tomaron la decisión, sino que desafía la dignidad nacional. Es un nuevo paso en el proceso de acelerada fidelización. Sería un error concebir el contubernio La Habana– Caracas como un asunto meramente diplomático o de la exclusiva responsabilidad de Chávez. La cesión deliberada de soberanía a la dictadura cubana asume una suprema importancia que se convierte en un desafío para los venezolanos.

Chávez no recibió un mandato para reproducir en Venezuela un modelo que después de 46 años ha devenido en un sangriento anacronismo histórico.

El gobernante fue electo democráticamente para generar un cambio sobre la base del respeto a los derechos humanos y el Estado de Derecho y no para instaurar tramposamente una versión del fidelismo aderezada con las perversas fórmulas autocráticas de Mugabe en Zimbabue. Es lógico que existan convenios comerciales y de cooperación entre los dos países.

Se entiende, incluso, que la trasnochada noción del socialismo que tiene el alto gobierno establezca una línea de simpatía con lo que hoy es una tiranía crepuscular. Pero la importación de agentes del G–2 para la reingeniería de los cuerpos policiales y de inteligencia y para reconvertir la Fuerza Armada Nacional en una milicia al servicio de un proyecto militarista y mesiánico, comportan un acto contrario al más elemental interés de la nación.

Hoy en día, la injerencia fidelista es mayor en Venezuela que la que hubo en el pasado en el Chile de Allende, la Granada de Bishop y los 10 años de la revolución sandinista en Nicaragua.

Que la señora Marta Harnecker trace las líneas de la revolución venezolana en instalaciones militares; que el presidente de la Asamblea de Cuba, Ricardo Alarcón, se permita dar clases de democracia, cuando ha sido un obsecuente devoto del gobierno más cruel de América Latina; que algunos consejos de ministros se realicen en el Palacio de la Revolución; que Castro haga chistes sobre las elecciones venezolanas y exalte la farsa plebiscitaria que suele montar para engañar a los cubanos; que Venezuela instale una sucursal del Banco Industrial en una nación sin sistema financiero y que no estará sujeta a control ni auditorías y que gracias a una oficina de Pdvsa el régimen cubano se convierta en exportador de petróleo; que las deplorables cartillas de la educación cubana sean recitadas en las escuelas venezolanas y que el país ponga en riesgo las relaciones con Estados Unidos por la extradición de Posada Carriles para servir de comparsa a uno de los shows de Castro frente al malecón habanero, son razones más que suficientes para comprender que la fidelización es un problema de mayor entidad y prioridad que los menudos cálculos electoreros y el desbordamiento de pequeñas ambiciones que llenan la agenda de los partidos.

Ahora es el momento de que sectores consecuentes de la oposición tomen la iniciativa de iniciar una movilización que seguramente despertará el orgullo y la fibra patriótica y si es posible, para activar el mecanismo de un referéndum consultivo que permita a los ciudadanos decidir si asumen la democracia que le ha sido tan cara o prefieren, en cambio, ser vasallos de una oprobiosa dictadura foránea. Está en juego nada menos que el destino de la patria.