Two articles about the mendacity of the Chavez administration.
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Milagros Socorro in El Nacional last Thursday
La catástrofe perpetua
Dos desastres están produciéndose a la vez en Venezuela.
Y lo más grave es que ambos se perciben como naturales. El primero es el que supone el agua, convertida periódicamente de fuente de vida en amenaza; y el segundo, es la degradación de nuestro sistema político, que en la actualidad sólo tiene de democrático la parodia electoral, tolerada y, sobre todo, amañada, precisamente para mantener la ficción de democracia.
Estas dos catástrofes se entrelazan cada cierto tiempo mediante otro ritual paródico –por lo que tiene de sustituto falaz de la justicia, del buen gobernar y del ejercicio de la ciudadanía en un marco democrático–, que es la “solidaridad”.
Con el compulsivo acarreo de enlatados, pañales desechables, cobijas y medicamentos se produce la falsa impresión de que la sociedad está unida y que, “pese a las diferencias, a la hora de la tragedia, todos somos hermanos” ; una de esas versiones tramposas que circulan en los imaginarios colectivos con la fluidez y propiedad de una góndola, muy cómoda y confiada porque sabe que no habrá de tropezarse con ningún freno crítico, para eso va impulsada por el sentimentalismo y la condescendencia.
Sería interesante evaluar alguna vez para qué han servido los brotes de “solidaridad” a los que nos entregamos cada vez que la naturaleza cumple con las advertencias que ha venido dando (porque lo cierto es que el conocimiento y la experiencia acumulados y los métodos de detección de variaciones en el comportamiento de los fenómenos naturales son, en la actualidad, a tal punto sofisticados, que es difícil encontrar un episodio en que el paisaje madrugue a la burocracia).
Una indagación seria podría mostrarnos que en realidad no resolvemos nada; que nuestros donativos podrían haber sido desviados a la alacena de quién sabe qué funcionarios; que al no haber planificación en el acopio, se recogió muchísimo de esto y poquísimo de lo otro, justamente de lo que sí hubiera podido resolver, al menos por unas horas... en fin, podríamos estar participando de una especie de folklor de la solidaridad, algo así como una burriquita o un pájaro guarandol que sí, tiene su gracia, pero que no es sino un simulacro de la resolución de problemas. Pero lo que definitivamente sí logra la celebrada solidaridad es conectar los dos desastres y producir la engañosa sensación de que se están mitigando tanto uno como otro.
UN DESASTRE NATURAL ES UN FENÓMENO NORMAL DE LA NATURALEZA QUE SE SALE DE QUICIO Y AFECTA A LA SOCIEDAD Y SU ENTORNO no por lo que tiene de excepcional sino por la impericia o la falta de habilidad de quienes están en el deber de preverlo, contenerlo hasta donde sea posible y proteger a las posibles víctimas de sus embates. Si esto no ocurre, si un fenómeno normal de la naturaleza deviene en catástrofe es porque hay una situación de ineptitud, de irresponsabilidad o de lenidad.
Esto hay que tenerlo muy presente para juzgar con propiedad qué es lo que está ocurriendo y dejar de verlo como algo “natural” o atribuible a los furores de la naturaleza.
Así como el turismo de playa, pongamos, no se explica únicamente por la singularidad o belleza de los escenarios que lo atraen en masa rentable (sino que hay una organización experta y que sabe usar muy bien el recurso disponible) de la misma manera los eventos físicos naturales que matan gente y rebasan la capacidad local para evitar que se destruya la propiedad y se produzcan otro tipo de pérdidas, pueden ser achacables a alguien, muy concretamente a quien debió preverlos y prevenirlos.
Más en el caso de las inundaciones –que constituyen el desastre más usual en Venezuela– que no suelen ser ni inusuales, ni inesperadas ni repentinas. Un riesgo conocido, calculado, previsible y muchas veces vivenciado se convierte en desastre cuando no hay nadie que impida su repetición con las mismas consecuencias fatales. De manera que no es natural que algo que se espera se convierta en desastre.
Si fuera muy natural que la naturaleza cada tanto cobrara sacrificios humanos, entonces cómo se explica que el promedio de Suecia es de una persona muerta cada cuatro años por todos los desastres naturales juntos durante el último medio siglo, mientras en Nicaragua es de 139 víctimas mortales al año por inundaciones, 87 por rayos, 82 por tornados y 27 por huracanes. ¿No hay huracanes en Suecia? Es verdad que este país no se encuentra en el llamado cinturón de fuego –donde sí están Nicaragua y Japón– que continuamente es afectado por terremotos, volcanes y ciclones tropicales. Pero la nieve y el hielo ofrecen un amplio inventario de situaciones peliagudas, como avalanchas, congelación de los caminos, colapso de techos por su peso y destrucción de infraestructura por la formación de hielo en el subsuelo, entre otras.
El caso es que las cuentas de muertos por inundaciones han disminuido en el mundo en los últimos veinte años porque China, gran campeón de esta categoría, ha construido un gran número de presas como medida de mitigación de estos eventos. Y es también muy elocuente el hecho de que los dos terremotos que cobraron mayor número de víctimas en Europa en el siglo XX, se produjeron en una región muy pobre en el sur de Italia, en 1908 y 1915, con un saldo de 95.000 fallecidos. En la actualidad, la Unión Europea presenta la misma tendencia a la siniestralidad de los Estados Unidos, ambos territorios tienen áreas seguras y áreas potencialmente peligrosas.
Los datos expresan con toda claridad el hecho de que los riesgos son naturales, los desastres no tanto; ya que está demostrado que éstos resultan de la combinación de una naturaleza riesgosa y la falta de manejo adecuado de sus estallidos.
DESDE LUEGO, EL CUADRO DE LLUVIAS E INUNDACIONES QUE ESTAMOS ENFRENTANDO EN ESTOS DíAS EN VENEZUELA NO CALIFICA PARA DESASTRE NATURAL.
Es un “estado de emergencia”, como lo han definido las autoridades.
De cualquier manera, no hay una tabla fija para cuantificar un episodio como desastre. Se ha hablado de categorías como: más de 100 muertos, más de 100 heridos o más de un millón de dólares en daños, lo que no tiene que ocurrir a la vez.
Piénsese, por ejemplo, que un tornado que pase por Miami puede provocar un millón de dólares en pérdidas (interrupción de la llegada de turistas, caída en las ventas de lo que sea, horas no laboradas) pero apenas daña un par de residencias y no deja que lamentar ni un muerto. Los países de menor ingreso definen un desastre por el número de víctimas, y los de mayor ingreso, por las pérdidas económicas.
No todas las sociedades tienen la misma percepción del peligro y lo peligroso. De esa valoración subjetiva depende la predisposición de los países a generar métodos de prevención, sistemas de mitigación y alerta, y, una vez ocurrido el desastre, a poner en marcha planes de reconstrucción y correctivos para que la catástrofe no regrese por sus fueros.
Puede ocurrir, también, que una sociedad relativice los asedios a los que se expone; que le reste importancia a ciertos, terribles, signos de que ha entregado su destino a los heraldos del atraso y el autoritarismo; que llegue a considerar que su propia fatiga con la democracia equivale al vencimiento de este sistema.
Y este riesgo, tan claramente anunciado, puede disolverse en un cataclismo. No sería la primera vez que se cumple el vaticinio de un deslave.
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Teodoro Petkof in Tal Cual last Friday
¡Eureka: la culpa es de Bush!
Hoy es preciso comenzar con dos reconocimientos. Uno, a la eficiencia, organización y dedicación de los grupos aéreos del Ejercito y de la Armada, que llevaron adelante, con sus grandes helicópteros y con la colaboración de decenas de pequeños helicópteros privados, el puente aéreo que hasta ayer en la tarde había rescatado a varios miles de temporadistas atrapados en las zonas este y oeste del Litoral Central, cuyo traslado hasta el puerto de La Guaira fue completado por las fragatas de la Marina. Lo hicieron estupendamente bien y deben ser felicitados.
El segundo, a la paciencia, la serenidad y ese maravilloso sentido del humor de los venezolanos, que no sólo permitió sobrellevar con buen ánimo la dramática experiencia que se vivía, sino que, además, contribuyó a la fluidez de los operativos de rescate, por la magnífica disciplina que se mantuvo en todo momento. Lo vimos personalmente, en Naiguatá y nos complace poder registrarlo hoy.
Pero dicho esto, es preciso volver sobre el tema de las responsabilidades humanas en la magnitud del desastre que nuevamente azota al estado Vargas. Ayer habló el Presidente. Comprendiendo que habría resultado risible, después de seis años, culpar a los gobiernos anteriores, eludió, sin embargo la responsabilidad del suyo, y la trasladó a los países poderosos. Serían ellos, con su contribución al calentamiento de la tierra, a la contaminación de aire, aguas y tierras, quienes habrían producido los cambios climatológicos que causan tantos desastres naturales. Hasta se permitió la insólita mención al protocolo de Kyoto sobre la lucha contra la contaminación de origen petrolero, sin siquiera parpadear ante el hecho de que su gobierno lo suscribió a regañadientes, entre los últimos que lo hicieron, cuatro años después de que fuera aprobado.
Ese discurso está bueno para Porto Alegre ante su público cautivo pero en el caso concreto de Vargas resulta una demostración de caradurismo.
Porque si bien es cierto que la naturaleza y el clima pueden golpear muy duro y ahora más que antes, toca a las sociedades y sus gobiernos, hacer lo necesario para prevenir o reducir los efectos de los elementos desatados. En Vargas, después de cinco años, equipos incompetentes y nimbados por fuertes rumores de corrupción, han puesto una megaplasta. No es verdad lo que dijeron Chávez y Rangel (y seguramente será la canción que repetirán Izarra y su combo) que lo hecho hasta ahora impidió una tragedia mayor.
Falso de toda falsedad. Como es falsa la afirmación que hacen ambos de que ahora cayó más agua que en 1999. Mentira podrida. Precisamente lo que nos salvó de algo peor es precisamente que esta vez no llovió durante quince días continuos sobre el Avila. Si algo parecido hubiera ocurrido, el Litoral estaría nuevamente llorando miles de muertos. Porque Vargas no está en capacidad de resistir los embates de un deslave en el Avila. Comenzando por el sistema de alarma previsto, que nunca fue implementado.
El mero dato de que después de cinco años sólo 10 de las 23 cuencas hidrográficas fueron intervenidas, ya es suficiente para que todo el equipo de Corpovargas sea destituido. A confesión de parte, relevo de pruebas. La tarea prioritaria fue la menos atendida. Pero, además, lo poco que se hizo, como apunta el ex ministro Genatios, se hizo erróneamente.
Sin hablar del abandono de todos los proyectos elaborados por la Autoridad Unica y que Corpovargas desestimó, para optar por soluciones mediocres, que, por lo mismo, según rueda por todo el Litoral, habrían dado lugar a toda clase de guisos.
En lugar de buscar la paja en el ojo ajeno, Chávez debe verse la viga doble T que tiene en su propio ojo.
No se puede engañar a todo el mundo, todo el tiempo. Palabras de Abraham Lincoln .