Sunday, July 03, 2005

The requirements
El Nacional,
September 16 2004
Milagros Socorro


Lo patético de la impugnación de la madrina del Poder Electoral no es que al minuto siguiente de su elección alguien haya protestado a gritos que la pobre muchacha ganadora recibía una corona fraudulenta. Lo grave, lo vergonzante, lo injustificable es que el Consejo Nacional Electoral, objeto de sospechas en un país sediento de gobernabilidad y probidad de los gobernantes, esté organizando pujas de tres al cuarto, como el torneo de dominó, la carrera de caballos y el rally automovilístico, pavosa actividad, por cierto, que jamás ha demostrado ninguna pericia de sus participantes, salvo la capacidad para hacer el ridículo con la cara de piedra.

En un país donde el centenario del nacimiento de Ángel Rosenblat (19021984) —investigador pionero y gran valorizador del alma venezolana expresada en su habla—, por mencionar el primer olvidado rampante que viene a la mente, pasó por debajo de la mesa, qué relevancia puede tener el cuarto cumpleaños de una institución que, con descaro reconocido inclusive por el secretario general de la OEA en su reciente informe, creó “un clima de innecesaria desconfianza” justo cuando más se necesitaba de lo contrario.

No hay que ser un detective para concluir que las autoridades electorales no están celebrando otra cosa que el cumplimiento de la tarea asignada por el jefazo. Una torpeza más que añadir a su lista de rusticidades, porque la organización de estas festividades no puede sino arrojar más dudas sobre los resultados del referéndum presidencial que, de ser reflejo de la legítima voluntad popular, no tendrían por qué ser redituadas por el Poder Electoral, que con tanta chabacanería se ufana de sus buenos oficios.

Hasta el más convencido de que los cómputos del CNE son legítimos y retratan el mapa político del país alberga dudas al ver que el organismo “árbitro”, como se le ha dado en llamar, se vale de una excusa pueril para gastar casi 200 millones de bolívares en una rumba que, y aquí viene otra intemperancia, involucra a los militares como único sector de la sociedad convidado a la rochela.

En simultaneidad con esta exhibición de provinciana grosería, el presidente Chávez prepara a toda carrera y anuncia la creación de tres nuevos ministerios, al frente de cuyos despachos destina viejos y leales colaboradores.

El domingo pasado, cuando hizo públicas estas decisiones, el jefe del Estado en ningún momento aludió a las condiciones profesionales e intelectuales de sus fichas ministeriales.

Jamás hizo referencia a sus logros, su experiencia, sus estudios o destrezas.

Se limitó, al referirse a Elías Jaua, nuevo ministro de Economía Popular, a encomiar su talante revolucionario y su apego al “proceso”. Para qué más.

Con los mismos requisitos se completó el perfil de los rectores del CNE que debían ejecutar las directrices de Miraflores.

El fiestón del cumpleaños número cuatro es prueba de esto: en qué ha demostrado más capacidad de ejecutoria el doctor Carrasquero, cesante por voluntad propia de las labores de vocería del CNE, para dejarlas en manos de Jorge Rodríguez, ¿en convertirse en factor de tranquilidad y respeto para todos los electores?, ¿en interpretar las aspiraciones de la sociedad en forma plural?
No. La flor de su currículo será la organización de la parranda campestre en el Círculo Militar.

Como es la adhesión al proyecto revolucionario el único adorno que se le exige a Jaua y a sus colegas del tren ministerial para desempeñar sus cargos.

Cierto es que el artículo 244 de la Constitución establece que para ser ministro o ministra en Venezuela, sólo se requiere poseer la nacionalidad y ser mayor de 25 años; pero cuál sería el alivio de la ciudadanía si escuchara decir al jefe del Estado que fulano o fulana han sido escogidos para un ministerio por alguna razón más consistente que la adoración perpetua por el líder, condición susceptible de oportunistas fingimientos.

El puesto de trabajo que demanda menos requisitos es el de ministro venezolano. Piénsese, por ejemplo, que para ser guía del Museo de los Niños, es preciso tener buena presencia, excelente vocabulario y dicción (al canciller lo eliminarían en la primera entrevista) y disposición para el trabajo en equipo.

Para ser policía de Chacao no basta con tener una estatura mínima de 1,70 metros, los hombres y 1,65 metros, las mujeres, también es obligatorio ser bachiller y apto física y mentalmente, lo que se determina mediante exámenes, así como aprobar un test psicológico (¿hubiera llegado a ministro el general Lucas Rincón de haber sido sometido a semejantes comprobaciones?).

Los jóvenes panameños aspirantes a convertirse en policías deben ser bachilleres y no tener cicatrices ni tatuajes. Y si fuera puertorriqueño, deberá demostrar preparación académica y profesional, lo que no le vale de nada si no cumple con sus responsabilidades contributivas y de pensión alimentaria de menores en el caso de haberlas contraído. Si una mujer en Querétaro quisiera ocupar la plaza de cajera en una “importante empresa textil”, no podrá limitarse a tener una excelente presentación, además deberá ser delgada, honrada, responsable, amable y preferiblemente con experiencia.

Quien proyecte ser sacerdote de la Arquidiócesis de Bogotá, está emplazado a demostrar que tiene ganas de superarse cada día y superar los propios defectos, debe tener una inteligencia normal, con capacidad para estudios universitarios y un grado de madurez acorde con su edad (qué pasaría si a los candidatos a gobernador, como Acosta Carles, se les impusiera esta norma).

Todo esto para no mencionar los diplomas y solvencia en varios idiomas que deben ostentar los maestros alemanes, los diplomáticos brasileños, los capitanes de empresa norteamericanos o, para no descarriarnos del tema, los ministros noruegos.

La revolución no exige tanto. Para ser prócer en la era bolivariana basta calificar para fan enamorado y derrochar experticia en la sazón de carne en varas.

Con respecto a la reina, no hablen paja:
cualquiera de ellas podría triunfar.