The temptation of exile
Milagros Socorro
El Nacional, August 19 2004
Las opciones que teníamos para escoger el domingo eran sólo dos, pero las interpretaciones que pueden hacerse a partir de los resultados anunciados son más que eso. Son, de hecho, muy diversas.
Por lo pronto, la atención se ha concentrado en afirmar o negar el fraude electoral que, según la dirigencia opositora, se cometió en forma masiva. Esa es la versión de los hechos del liderazgo adversario al Gobierno pero no tiene por qué ser la opinión unánime de los votantes por el Sí, por mucha que sea la sensación de perplejidad, depresión o percepción catastrófica del futuro. El hecho de que uno se sienta defraudado no significa que, en efecto, haya sido víctima de un fraude.
Desde luego, hay muchos antecedentes, próximos y remotos, que permiten maliciar el tránsito fraudulento de los resultados; un camino que se inició con el viraje del proyecto gubernamental hacia la implantación de una revolución (distinto del ofrecido en 1998), que tuvo un gran hito en la confiscación de las instituciones y que ofreció un millar de demostraciones en el bazar de diabluras y demoras irregulares de la faena que, finalmente, condujo a la realización del referéndum revocatorio presidencial.
De manera que no hay duda de que estamos ante un Gobierno fieramente aferrado al poder para cuyo mantenimiento no se ahorra villanías.
Eso es cierto. Está documentado de mil maneras. Y si esto fuera poco, ahí están las descaradas trabas puestas por el Poder Electoral para que la oposición tuviera acceso a la sala de totalización de los votos y, en fin, la interminable ristra de abusos cometidos por los rectores oficialistas. El anuncio madrugador de Carrasquero no puede sino barrer para la tesis del fraude, no sólo porque lo hizo a apenas una hora de haberse cerrado el último centro de votación sino porque todo lo que diga Carrasquero, portador de un voluminoso prontuario de trampas y falta de escrúpulos, está teñido de sospechas. (Cuando lo vi por primera vez aposté por que su falta de luces, su medianía intelectual, que entonces comenté públicamente, no le dejarían otra vía que la solvencia moral para justificar su rol de presidente del CNE en las conflictivas circunstancias de su nombramiento.
Mediocre y cursi, no le quedaba más que la decencia para ponerse a la altura de semejante responsabilidad.
Pero no la tuvo. Pudo más la sumisión revolucionaria que la conciencia de sus límites y el valor de la honestidad como única gracia que hubiera podido exhibir). Y ni siquiera esto debe llevarnos a aceptar de forma irreflexiva la tesis del fraude masivo.
ESTÁ, LO SÉ, LA INEXPLICABLE NEGATIVA DEL GANADOR a someterse a una auditoría minuciosa , con presencia de la oposición y de los observadores; está la desconfianza, incluso en Estados Unidos, hacia las máquinas de votación con pantallas sensibles al tacto; está la hipótesis del tope electoral (arreglo mañoso de las máquinas que habría traspasado a la suma del No los votos recaudados por el Sí a partir de una cifra predeterminada) ; están las complicadas y variadísimas conjeturas que sustentan la predisposición de las máquinas a ser arregladas para conveniencia de quienes las compraron y luego ordeñaron su victoria; están los reportes de confusiones impresas en la boleta (la mía marcaba 1. Sí; y no 2. Sí, como me dicen que debió ocurrir). Hay muchos factores que pueblan el estado de sospecha. Factores de peso, no lo dudo. Pero hay, también, un elemento informativo que no podemos descartar como si no existiera: los resultados del RRP reproducen casi al calco las previsiones arrojadas por las encuestas a pocos días del evento.
Esas mediciones indicaban un ascenso en la popularidad del Gobierno y un descenso de la capacidad de convocatoria de la oposición (lo que podría explicar por qué hubo mesas donde la vendimia del Sí fue inferior a la recabada por El Firmazo). Jorge Rodríguez ha dicho –y creo que con razón– que el país es más ancho de lo que alcanzamos a ver con nuestra mirada individual.
Rodríguez podrá formar parte de un gang de marrulleros pero en eso tiene toda la razón. El país es más ancho, más profundo y más diverso de lo que podemos calibrar a través de nuestros propios sentimientos y de las proyecciones que hacemos sobre el conjunto que formamos.
Esto hay que aceptarlo con sabiduría, con respeto por nuestro propio país, que en su complejidad no reproduce como en fractales ni nuestro mapa del alma ni la composición política de nuestro barrio.
Lo mismo ocurre con los contingentes de compatriotas que votaron por cada una de las opciones previstas.
Ni el Sí ni el No son compactos, homogéneos, planos. En el Sí hay muchas tendencias, muchas formas de concebir la vida pública y el liderazgo; y lo mismo sucede en la comarca del No, donde cabe concebir que no todos los que arrimaron la mano a su pantalla lo hicieron por apoyo a Chávez sino por rechazo a la oposición. ¿Y por qué no lo iban a hacer? Los votos del No fueron escardillados por Chávez, ah, eso a no dudarlo, pero también por la oposición, que es, digámoslo de una vez, un desastre. No digo que las personas que la componen lo sean. Al contrario.
Se cuentan en su elenco personalidades de mucho brillo y de irreprochable trayectoria. Pero como orquesta no funcionan y quién sabe si su insistencia en el fraude no es más que un ardid para tapar su incompetencia (como Chávez explica la suya alegando que su fracaso es “mediático” ). No afirmo que lo sea, intento pensar e invitar a hacerlo.
ANTE LA DERROTA DE LA OPOSICIÓN y la ira que produce la posibilidad de un fraude, muchos venezolanos han caído en la tentación del exilio interior, un asilo que tiene dos vertientes: 1) no pensar, no hacer el esfuerzo de penetrar en la realidad traspasando las apariencias, aceptar aquella interpretación que, aún generando frustración y rabia, tranquiliza porque no exige demasiado discernimiento; y 2) tomar la decisión de no votar más nunca y que se vayan al carajo las elecciones regionales. Comprensible tentación. Pero de imposible sostenimiento. Todo lo que no sean los resultados oficiales del CNE son especulaciones, aun cuando cuenten, como hemos establecido, con muchos y fornidos argumentos. Lo único cierto es que los venezolanos fuimos a votar (todos los venezolanos, no perder de vista esta obviedad), soportamos unas colas inverosímiles para las sociedades que sufragan por correo o que lo hacen en minutos. Llevamos, pues, la democracia en la sangre. Y eso es mucho. Eso implica la obligatoriedad de reflexionar –por supuesto, también de exigir elecciones pulcras, y en eso estamos–, de admitir que hay otros que podrían apoyar el mandatario que nosotros repudiamos.
E implica la exigencia de nuevos actores, nuevas visiones, nuevas estrategias, cuando los otros –todos los otros– han demostrado su caducidad. En Venezuela tenemos gente, tradición y energías para hacerlo; y, sobre todo, la necesidad de enrumbarnos al futuro con los errores enmendados y mucha esperanza. El futuro está ahí, Carrasquero no puede arramblar con él. Ni Chávez tampoco.
Y ahora te voy a decir lo que creo que ocurrió. Tengo la impresión de que el No ha podido ganar pero que ellos mismos no se lo creían y quizá, sólo quizá, arreglaron los trastos para que los favorecieran. De otra manera no me explico ese arrase en todo el territorio. Lo que es en el Zulia, que no me vengan. Pero como estoy tratando de no irme al exilio interior, no me aventuro a afirmar nada. Sólo me hago preguntas y trato de mantenerme anclada en este país ancho y tumultuoso que somos. En el que tengo puesto el corazón... y la cabecita.