Sunday, July 03, 2005

And if they were not free bees?
Milagros Socorro
El Nacional, August 12 2004

Tres datos se alinean en una constelación que podría ser perversa pero de la que podemos extraer una necesaria reflexión. Los dos primeros datos están entrelazados en el hecho, perfectamente rastreable en una cronología del último año, de que la creación de las misiones y el traspaso de enormes sumas de dinero a su financiamiento coincidió con un alza de la popularidad del Gobierno. Está claro, y nadie lo niega, que ese programa de obras sociales, hacia las que ha encauzado unos 3 millardos de dólares, torció a su favor la tendencia evidenciada en las encuestas, que hace un año era claramente desfavorable a la permanencia del presidente Chávez en su cargo.

En ese momento, la oposición se disponía a recoger las 2.400.000 de firmas necesarias para convocar el referéndum revocatorio presidencial, que de haber sido realizado en fechas próximas a esa primera iniciativa hubiera sido muy adverso para Chávez. Y aquí entra el tercer dato. Un libro aparecido esta semana, titulado El informe Súmate. La verdad sobre el Reafirmazo (Los Libros de El Nacional, 2004) ofrece un inventario minucioso de “los numerosos obstáculos que antepusieron tanto el Poder Electoral como los demás poderes públicos de la República de Venezuela a la expresión de la voluntad de los solicitantes de un RRP durante los procesos políticos que se sucedieron en el país durante el año 2003 y el primer semestre de 2004”. Allí se reúne una colección de documentos oficiales, instructivos, memorandos y reglamentos del CNE, sentencias del TSJ, testimonios de la participación indebida de los militares, resoluciones en Gaceta... todo planificado para obstaculizar la realización del referéndum.

Este material desvanece todo titubeo al respecto: las rocambolescas artimañas diseñadas para dificultar y dilatar el evento referendario se hicieron con la intención expresa de ganar tiempo. Un tiempo que el Gobierno utilizó para multiplicar el gasto público en becas, subsidios y misiones. Es decir, en ganar votos a billetazos. De eso no cabe duda.

A ESTA HORA, LAS POCAS QUE FALTAN para ponerle la mano a la pantallita, nadie tiene dudas de que la popularidad de Chávez está fortalecida y de que hay una gran masa de venezolanos cuya intención de voto, hace un año indefinida o inclinada hacia su revocación, lo favorece.

Esto nos dice que hay millones de compatriotas dispuestos a mantener en el poder a un gobernante que ha destrozado las instituciones, que nos ha arrojado a la confrontación, que ha malbaratado los recursos del Estado para su beneficio, que ha dañado gravemente la economía y aumentado el desempleo, que no ha cumplido con nada de lo que prometió y que, en cambio, nos deparó el atraso en muchas áreas donde registrábamos avances, porque a pocos meses de su dilema electoral les ofrece un paliativo a sus necesidades más urgentes. Eso es verdad.

Y aquí se bifurca la certeza.

Para muchos, ese desplazamiento de electores hacia la opción del No es percibida como una predisposición a la condición de limosneros, como una admisión del soborno, en fin, como una complicidad con el mal gobernante que a última hora enmienda su corrupción, su ineficiencia y su improvisación con paños calientes; y que ya con eso se le perdonan su evidente vocación autoritaria y sus desmanes. Para otros, es comprensible este viraje de las simpatías porque alguien que está en la miseria o tiene un familiar enfermo cuyo tratamiento no puede afrontar, encuentra en quien le da algún alivio un aliado que quiere conservar y, bajo ningún aspecto, perder. Más, si la oposición no ha sido lo suficientemente enfática en comprometerse con la extensión, profundización y democratización de esos servicios tan necesarios para los pobres y los empobrecidos (que somos casi todos). Las apreciaciones se debaten, pues, entre el desprecio por los sectores alcanzados por las misiones y la condescendencia hacia “los pobres”. No sé qué es peor.

UNA RUTA ÚTIL PARA INTENTAR UN ANÁLISIS apropiado del asunto comienza por preguntarnos si las misiones constituyen una dádiva (para usar el despectivo término comúnmente empleado). Ahí está la clave. Los vecinos del municipio Chacao, en Caracas, que reciben los estupendos beneficios de su sistema de asistencia social jamás se sienten degradados por las atenciones de Salud Chacao y, más bien, aspiran a que se incrementen. Desde luego, los habitantes de Chacao pagan unos impuestos (muy bajos, por cierto, vista la calidad de la prestación) y no ven en su usufructo una concesión del alcalde o un favor que deba pagarse con el voto. Como no se sienten humilladas las madres europeas que reciben un estipendio estatal por cada hijo en edad escolar, ni por la educación gratuita que reciben ni los almuerzos que les sirven en las escuelas o por la pensión que los aguarda tras su jubilación.

Quiere decir que el problema no radica en quiénes captan la ayuda del Estado sino en la forma que ésta adopta y las intenciones que la orientan, porque de esas intenciones depende si los programas obedecen a una planificación o si han sido rápidamente instrumentados para garantizar la permanencia en el poder de quien con ese objetivo las manipula.

EL PROBLEMA NO ES LA GENTE, finalmente “tocada”, como dicen los encuestadores, por las misiones sino el hecho de que éstas, en su predestinación electoral (para sustentar a un populista) sustituyan al Sistema de Seguridad Social, a los ministerios y, en suma, al Estado; que su irrigación sea parcial (sólo para los adeptos probados o potenciales), lo que implica una injusta exclusión de otros sectores; y que haya una aberración implícita en la circunstancia de que los fondos para su financiamiento pasen de Pdvsa a las manos de los necesitados, sin mediación institucional alguna (y sin someterse el control del Banco Central), con lo que se completa un ciclo atroz que podríamos glosar como “yo, el jefe, pongo en tus manos el barril que te toca y que antes te quitaron”, versión que viene a reforzar varios mitos: somos un país rico; el Estado está para repartir equitativamente la riqueza petrolera; y si no te ha tocado lo tuyo es porque alguien se lo cogió. La aparición de Chávez en una finca de su familia –sin que se sepa cuándo y cómo se obtuvo– es la puesta en escena de este retorcido discernimiento:
el gobernante magnánimo no sólo le da su barrilito a cada pobre sino que arrebata los de “los ricos” ¡y se lo embolsan él y su familia!, operación que arroja un leño más a la fogata del resentimiento a cuyo calor se ha cocinado su liderazgo.

Conclusión: ningún venezolano, aún aquel que este domingo vote por el No, con la ilusión de que las misiones son la semilla que florecerá en el pospuesto Sistema de Seguridad Social, merece este gobierno.

Todos los venezolanos tenemos derecho, como los europeos tienen más de un siglo ejerciéndolo, a una red de ayuda y promoción del Estado.

Eso no debe concebirse –ni menospreciarse– como dádiva sino, más bien, debe partirse de lo aprendido con las misiones para convertirlas en un auténtico programa de Estado (no de fracción política). Y, pase lo que pase este domingo, debe garantizarse lo ganado, ahora despojado de lo que tiene de espasmódico, y convertirlo en un verdadero auspicio al individuo y a su capacidad de ser un aporte para el país y no una carga a la que hay que arrear con simulacros interesados.