Friday, May 06, 2005

El voto naufragó en las costas de Cuba

Milagros Socorro
El Nacional, Thursday May 5, 2005

El reciente desembarco de los millardos venezolanos en Cuba es un hecho de una gravedad que supera cualquier escandaloso antecedente.

Perder de vista la gran amenaza que supone la instalación de una oficina de Pdvsa en un país –no cualquier país extranjero– que es el enclave de una prolongada, cruenta y terriblemente empobrecedora dictadura, es un error que no pueden permitirse los demócratas venezolanos.

Teodoro Petkoff reduce el asunto a poner en entredicho la pertinencia de una oficina “caribeña” en Cuba porque nosotros no estamos en el polo norte. Es cierto, el despropósito no puede sino mover a la incredulidad y la sospecha. Y se concentra el editorialista en las denuncias con respecto al “enjambre de traders” que entrepitearán en los negocios de Pdvsa (contra la normativa imperante, que establece que la empresa estatal hará sus operaciones directamente con los clientes finales).

TODO ESO, CON SER MUY GRAVE, NO ES, A MI HUMILDE JUICIO, LA CLAVE DEL ASUNTO. Lo que debemos tener claro aquí es que la inversión –¿o debemos decir “gasto” ?– que Venezuela está haciendo en el campo de concentración insular de Fidel Castro no responde a ningún análisis realizado por expertos venezolanos.

No es la conclusión a la que llegó un equipo multidisciplinario que evaluó las necesidades de nuestro país y calculó cuáles son las iniciativas que convendrán al futuro de la nación, de los jóvenes que muy pronto se sumarán al mercado laboral y de los que no han logrado entrar en él por falta de plazas y de inversión local. La apertura de Pdvsa Cuba no es la consecuencia de ninguna meditación racional, de ninguna planificación apegada a los intereses de Venezuela. Pdvsa está en Cuba por el capricho de un hombre, al que no se le acreditan pericias ni introspecciones sensatas, que se llama Hugo Chávez. Y si a este hombre se le hubiera antojado llenar de areperas el Medio Oriente o fundar una academia de cuatro en cada pueblo de China, también lo hubiera hecho porque no hay una institucionalidad en Venezuela que regule las iniciativas del Presidente –a esta hora convertido abiertamente en monarca–, para poner freno a las que conspiran contra el bien de la República.

EL DINERAL QUE SE HA PUESTO EN LAS MANOS DE FIDEL CASTRO, EL ESPECTÁCULO QUE DIO EL PRESIDENTE CHÁVEZ EN LA HABANA LA SEMANA PASADA, HAN TERMINADO DE DESACTIVAR COMPLETAMENTE CUALQUIER ADEMÁN DEMOCRÁTICO EN VENEZUELA.

Después de esto, las elecciones, el voto, la Asamblea Nacional, el gabinete ministerial, todo ha quedado vaciado de contenido. No significan nada. Un hombre que prescinde en forma tan grosera y rampante de la opinión, la voluntad, el deseo del país para ir a malbaratar los recursos de la República en la dictadura más antigua de la tierra no está considerando ni por un instante los procederes democráticos o el valor del voto; no, por cierto, como instrumento de su posible sustitución en el poder sino únicamente en lo que el voto puede tener de parodia, de parapeto de convalidación de sus desmanes.

Cuando Hugo Chávez vociferó en Cuba que Venezuela se encuentra en la transición hacia el socialismo, terminó de disiparnos la ilusión de que el voto tiene aún algún sentido. Los países democráticos pueden tener un gobierno socialista pero ningún país socialista puede tener un gobierno democrático.

Es bueno tener esto muy presente. Y comprender que la salida de Venezuela ya no puede ser electoral. Un rey no se destrona con colas en las puertas de los centros electorales. Se ha llegado demasiado lejos en la permisividad con el autócrata y ha cobrado tal incandescencia la órbita desbocada de sus abusos, que el fin de su trayectoria no podrá estar punteado por los votos. La tragedia de Venezuela tiene un único, solitario, delirante, autor y protagonista. Nada cambiará si se alternan en sus cargos de mentiritas las autoridades que hacen comparsa.

Estamos viviendo una tragedia... y el desenlace de las tragedias es siempre terrible. E inevitable.